Ciencia y religión – Carlos Pajares

Etiquetas: ,

Carlos Pajares

pajares@fpaxp1.usc.es

Introducción

¿La ciencia y la religión son compatibles? ¿Son comprensiones de la realidad irreconciliables? Hay mucha gente, entre ellos muchos científicos, que piensan que la ciencia con sus logros y descubrimientos ha ido destruyendo las creencias religiosas y consideran a la religión como los restos de un anacronismo histórico. Esta posición se ha visto acentuada mediáticamente desde hace unos años por un ateísmo militante y combativo, encabezados por el biólogo genetista de Oxford R. Dawkins, el físico premio Nobel S. Weinberg y el filósofo y neurólogo D. Dennett. Sin embargo, hay también muchos científicos que son personas profundamente religiosas y que piensan que entre ellas no hay conflicto alguno porque la ciencia se ocupa de la comprensión de la naturaleza y del mundo accesible al método experimental, mientras que la religión se ocupa de experiencias humanas que no son accesibles al método experimental, como son la necesidad de sentido a la existencia humana o a la inclinación hacia la verdad, la belleza y la bondad. No solo escapa al método experimental la religión, sino otros conocimientos como son las artes y la filosofía. Muchos conocidos científicos a lo largo de la historia eran cristianos como Galileo, Newton, Faraday, Maxwell, Pasteur y, en tiempos más cercanos, C. Rubbia, W.D. Philips, J.H. Taylor o R. Smalley, premios Nobel de física los tres primeros y de química el cuarto. Otro ejemplo es el de J.C. Polkinhorne, pastor protestante, profesor de partículas elementales en Cambridge y de teología en la misma universidad.

Hay argumentos usados en contra de la religión que se refieren a concepciones de ella superadas en la actualidad. Un ejemplo de ello es cuando se confrontan la visión del origen y evolución del universo descrita en el Genesis con el conocimiento científico actual de la evolución del universo. Nadie religioso medianamente serio cree en el significado literal del texto del Génesis, de la misma manera que no se cree la lectura literal de cualquier texto ya sea bíblico, literario o filosófico, abstraído de su contexto histórico y social, así como de su género literario. Por ejemplo, nadie puede creer que el hombre fue creado después de siete días desde el origen, y desde luego no dice que el Genesis por ello es falso.

En nuestro mundo secularizado la religión tiende a ser vista como algo extraño, caída del cielo, alejada del día a día de los quehaceres y preocupaciones del hombre. La religión llega a nosotros porque alguien ha tenido una revelación y nosotros lo hemos creído porque alguien nos ha dicho esa revelación. Sin embargo, la religión y en particular el cristianismo nace de la vida y se dirige a la vida. La religión no es más que un intento humano de dar respuestas a preguntas humanas. A las preguntas más humanas que existen: Por qué nacemos, por qué vivimos, qué sentido tiene la vida, cómo debemos comportarnos, si tiene sentido y el porqué del sufrimiento humano, sobre si tiene algún fin el mundo, dónde reside nuestra libertad, si tiene sentido que nuestra vida acabe, qué es nuestra interioridad, por qué tenemos conciencia… La actitud religiosa surge no porque mediante la revelación se tienen las respuestas a todas las preguntas y problemas de los hombres. No es un recetario fantástico, una especie de Wikipedia psicológica donde basta consultar cuando tenemos un problema o una pregunta. Por el contrario, surge en el caminar de la vida, según van ocurriendo las penas, alegrías, dudas y certezas de cada uno, y van configurando un determinado tipo de respuesta a las grandes preguntas de la vida y de la existencia. Desde luego, lo que caracteriza la respuesta no es la ausencia de interrogación, búsqueda, inquietud, limitación y vulnerabilidad. Las respuestas están determinadas por encontrar a Dios como clave fundamental y ver que existe un nivel de preguntas que solo encuentran satisfacción cuando descubrimos que nuestra existencia está apoyada por Dios, acompañada por Él, promovida por su presencia en y entre nosotros. A partir de ahí se comprende que era Dios quien ya estaba suscitando esa respuesta, se la estaba revelando. Por eso es fundamental, para trasmitir el cristianismo, saber acompañar a encontrar respuestas a las preguntas humanas, no dando respuestas convencionales que muchas veces son equivocadas, al menos para trasmitir el Evangelio que, al fin y al cabo, es una buena nueva.

