BURRO “CATALÁN” (UN) – Joseph Perich

BURRO “CATALÁN”  (UN)

Joseph Perich

Un náufrago, perdido en una pequeña isla desierta del Mediterráneo, encontró en la arena de la playa una botella de champán vacía, pero que escondía dentro el siguiente mensaje:

“Un día, el burro de un campesino de la Garrotxa se cayó en un pozo.    El animal lloró fuertemente por horas, mientras el campesino trataba de sacarlo sin éxito. Finalmente el campesino decidió que el animal ya estaba viejo, el pozo estaba seco, y necesitaba ser tapado de todas formas y que realmente no valía la pena sacar el burro.

Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarlo. Todos tomaron una pala y empezaron a tirar tierra al pozo.

El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró desconsoladamente. Cayó la noche y los campesinos se fueron a sus casas con la idea de acabar la faena al día siguiente.

En aquella larga noche, el burro levantó la mirada hacia arriba. A  través de la chimenea del pozo pudo vislumbrar una luminosa estrella en el firmamento. En este preciso momento en su corazón despertaba una original intuición.

Al despertar el nuevo día los campesinos volvieron al pozo para rematar la faena. Después de unas cuantas paladas de tierra, miraron al fondo del pozo y quedaron sorprendidos…

¡Con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: se sacudía la tierra y pisándola ya estaba un poco más arriba!

Pronto todo el mundo vio sorprendido como el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando…”

Nuestro solitario náufrago, al cabo de un tiempo de haber leído este inverosímil mensaje fue rescatado por un helicóptero. Pero antes, el piloto había fotografiado, desde lo alto, el paisaje que sigue…

En nuestro entorno la existencia de «náufragos» o de personas que están con «el agua al cuello» es cada día más notorio. Pero lo peor es cuando se añade el «no hay nada que hacer», o el «tirar la toalla».

También es verdad que hay muchas personas que no se resignan, levantan la cabeza hacia arriba, mirando por «el brocal del pozo» donde han caído, y adivinan en plena noche «una estrella» que les ensancha el corazón, les devuelve el color a la cara y les afianza aquellas rodillas que se habían doblado.

Ahora pienso con «José», chico discapacitado psíquico de Gerona. Desde niño, maltratado en casa, vivió un tiempo en una furgoneta abandonada y, finalmente, fue acogido en un piso tutelado. Ayer me llama a las once de la noche para decirme: «Mosén, te llamo porque hoy es mi aniversario». Intuí que necesitaba que alguien lo felicitara. Hace más de veinte años que no nos tratamos. Para él todavía debo de ser un pequeño cometa, de entre muchos otros, que en sus noches, desde lejos, lo anima.

La estrella de la Navidad tiene una «magia» que no tienen las demás. Es una invitación a salir del pozo, a «sacudirnos» la tierra que nos echan encima y que podría ahogarnos. Incluso provoca que cada contrariedad se convierta en una oportunidad para subir un escalón de humanidad y fortaleza de espíritu, hasta salir de él.

«Despojarnos de las obras propias de la oscuridad, revistámonos la armadura del combate a plena luz» (Rm 13, 12) nos dice San Pablo para este Adviento.

¡Fuera desánimos y fuera acomodarnos como si nos tuviéramos que quedar en este mundo para siempre! La raíz de nuestra esperanza es un niño indefenso acostado en un pesebre. Con Él no es la muerte sino el Amor quien tiene la última palabra.

Que el náufrago del dibujo nos aliente en este Adviento a hacer astillas de todo aquello que sea inhumano en nuestra vida, nos anime a construir puentes solidarios y a ser luminosas estrellas para otras personas.

 

 

 

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