Fernando Negro
Las trampas que encuentras en el camino a la felicidad están dentro de ti y se revisten de máscaras aparentes que te llevan a ser la persona que en realidad nunca has sido. Te voy a nombrar algunas.
La trampa de querer que todo y todos, incluido tú misma, sean perfectos. Quien cae en esta trampa se deja llevar por la frustración y el enfado permanentes.
La trampa del desánimo y el negativismo por medio del cual tiramos la toalla y nos dormimos en el colchón de la desesperación, asumiendo sin fundamento que todo está perdido y no vale la pena luchar.
La trampa de la auto-victimización por medio de la cual todo y todos están contra nosotros, por medio de la cual eludimos la responsabilidad personal y dejamos que las circunstancias guíen y dirijan nuestra vida.
La trampa de vivir anestesiados, por medio de la cual inyectamos en las venas espirituales el antídoto de una ilusión: la de que ´estamos bien´ sin más. Así aprendemos a desconectarnos de vivir apasionadamente.
La trampa de creer que el tiempo sana sin más. Lo cual no es verdad, pues el tiempo incluso puede complicar aún más, sobre todo cuando no nos trabajamos para deshacer los nudos que fortalecen nuestras inconsistencias.
La trampa del hedonismo, por medio de la cual nos montamos un chiringuito mental en el que nos montamos la ilusión de una vida fácil, evadida en el internet, las conexiones virtuales, la ley del menor esfuerzo, y el alejamiento del sacrificio como peldaño para la madurez.
Estas y otras muchas trampas, cada uno se las monta en versiones diferentes, hacen de nuestras vidas imitaciones baratas que en lugar de instalarnos en la felicidad, nos llevan a territorios vacíos de ningún lugar.
Cuando síntomas los síntomas, sal corriendo hacia dentro de ti mismo y abandónate en los brazos de tus sueños más nobles por los que estarías dispuesta vivir y morir. La coherencia de vida nos salva de la desesperación de la mediocridad.
Te invito a que, en relación al tema de hoy, leas y medites el salmo 123. Verás ¡qué hermoso y que consolador saber que, en medio de esas trampas, Dios nos va poniendo claves de sabiduría para romperlas y quedar siempre en la libertad de los hijos de Dios!
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.
Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.
Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.