Preguntas fundamentales

En el debate entre la ciencia y religión surge la pregunta sobre la incapacidad de la ciencia de contestar a preguntas fundamentales, en el sentido que decía el filósofo de la ciencia Popper. Pongamos un ejemplo de pregunta fundamental referida a la música. Científicamente se formula como una respuesta neuronal al impacto de las ondas en el tímpano que son procesadas en una determinada región del cerebro. Sin embargo, el misterio profundo de la música, a saber, ¿cómo una secuencia temporal de sonidos puede hablarnos de un mundo de belleza que nos conmueve? se escapa a su comprensión. Un elemento importante del debate es el reconocimiento de preguntas límites que van más allá de la autolimitada capacidad de la ciencia. El éxito de la ciencia se basa en su autolimitación a contestar preguntas concretas y específicas concernientes a procesos susceptibles de verificar. A veces los científicos hacen afirmaciones que no son afirmaciones científicas, en el sentido mencionado anteriormente.

Los investigadores, cuando buscan soluciones, investigan y quieren comprender aspectos de la naturaleza, asumen un principio no demostrable, aunque ellos mismos puede que no sean conscientes de ello. La naturaleza es comprensible. ¿Por qué? ¿Por qué la podemos entender? ¿Por qué existen unas leyes de la naturaleza que poseen una gran sencillez y universalidad? ¿Por qué las leyes de la naturaleza acogen y explican una enorme diversidad de fenómenos o individuos de una manera simple y universal? Pensemos en el ADN y el código genético que explica la diversidad de especies y de individuos, el sistema periódico que explica la diversidad de elementos químicos, el modelo estándar en física de partículas que explica cómo están compuestos todos los núcleos y partículas elementales y sus interacciones… La ciencia es incapaz de contestar a este carácter profundo de las leyes de la naturaleza. El mundo no solo es profunda y racionalmente transparente a la investigación, sino que también es de una profunda belleza racional. La interpretación religiosa vuelve inteligible la comprensión del propio universo, ya que afirma que el mundo está lleno de trazas de una mente, precisamente porque la mente de su creador está detrás de su hermoso orden.

Principio antrópico

En la evolución del universo hay diversos aspectos que son cruciales para que pueda existir vida inteligente. Por brevedad mencionemos solo tres (1):

  • El valor de la llamada fuerza débil a nivel nuclear es crucial en la formación de los primeros núcleos atómicos (nucleosíntesis) que se realiza alrededor de cien segundos después del Big Bang, empezando por el deuterón, núcleo formado por un protón y un neutrón. Si fuese un poquito más grande, dicha fuerza débil, los neutrones se desintegrarían más rápidamente y nos quedaríamos sin neutrones para formar deuterones. Si fuese un poquito más pequeña, daría tiempo a que los neutrones consumiesen todos los protones en la formación de deuterones y así nos quedaríamos sin hidrógeno y, por tanto, sin agua fundamental para la vida.
  • El universo en el origen del Big Bang debió tener una entropía muy baja para que se pudieran formar todas las estructuras que observamos (cúmulo de galaxias, galaxias, estrellas, planetas…). R. Penrose, ilustre físico teórico de Oxford, calculó que de diez elevado a diez elevado a 123 universos posibles solo uno tendría el orden adecuado a esa entropía.
  • El universo debe tener ese inmenso tamaño, cerca de 13700 millones de años, para que la humanidad pudiese existir. Ese tamaño es el que el universo alcanza con una materia próxima a la densidad crítica. Si tuviese menos, el universo se expandiría más rápidamente impidiendo la formación de galaxias; y si fuese mayor, todo el universo se derrumbaría por efecto de la gravedad.
  1. Dyson, famoso físico matemático y divulgador, dice: «Cuanto más examino el universo y su arquitectura, más evidente encuentro que el universo debía saber que nosotros estábamos de camino». Como vemos, la fuerza de determinadas interacciones, así como determinadas condiciones iniciales del universo, deben estar entre unos valores muy determinados para que la vida inteligente sea posible. No hay explicación teórica para que tengan esos valores aparte de la evidencia experimental. El principio antrópico en su versión débil dice que el universo que observamos tiene que ser consistente con nuestra presencia como observadores. En la formulación fuerte se afirma que necesariamente tienen esos valores para permitir la aparición de la vida. Esta formulación es rechazada por los ateos dado que la necesidad de un ajuste fino para nuestra existencia apuntaría a un ajustador divino.

