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CARLOS DE FOUCAULD: HERMANO UNIVERSAL EN LA PERIFERIA
Juan Spanhove
Joven aristócrata, juerguista y aventurero, de naturaleza inquieta y ardiente, lee mucho, pero nota que los autores se contradicen. No encuentra en ninguna parte la verdad y pierde la fe a los dieciséis años. Permanece en la indiferencia durante más de doce años. Más tarde describe el sentimiento de un vacío enorme durante ese periodo.
Después de un tiempo en el ejército hace un arriesgado viaje a Marruecos, disfrazado de judío. Comienza un cambio en su vida. La dura experiencia de esos once meses, el contacto con la soledad del desierto, la acogida de los judíos y la fe de los musulmanes lo impactan.
«El islam ha provocado en mí un cambio profundo… El contacto con esta fe, con estas almas viviendo continuamente en presencia de Dios, me ha hecho entrever algo mucho más grande y más verdadero que las ocupaciones mundanas. Me puse, pues, a estudiar el islam y a continuación la Biblia».
Redescubre la fe de su infancia y hace la experiencia de la presencia de Dios y su misericordia. El resto de su vida estará marcada por esta experiencia de un Dios inmensamente bueno que va en búsqueda de los pecadores y no rechaza a nadie.
«Tan pronto como creí que existía Dios, me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que vivir para Él».
Tras vivir la experiencia del amor incondicional de Jesús, quiso vivir de este mismo amor con los más alejados o despreciados. Es el hilo conductor en medio de varios cambios: de monje trapense a humilde jardinero en Nazaret, la vuelta al desierto —a Beni Abbés, cerca de la frontera marroquí— y finalmente su instalación solitaria en el sur del Sáhara argelino, entre los tuaregs.
Para mantener su vida contemplativa, Carlos se impone normas monásticas, que no puede seguir, pues la realidad y el Espíritu le empuja más allá… y así, poco a poco, irá descubriendo otra forma de vida contemplativa. Llega a ser el amigo de los tuaregs. Su caridad conquista el corazón de todos. Quiere ser hermano universal como Jesús. Da valor a la cultura tuareg, transcribe sus poemas y lleva a cabo una enorme tarea lingüística de gran calidad científica. Poco a poco se da cuenta que su misión en este mundo no cristiano es seguir convirtiéndose a sí mismo, viviendo el Evangelio hasta las últimas consecuencias.
La mirada de Carlos abraza la misión de toda la Iglesia y piensa que esta podría ser para cristianos laicos. Con este propósito presenta su proyecto de «cristianos fervorosos, de cualquier condición, capaces de dar a conocer con su ejemplo la religión cristiana, de hacer visible el Evangelio con su vida».
En el momento de su asesinato en 1916, su proyecto solo cuenta con unas decenas de adscritos. Hoy muchos grupos muy diversos forman su familia: laicas y laicos, consagradas laicas, religiosos y religiosas, sacerdotes… cada grupo con sus propias características y matices.
Muchos aspectos de su vida y espiritualidad siguen de gran actualidad:
- Carlos vive la pobreza y la humildad como Jesús en Nazaret y como uno de tantos. Un buen antídoto contra tanto afán de destacar a costa de aplastar a otros. Caminar juntos, de verdad, sin ocultar nuestros límites y nuestras necesidades, con nuestras pequeñeces y grandezas, es dar la posibilidad de considerarnos hermanos.
- Su apostolado fue el de la amistad y de la bondad. Gritó la buena noticia con su vida, siendo amigo y hermano e interesándose por la cultura de los demás. Y así se hizo hermano universal, hermano de todos. Lo vivió con los más alejados, en la «periferia». ¡Todo un desafío, también en nuestra sociedad actual donde se mezclan culturas y religiones!
- Compartió la vida y se entregó como Jesús Eucaristía para dar vida. El pan que se parte y reparte como comida del mundo es el símbolo y acicate del corazón creyente que se rompe y entrega en el amor de cada día a los hermanos que lo necesitan y tienen hambre de salvación. El realismo de Carlos une la asidua contemplación del misterio de la Eucaristía con una extrema sensibilidad hacia las necesidades de los pobres.
- Abre un nuevo modo de ser contemplativos: en el corazón del mundo que Dios ama. Ver, contemplar y amar el mundo y las personas como Dios, especialmente en los pobres, con los que Jesús se identifica, es el gran reto. Los detalles de una vida sencilla nos ayudan a sentir a Dios en nuestras vidas. Como para Jesús en Nazaret, nuestra vida cotidiana se convierte en el lugar de crecimiento.
- La vida era una búsqueda continua: un santo con sus luces y también sus sombras, como dice Margarita Saldaña en su libro El hermano inacabado, que puede inspirar a tantos buscadores de sentido.
- Carlos amó apasionadamente a Dios. Jesús fue su mejor amigo, su hermano, su maestro, su todo. Quiere imitarle, seguirlo, amar como Él amó. Ante la ternura y la misericordia de Dios descubre cómo la verdadera grandeza del ser humano es sumergirse en una oración de adoración, que lleva al abandono sin límites. Unificar todos los movimientos de corazón para que la confianza y el abandono estén a la base de todas nuestras actitudes humanas da fuerza en un mundo con tanta dispersión. En una de sus meditaciones pone en boca de Jesús estas frases que hoy conocemos como la «oración del abandono»:
Padre mío, me abandono a ti.
Haz de mí lo que quieras.

Hermitage of Father Charles de Foucauld, Assekrem, Hoggar, Ahaggar, Wilaya Tamanrasset, Algeria, Sahara Desert, North Africa, Africa. Credit: Album / ImageBroker / Egmont Strigl
Lo que hagas de mí te lo agradezco.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón.
porque te amo
y porque para mí amarte es darme,
Entregarme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.