Claro sol brillará – Josep Perich

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     Se cuenta que María, con su Niño Jesús en brazos,  decidió visitar un monasterio. Los monjes formaron una larga cola, y uno a uno se acercaban a María para rendirle homenaje. Un monje le recitó grandes poemas, otro que era pintor le enseñó uno de sus cuadros, otro le hizo un discurso sobre la figura de María, otro le recitó de memoria el nombre de todos los santos, otro…

      En último lugar había un fraile, el más humilde del convento, sin la memoria de los demás para poder recitar algo. Lo único que sus padres, trabajadores en un circo, le habían enseñado era a hacer malabarismos con unas bolas.

      Cuando llegó su turno los otros monjes ya daban por acabados los homenajes, ya que aquel pobre monje no tendría nada que decir, y si dijera algo iba a comprometer a la comunidad.

       Sin embargo aquel fraile también sentía una inmensa necesidad de dar algo de sí mismo a María y al Niño Jesús. Avergonzado, sintiendo la mirada reprobatoria de sus hermanos de comunidad, sacó de su zurrón algunas naranjas y empezó a tirarlas hacia arriba haciendo malabarismos, que era lo único que sabía hacer.

       Fue precisamente entonces cuando el Niño Jesús sonrió y con sus manitas aplaudió, desde el regazo de su madre. María extendió sus brazos hacia aquel fraile para que fuese él quién sostuviera un buen rato el Niño Jesús.

 

Tengo en las manos la primera felicitación de Navidad, que me ha llegado de Francia. Es de Paul, esposo de Nicole, me comunica como una primicia la noticia de que el oculista acaba de quitar el apósito del ojo derecho de su esposa, tras una compleja operación. La visión de su ojo izquierdo la tiene perdida. Ella ha tenido que pasar tres años a oscuras, pero ahora finalmente, Nicole, ha podido contemplar la cara sonriente de su marido. 

 Semanas y meses haciéndose compañía, a tientas, han precedido este momento maravilloso de sus vidas. ¡Qué Navidad más inolvidable y de acción de gracias!

Muchas personas están o estamos a oscuras por razones diversas. Dejémonos de lamentarnos, de culpabilizar o dar golpes al aire. Quizás no acabamos de ver el rostro luminoso de las personas que tratamos cada día o no nos sale del corazón dar las gracias por el regalo que de alguna manera son para mí.

A las puertas de esta Navidad 2018 se nos presenta una nueva oportunidad de quitarnos o quitar de alguien el apósito, la venda de los ojos. Pero un milagro así no se improvisa. Puede que necesitemos quitarnos complejos de superioridad o de inferioridad. Necesitaremos acoger al niño que todos llevamos dentro y dejarlo jugar con el Niño del pesebre.

Seguro que, si nos lo proponemos, nos saldrán aquellas «naranjas» del cuento para hacer malabarismos y dejar boquiabiertos a los que van de  «sobrados» por  la vida. Eso sí, necesitamos un poco más de silencio. Francisco de Asís recomendaba a sus compañeros: “Prediquen el Evangelio y sólo utilicen las  palabras en caso de necesidad”.

«Con el Espíritu debemos comportarnos como con una paloma, que se nos acerca más, a medida que nosotros estamos más quietos, sin vacilaciones, dispuestos a esperarlo» (Enzo Bianchi).

             “Noche de Dios, noche de paz;claro sol brilla ya…”