Hay diversas teorías que intentan explicar el ajuste fino, una de ellas es la que asume la existencia de multiuniversos, cada uno con unos valores diferentes para las fuerzas y justo en el que vivimos es el que se tienen los valores adecuados para la vida. La crítica a estas teorías es su falta de naturalidad y parecer estar hechas ad hoc para salvar el ajuste fino. Más modesta posición es la que expresa que el conocimiento actual es muy limitado y que habrá que esperar tiempo para que aparezcan nuevas ideas capaces de explicar sencilla y naturalmente este ajuste fino. Por supuesto, el ajuste fino puede interpretarse como la existencia de un ajustador, esto sería prácticamente la prueba de la existencia de Dios. Hay otros que pensamos que la creencia en la existencia no será nunca una verdad científica sujeta a aprobación o desaprobación por razones estrictamente científicas. Esta posición no es contradictoria con que se piense que el orden y la belleza del universo y su evolución son un reflejo de su creador, incluyendo el ajuste fino, sea explicado o no por la ciencia. De la misma manera, al observar este universo grandioso con millones y millones de galaxias y estrellas, al compararlo con la pequeñez humana, no puede menos que dar gracias a Dios, al pensar que sin su grandiosidad no podríamos estar aquí.

Creación y revelación

¿Qué hacia Dios antes de crear el mundo? Estaba preparando el infierno para meter a los que hacen esas preguntas. Esta contestación proveniente de san Agustín en su libro Las Confesiones, no es muy diferente a la respuesta de la Física a la pregunta ¿Qué paso antes del Big Bang? La respuesta estándar es que en el Big Bang se crea el espacio y el tiempo y por tanto no tiene sentido preguntar por el antes. La contestación, aunque correcta, no puede dejarnos satisfecho. Realmente al acercarnos a tiempos muy próximos al Big Bang, alrededor de diez elevado a menos 43 segundos, la relatividad general y la mecánica cuántica entran en conflicto. Para resolverlo se han propuesto diversas teorías, algunas muy atractivas como la teoría de cuerdas, pero sin confirmación experimental

La creación no se refiere en primera instancia, a cómo empezaron las cosas, sino por qué existen. Dios es contemplado tanto como el ordenador y sustentador del cosmos como su creador. La creación es un proceso de despliegue continuo, en el que Dios actúa tanto a través de procesos naturales, como de cualquier otra forma. Dios no creó un mundo predeterminado o terminado, sino un mundo que permitió a las criaturas hacerse a sí mismas, ya que dicha potencialidad surge por medio de un proceso evolutivo cósmico y terreno (2)(3).

Dios no es un tirano cósmico que mueve los hilos de la creación como si fuese un teatro de marionetas. Dios es Amor y el regalo del Amor debe garantizar siempre de independencia al objeto de ese Amor. La creación es un acto de autolimitación de Dios, porque permite a sus criaturas ser y hacerse a ellas mismas. Esto implica que, aunque permitido por Dios, no todo sucede de acuerdo con la voluntad divina. En la encíclica Laudato Si el papa Francisco (4) escribe: «Él de algún modo quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo y de evolución donde muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o fuentes de sufrimiento, en realidad son los dolores de parto que nos estimulan a colaborar con el Creador. Él ésta presente en lo más íntimo de cada cosa, sin condicionar la autonomía de su criatura y esto también da lugar a la autonomía de las realidades terrenas. Esta presencia divina, que asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, es la continuación de la acción creadora. Esto provoca la convicción de que, siendo creadas por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por leyes invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, humilde y cariñoso».

