CAMBIAR LA MIRADA, ABRAZAR LA LIBERTAD DE MIS HERMANAS RPJ 556 Descarga aquí el artículo en PDF
Chema Pérez-Soba
chema.perez@cardenalcisneros.es
«En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abraham, herederos según la Promesa» (Gal 3,27-29).
Una de las cuestiones que preocupa a los jóvenes de nuestras comunidades es la desintonía que sienten entre una parte de la comunidad eclesial (o en la imagen social de la comunidad eclesial) con respecto a los temas emergentes: inmigración, feminismo y ecología.
En efecto, parece que, de nuevo, estos temas nos toman a contrapié, como si nos fueran ajenos, como si no formaran parte evidente de nuestro ser cristiano hoy, en este momento y lugar.
Por eso os invito a trabajar con ellos este texto de Pablo a los gálatas que encabeza el artículo. Es dinamita pura para hoy.
Pongámonos en contexto: Pablo ha sufrido una determinada enfermedad que le ha retenido en sus viajes en la zona conocida como Galacia, hoy el centro de Turquía. Él aprovecha para evangelizar y crea una serie de comunidades por la zona.
Sin embargo, un tiempo después, probablemente cuando está en Éfeso, le llegan noticias de que otros misioneros cristianos habían convencido a parte de esas comunidades de que no se podía ser cristiano sin cumplir completamente la ley judía tradicional. Son misioneros judeocristianos que desprecian a Pablo por predicar un cristianismo «de segunda». Y este les responde en esta carta, dura y a la vez preciosa, llena de datos sobre su propia vida, que pone en juego.
Pablo defiende en la carta que la época de la ley ha pasado. Si Jesús es el Mesías, el Cristo, han llegado los últimos tiempos, ya ha empezado el reinado de Dios en el mundo y la reconciliación de toda la humanidad.
Por qué esa es la clave del cristianismo: no es ser buenos sin más, sino apostar la vida en la aventura de hacer presente la voluntad de Dios, el destino de la humanidad ya, aquí…, es decir, hacer verdad el cielo, como pedimos en el Padrenuestro: «venga a nosotros tu Reino (es decir) hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo». ¿Y qué es el cielo? ¿Tocar la lira en una nube? Radicalmente, no. Es, como dice Pablo a los gálatas, cumplir la promesa de Dios: todos los pueblos de la tierra reconciliados en torno a la misma y única mesa; todas las lágrimas enjugadas, todo el dolor superado (Isaías 25,6-9)… Y esto empieza ya.
Por eso, en Cristo, en el bautismo, nos recuerda Pablo, nos «revestimos del ser humano nuevo» y nuestros ojos ven al mundo de otra manera. En esa perspectiva, en la perspectiva de Dios, ya no hay judío ni gentil, libre ni esclavo, hombre ni mujer… Todos los roles sociales saltan por los aires desde una nueva conciencia: todos somos parte de la misma y única familia, la familia del único Padre/Madre, Dios. Por tanto, para mí, varón, las mujeres no son solo mujeres, son mis mismas hermanas, son de mi propia familia. Por ello, respetar su propia vida, luchar por su auténtica libertad es algo connatural a mi ser cristiano. No puedo permitir que mi hermana viva subyugada bajo unos prejuicios que la asfixien. Ni podemos aceptar como normal que se les menosprecie, se las perdone la vida o, todavía peor, se las violente porque alguien sienta que una mujer puede ser «de su propiedad». O que no pueden salir de noche para vivir su vida porque hay peligro… de otros varones. ¿Aceptaríamos para nosotros ese régimen de libertad controlada?
Y eso no es ideología… es que nace de las mismas entrañas. Y ni te cuento cuando descubro que hay mafias que las están esclavizando, vendiendo y comprando como si fueran ganado para que algunos varones puedan explotarlas sexualmente. Jamás. De hecho, nos revelamos desde lo más profundo contra una forma de ser varón que rompa esa fraternidad, que corrompa la familia humana, que traiga el infierno al mundo. Así no queremos ser varones.
Por eso, como nos recuerda Pablo, ser cristianos no es someternos a toda una nueva serie de leyes, sino que implica una transformación real, en el Espíritu, de la forma de existir. Y de esa forma de existir nace la conciencia de que no admitiremos ninguna división que rompa el Reino, que atente contra mi familia humana. Por eso, sentimos como nuestros, con toda la sabiduría y discernimiento cristiano, los movimientos que quieren liberar a nuestras hermanas mujeres, a nuestros hermanas y hermanos migrantes y a nuestra hermana naturaleza.
Para nuestras comunidades jóvenes estos temas emergentes no solo no son problema, sino oportunidad del Espíritu para comprometerse a traer un poco más de cielo al mundo. Y ese compromiso no es una obligación, sino que nace de dejar un poco más que Dios nos ayude a mirar la realidad con sus ojos.