Joseph Perich
Hubo una vez un niño que tenía muy mal genio. Un día su padre le regaló una caja de clavos y le dijo que cada vez que perdiera el control tenía que clavar un clavo en la parte trasera de la puerta.
El primer día el niño había clavado treinta y siete clavos en la puerta. Durante las siguientes semanas, como ya había aprendido a controlar su rabia, la cantidad de clavos comenzó a disminuir diariamente. Descubrió que era más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos en la puerta.
Finalmente llegó el día en que el niño no perdió los estribos. Se lo contó a su padre y éste le sugirió que, por cada día que se pudiera controlar, sacara un clavo. Los días transcurrieron y el niño finalmente le pudo contar a su padre que había sacado todos los clavos.
El padre tomó a su hijo de la manoy lo llevó hasta la puerta y le dijo:
-“Has hecho bien,hijo mío, pero mira los hoyos en la puerta. La puerta nunca volverá a ser la misma.Cuando dices cosas con rabia, dejan una cicatriz igual que ésta.
-“Perdóname si alguna vez he dejado un “agujero” en tu puerta”, respondió su hijo.
Reflexión:
En los disfraces y las máscaras de este carnaval sería un error ver sólo libertinaje e inmoralidad. Son fiestas en las que todo el mundo puede ser protagonista con creatividad y espíritu crítico. Hasta hace poco, parecía que el Carnaval se comería la Cuaresma. Pero el desenfreno social, el permanente «Carnaval » de algunos de nuestros empresarios, políticos, banqueros…, con el «aplauso» o la venia de mucha ciudadanía, parece haber tocado techo. Este año los cuarenta días de Cuaresma previos a la Semana Santa toman un relieve inusitado. Cientos de familias, más que por devoción por obligación, las están pasando «canutas». Las privaciones, los «recortes» y las contrariedades en la salud o las relaciones humanas nos pueden dejar heridas abiertas nada fáciles de cerrar. De las secuelas o las heridas en las personas afectadas dan fe los médicos de cabecera.
La Cuaresma, con su color morado, nos recuerda que debemos «quitar hierro», debemos «rebajarlo» y reciclar los golpes inesperados recibidos o dados. Nos recuerda que debemos ejercitarnos en el perdón, sin olvidar que sólo se perdona en la medida en que se estima, sin olvidar que sólo te puedes sentir perdonado si te sientes querido. Incluso podemos llegar a descubrir que «las cadenas del cuerpo son a menudo las alas del espíritu». Esto es lo que descubrió, desde la cárcel, el Premio Nobel y primer presidente democrático de Sudáfrica, Nelson Mandela. Su «cuaresma» de 27 años privado de libertad, no fue estéril. Escuchémosle:
“[…] la celda de la cárcel es un lugar idóneo para conocerte a ti mismo, para indagar con realismo y asiduidad cómo funciona tu propia mente y tus sentimientos. Al juzgar nuestra evolución como personas, solemos centrarnos en factores externos como la posición social, la influencia y la popularidad propias, la riqueza y la formación… Sin embargo, los factores internos pueden ser aún más cruciales a la hora de evaluar el desarrollo como seres humanos. La honradez, la sinceridad, la sencillez, la humildad, la generosidad sin esperar nada a cambio, la falta de vanidad, la buena disposición a ayudar al prójimo (cualidades muy al alcance de todo ser) son la base de la vida espiritual de una persona. La evolución en cuestiones de esa índole es inconcebible sin conocerte a ti mismo, sin ser consciente de tus puntos débiles y de tus errores. La celda te da la oportunidad de analizar a diario toda tu conducta, de superar lo malo y de potenciar lo bueno que hay en ti. A tal efecto, meditar con regularidad (digamos que unos quince minutos al día antes de acostarte) puede resultar muy fructífero. Al principio te puede parecer difícil definir los aspectos negativos presentes en tu vida, pero el décimo intento puede reportar muchas recompensas. No olvidemos nunca que un santo es un pecador que simplemente sigue esforzándose”. Carta desde la prisión de Kroonstad a Winnie Mandela, 1 de febrero de 1975.
Una vez más, podemos verificar como «Dios escribe derecho con renglones torcidos». Posiblemente, después de escuchar este testimonio, las palabras más significativas de la Cuaresma tradicional como son «ayuno, limosna y oración» recuperen su sentido más genuino y se conviertan de rabiosa actualidad tanto a nivel personal como colectivo. ¡Amén!