La acción de la creación consiste en sustentar y capacitar a la criatura para que esta actúe, por sí misma, por las leyes de la naturaleza y por las motivaciones abiertas de la libertad. Este concepto de la creación está basado en la tradición cristiana que aparece magníficamente expresado por san Ignacio de Loyola en la Contemplación para alcanzar Amor de sus ejercicios espirituales: «Mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando a entender; y así en mí dándome el ser, animando, sensando y haciéndome entender».

Es bajo esta concepción en la que se debe entender la revelación de Dios. No tiene sentido una revelación que fuese un dictado divino de una serie de verdades, como caídas del cielo a través de la inspiración de la mente de algún profeta. Bajo la apariencia de humildad y sumisión, la aceptación de esa revelación causa indiferencia. Da igual lo que se revela. Muy diferente es una revelación en lo que descubre el profeta no es una realidad superpuesta, sino la realidad humana y del mundo, y lo específico no es añadirle un suplemento sobrenatural, sino verla en su integridad y profundidad, al descubrirla fundada en Dios. Tampoco es compatible con la ciencia la concepción de un Dios tapa-agujeros, atento a un mundo, pero pasivo y actuando solo con intervenciones puntuales, de carácter más o menos milagrosas, movido por las peticiones de sus fieles. El maestro Eckhart decía que muchas personas miran a Dios como miran a una vaca, y esperan de Dios lo que esperan de una vaca. Se espera de una vaca que dé leche y queso para la propia utilidad. Así hacen todas las personas que esperan de Dios riquezas exteriores y/o consolación interior. No aguardan nada auténtico de Dios, sino únicamente sus propios intereses. La creencia en un Dios personal y de su intervención en el universo, no supone que sean suspendidas las leyes físicas o biológicas. Remitiéndose a santo Tomás, Karl Rahner dice: «Dios produce el mundo y propiamente no opera en el mundo; que Él sustenta la cadena de las causas y, sin embargo, por esta acción no se intercala en la cadena de las causas, como un eslabón entre ellas. Dios no actúa aquí o allá, ahora o más tarde, porque está ya, siempre y en todo, haciendo ser y actuar, potenciando a cada criatura para que sea ella misma, liberando a cada persona para que pueda realizarse».

La sabiduría, el amor y la receptividad personal de Dios en modo alguno rivalizan con las causas físicas. La experiencia de Dios debe ser consonante con las perspectivas naturales del mundo natural (6)(7)(8). En palabras del papa Francisco: «El Espíritu de Dios llenó el universo (con virtualidades) que permiten que, del seno del mismo, de las cosas, pueda brotar siempre algo nuevo».

Referencias bibliográficas

  1. Polkinhorne, «El principio antrópico» en Ciencia y Fe en diálogo Vol. II, Documentos Faraday, Madrid, 2012.
  2. Polkinhorne, Science and Religion New Science Library 1998.
  3. Udias, Ciencia y Religión, Santander, 2010.
  4. Papa Francisco, Laudato Si, Madrid, 2015.
  5. Torres Queiruga, A revelación de Deus na realización do home, Santiago de Compostela, 1985.
  6. Haught, Dios y el nuevo ateísmo, Santander, 2012.
  7. Barbour El encuentro entre Ciencia y Religión, Santander, 2004.
  8. Polkinhorne, La fe de un físico, Estella, 2007.

Te interesará también…

Newsletter

Recibirás un correo con los artículos más interesantes cada mes.
Sin compromiso y gratuito, cuando quieras puedes borrar la suscripción.

últimos artículos