No hace mucho me escribía un lector preguntándome por qué no aparecían apenas películas españolas en esta sección. Tenía toda la razón. Desde finales del 2012, si la memoria no me falla, no he escrito sobre una obra patria. Nunca miro la nacionalidad de las películas, así que creo que la respuesta es sencilla: las películas españolas que he visto o no me han gustado o no las consideraba interesantes para la revista. Aunque reflexionando un poco más, y al hilo de los recientes premios Goya, llego a la conclusión de que hace mucho que el cine producido en casa no me conmueve, no me dice nada relevante desde lo artístico o lo emotivo. Coixet, por quien siento cierta debilidad, se ha vuelto demasiado irregular y su última película es un fiasco (Nadie quiere la noche). Lo mismo le ocurre a otros directores con voz propia, que no siempre cumplen expectativas -como León de Aranoa- cuando tienen una buena historia les faltan los medios o el talento para contarla. No descarten tampoco que a quien le falle el talento y la mirada sea al crítico.
Sin embargo, una película reciente desdice todo lo que he escrito en el párrafo anterior: Truman, del director barcelonés Cesc Gay. Vi la obra gracias a una de las escasas ventajas que tiene pasar más de doce horas en un avión, allá arriba puedes ponerte al día con la cartelera. La dejé reposar. Había habido escenas que me conmovieron, (también alguna me chirrió), pero sabía que era una obra de digestión lenta. La he recuperado dos meses después y sigue teniendo todo el aroma del buen cine.
Cesc Gay es de esos directores que, a pesar de la brillantez con la que suele manejarse en los diálogos, prefiere dejar lo esencial escondido, apenas apuntado para que el espectador inteligente lo descubra y rumie. Así, en su mejor película hasta la fecha, En la Ciudad (2002) esa manifiesta ocultación era el mensaje, por ello no se dejen engañar por la aparente sencillez, por la fluidez de la trama, por las vetas de humor en Truman. El director barcelonés, inteligente y hábil en la creación de sus guiones, deja siempre un aire circunspecto, donde lo grave no se manifiesta ni se juzga, tan solo se intuye. Lo que no se manifiesta es porque o no se puede o no se sabe expresar y los adioses definitivos, ya se sabe, son siempre impronunciables. Pero ahí está el talento para dejar que la luz penetre por esas rendijas que abren los personajes.
Y los personajes de Truman son tan cálidos y cercanos que el espectador se identifica enseguida con ellos: todos somos ese amigo que se nos muere o somos el que acompaña sin saber muy bien cómo reaccionar ni qué decir. Hay momentos de hondura, en los que un nudo nos aprieta la garganta y nos encoge el corazón. El espectador sufre, pero con exquisita elegancia y sin frivolizar nunca en mitad del drama encontramos momentos de comedia, de un humor tan absurdamente humano que nos enganchan todavía más con lo que estamos viendo.
Hay momentos maravillosos y excelentemente rodados, como el estremecedor abrazo entre padre e hijo que expresa todo lo que se han estado ocultando en su encuentro. O esa absurda conversación con el veterinario, que esconde el terror de quien siente ya la presencia de la muerte. O la brutal conversación en el camerino con el productor teatral…
La mirada de la cámara es limpia y honesta. Con ternura se detiene en conversaciones y gestos que nos hablan de nosotros mismos. El sentido de nuestra vida y la de nuestros seres queridos, los fundamentos de la amistad, la manera en la que afrontamos la llegada de la muerte, la aceptación o no de la misma, cómo acompañar en el tramo final, la conformidad o no con las decisiones de los otros. Estas y otras muchas cuestiones se ven reflejadas en Truman sin subrayados ni elocuencias vanas.
Su mayor mérito es que a pesar de estar explorando emociones que tocan los fundamentos de la condición humana todo fluye en la pantalla de manera sencilla y veraz. No busca la lágrima, pero nos conmueve y agita, dejando huella. Y cuando se reposa y rumia, el espectador descubre que es una obra luminosa, que aunque habla de la inexorable muerte reconcilia con la vida y trasmite esperanza.
