CANTO DEL PÁJARO – Josep Perich

CANTO DEL PÁJARO 

Josep Perich

Dos amigos andan juntos por la calle. Les envuelve el ruido multiforme de la ciudad moderna. Uno es alemán, hijo de la ciudad, adicto del asfalto y de las tecnologías informáticas de última generación. El otro es un yogui hindú que está de visita. Su vestido es anaranjado y camina con los pies descalzos.

De repente, el yogui se para, coge del brazo a su amigo para decirle:

¡Escucha, un pájaro está cantando!

No me vengas con tonterías. Aquí no hay pájaros. No te pares responde el alemán.

 Al cabo de un rato el yogui, disimuladamente, deja caer una moneda sobre la acera.

 El amigo alemán se detiene y le dice:

 –Espera. Se ha caído alguna cosa mientras se agacha para recoger del suelo la moneda, el yogui, con una sonrisa, le dice:

 –Tus oídos están afinados al dinero, y esto es lo que oyes. Con el mínimo sonido de una moneda reaccionas. Es lo que ven tus ojos y lo que desea tu corazón. En cambio, estás desafinado para los sonidos de la naturaleza. Estás cerrado a la belleza, a la alegría, a los colores del día y a los sonidos del aire.

 ¡Andas desafinado, el pájaro sí que había cantado!

 Reflexión: 

Antonia, madre de familia de Blanes, lucha como una leona para sacar adelante a sus hijos, dos de ellos afectados por discapacidades sensoriales. El tercero ya vive emancipado y con pareja, pero en el paro. Este se deja caer por casa de los padres y dice:

-¿Madre, por casualidad, no te habrá quedado nada de la comida?

-Hijo, «por casualidad» no ha quedado nada, lo que sí te tengo a punto es un par de platos de arroz para ti y tu pareja, respondió la madre.

Antonia, más que el oído, tiene las antenas bien desplegadas para enterarse no sólo de lo que necesitan sus hijos, sino también de los «silenciosos» gritos de auxilio que salen del nuevo hogar de su hijo, a bastantes metros de distancia de su casa. Si hubiera estado pegada a la televisión u obsesionada con sus imágenes, por ejemplo, habría tenido su sensibilidad «anestesiada» para enterarse de lo que pasaba unas calles más abajo.

Ya unos siglos antes de Cristo, un salmista recitaba: «Los ídolos de ellos son plata y oro, tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, oídos que no oyen … Serán como ellos los que los fabrican, y todos los que le tienen confianza» (Salmo 113).

Un hermoso proverbio oriental dice: «El ojo ve sólo la arena, pero el corazón  Iluminado puede vislumbrar el final del desierto y la tierra fértil». Si miramos con el corazón quizás podremos ver lo que otros no ven.

 Aquel vibrante y frágil canto del pájaro, que despertó la sensibilidad del amigo oriental y puso en evidencia la sordera del compañero alemán, me recuerda un antiguo discurso de un líder indio americano: Nosotros, los indios, sabemos del silencio. No le tenemos miedo. De hecho, para nosotros es más poderoso que las palabras… Observa, escucha y luego actúa, nos decían nuestros ancianos. Ellos nos enseñaron que la tierra siempre nos está hablando, pero que debemos guardar silencio para escucharla. Existen muchas voces además de las nuestras. Muchas voces… (Kent Nerburn).

Y es que el silencio puede convertirse en la música del alma. Más aún, en la Biblia leemos como Elías buscaba la presencia de Dios pero no la encontró ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego; finalmente la encontró «en una pequeña brisa de silencio».

Pedimos a Dios que los políticos de aquí y de más allá apliquen dicha sabiduría de los antiguos y no vayan «desafinando». Que sus ojos vean, sus orejas escuchen, y todos, con el corazón Iluminado, podamos vislumbrar el final del «desierto» y la «tierra fértil».Amén.