CARTA Y EL EMPLEADO DE CORREOS
Joseph Perich
Un funcionario de Correos detecta una carta dirigida a Dios, sin especificar la dirección. El empleado decide abrirla. En ella se puede leer:
“Querido Dios, soy una viuda de 83 años. Ayer me robaron el bolso con los 600 euros para pasar el mes. No sé qué hacer. No tengo familia. Tú eres mi única esperanza. ¿Me podrías ayudar?”
El funcionario, perplejo, la enseña a sus compañeros de trabajo. Estos, conmovidos, recaudan entre todos 520 euros y los hacen llegar a la remitente.
Unos días después llega a la oficina de Correos otra carta de la mujer. La reconocen por la letra y porque de nuevo se dirige a Dios.
La abren y, llenos de curiosidad, pueden leer:
“Querido Dios, con lágrimas en los ojos y el corazón lleno de agradecimiento te escribo esta carta para decirte que, gracias a tu regalo, he pasado uno de los mejores meses de mi vida. Siempre procuro seguir tus indicaciones. Posiblemente sea ésta la razón de tu generosidad. ¡Gracias, Dios mío!… Por cierto, faltaban 80 euros. Seguramente se los habrán quedado estos funcionarios corruptos de Correos…”
Reflexión:
Estaremos de acuerdo en que no se trata de un cuento sino de la más cruda realidad cotidiana.
Un padre de familia, bien conocido, se pasa horas junto a un compañero terminal sin familiares cercanos, gestiona el proceso con los médicos y enfermeras,…. Me encuentra por la calle y, con lágrimas en los ojos, me dice: «algunos vecinos me están criticando. Comentan que estoy aprovechándome de la indefensión de mi compañero para ver si le puedo «esquilmar» dinero».
A menudo la poca altura moral toma formas bien conocidas. Cuánta gente, sin avergonzarse, se llena la boca, a menudo por no ponerse la mano en el bolsillo, con expresiones como esta: «El Asistente Social ayuda más a los morenos o magrebíes que los de casa». «En Cáritas dan dinero y alimentos a gente que no lo necesita «… Cierto que se dan errores, y continuarán dándose. La picaresca humana no tiene límites y los Servicios Sociales u ONGs no disponen de un cuerpo policial para comprobar caso por caso. Lo que no se puede hacer es generalizar y menos aún culpabilizar a los voluntarios que regalan unas horas de su tiempo, o los funcionarios que, con una dosis complementaria de voluntariado, trabajan condicionados por lo que les permiten los políticos de turno.
Si se descubrieran indicios de una equivocada gestión, debe comunicarse o pedir que se estudie más a fondo a esa persona o familia. Recuerdo haber recibido una carta anónima (alguien que no se atreve, por la razón que sea, a identificarse) que fue muy eficaz para cortar en seco la ayuda a una persona que no le correspondía. Siempre habrá un tanto por ciento de engaño o de error, pero lo que no es correcto es pregonarlo por la calle y hacerlo desde una disimulada insolidaridad.
El trabajo, es muy gratificante pero también a menudo ingrato, de todas las entidades solidarias y de sus voluntarios, como nos ha dejado escrito Vicente Ferrer, es doble: «El objetivo debe ser curar las dos enfermedades que padece la humanidad: la de dos tercios que sufren hambre y la de un tercio que sufre egoísmo».
Todos, y hoy más que nunca, estamos invitados a ensanchar el tejado de nuestro círculo para que puedan encontrar cobijo los más «acorralados». Eso sí, «cuando ayudes a los demás, mira que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto. Tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará «(Mt 6, 3).