A la inteligencia del guión y al estilo del director, se une un inmenso Ricardo Darín, dueño absoluto de la película, actor siempre empático. Julián no es Darín, es el espectador, o su padre, o su amigo. Se nos mete dentro como una proyección propia y no nos deja en toda la película. Hay pocos actores que tengan esa capacidad de involucrarnos, de vernos en él. Trasmite por dentro y por fuera, esa mirada de súplica ante el amigo, o el arrebato ante quien le niega el saludo. Darín no es un actor, somos nosotros en la pantalla. Un genio. Y además suele hacer grande a los compañeros. Javier Cámara (Tomás) le da buena réplica como ese amigo perplejo ante lo inevitable, que acompaña sin juzgar, que está ahí como solo pueden estar los amigos de verdad. Dolores Fonzi, la prima Paula, a quien le cuesta más aceptar todo lo que ocurre, es como un pequeño grito de impotencia y rabia. Desfilan también un numeroso grupo de actores, que casi como un cameo, aparecen brevemente, desde la esposa del director Ágata Roca, hasta José Luis Gómez, Javier Gutiérrez, Silvia Abascal o el habitual en las películas de Gay, Eduard Fernández.
Para mí la única nota chirriante en la película sea el encuentro previo a la despedida entre Tomás y Paula. Para no desvelar más de la cuenta, y porque seguro que soy yo el equivocado, lo dejo ahí. Cualquiera más inteligente que este crítico sabrá valorarlo mejor.
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RPJ 512 ENERO 2016 -Cine, Truman, cómo decir adiós – Chema González Ochoa
Ficha técnica
Título original: Truman
Año: 2015
País: España-Argentina
Duración: 108 minutos.
Director: Cesc Gay
Guión: Cesc Gay y Tomás Aragay.
Música: Nico Cota y Toti Soler
Montaje: Pablo Barbieri Carrera
Director de Fotografía: Andreu Rebés
Dirección artística: Irene Montcada
Diseño de producción: Isidro Terraza
Producción: Diego Dubcovsky
Intérpretes: Ricardo Darín (Julián); Javier Cámara (Tomás); Dolores Fonzi (Paula); Eduard Fernández (Luis); José Luis Gómez (Productor) Javier Gutiérrez (Asesor funeraria) Alex Brendemühl (Veterinario); Silvia Abascal (Mónica); Elvira Mínguez (Mónica); Pedro Casablanc (médico)
Sinopsis
Julián, (Ricardo Darín) recibe la inesperada visita de su amigo Tomás (Javier Cámara), quien se ha enterado del estado terminal de su enfermedad. Julián está dejando en orden sus cosas antes de morir y le preocupa con quién se quedará su fiel compañero, Truman, un perro para el que busca una familia de adopción. Durante cuatro días Tomás acompañará a Julián en sus despedidas.
ALGUNAS PISTAS DE TRABAJO
– ¿Te ha gustado o no la película? ¿Ha conseguido emocionarte y hacerte reflexionar?
– ¿Qué crees que es lo más interesante y el mensaje principal del relato?
– ¿Qué es lo que más te ha gustado de la historia?, ¿qué es lo que más te ha hecho reflexionar? ¿Y lo más original?
– ¿Has tenido alguna muerte cercana últimamente? ¿Le acompañaste en el tramo final? ¿Cómo te despediste de él o ella?
– Si te vieras en una situación como la de Julián (Ricardo Darín), ¿actuarías igual? ¿Cuál sería tu reacción? ¿Con qué seres quisieras encontrarte para despedirte?, ¿y a quién desearías pedir perdón?
– ¿Si tú fueses el personaje de Tomás, que interpreta Javier Cámara, aceptarías la decisión de tu amigo? ¿Tratarías de convencerlo para que cambiase su decisión? ¿Qué argumentos le darías?
– ¿Cuál crees que es la mejor forma de acompañar a un persona que está enferma sin solución? ¿Qué tipo de esperanzas le darías? ¿Aconsejarías que decidiera ella poner fin cuando lo considerase oportuno?
– Recordando la vida y muerte de Jesús de Nazaret, el momento de su pasión, ¿cómo actúa?, ¿cuáles son sus despedidas y qué hace?, ¿cómo vive el perdón?…
– ¿Descubres en algún momento de la película la presencia de Dios?
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