Mª Ángeles López Romero @Papasblandiblup
¿Se puede escribir a primeros de abril sobre algo que no sea el coronavirus en una sección que se titula Tendencias? Aislada desde hace 18 días en una habitación de mi casa a la que me llevan la comida y la ropa limpia con guantes y mascarilla, cuesta hablar de otra cosa. Sin embargo, disfruto de dos ventanas, una real y otra virtual, que me aportan aire fresco y me traen buenas noticias, aunque parezca increíble.
La primera de esas ventanas me ha dado el parte meteorológico cada día y me ha ido contando a lo largo de la cuarentena que ha llegado la primavera, ajena al estado de alarma y las medidas de confinamiento. Las plantas que puedo ver desde donde estoy se han ido relevando en su floración para no dejarnos a solas con la angustia, la melancolía o la frustración. Y han acompañado, junto con los pájaros, los aplausos de las 8 de la tarde que nos han recordado que somos, sí: unidos y en plural.
La segunda, la que gracias a internet me ha mantenido conectada con el mundo, me ha contado muchas cosas malas envueltas en cifras y soledad, es verdad; pero también bastantes cosas buenas que han ido ocurriendo durante esta cuarentena, a veces sin que casi nos diéramos cuenta.
No solo ha ocurrido que la mayor parte de la gente está obedeciendo a las autoridades para proteger a los más vulnerables, que en esta ocasión son los ancianos y los enfermos (otras veces invisibles y olvidados). Ni que el confinamiento ha activado el enorme talento acumulado en todos y cada uno de nosotros, y la generosidad y solidaridad que a veces se nos quedan un poco adormecidas de tanta prisa y tanta rutina; y nos hemos lanzado a compartir saber y alegría, a traerle el pan a la vecina o llamar a diario a esa conocida que sabemos que está sola y asustada. Y hemos aplaudido a más gente cada día: sanitarios, personal de limpiezas fuerzas y cuerpos de seguridad, transportistas, personal del comercio, gente del campo, intérpretes del lenguaje de signos, farmacéuticos, bomberos, voluntarios de Cáritas y otras instituciones, profesores a distancia… Tantas y tantas personas que han hecho posible conservar nuestra supervivencia y nuestra dignidad.
También hemos visto que el humor es la mejor medicina para matar el bicho del miedo, tan peligroso o más que el del coronavirus. Y que una pandemia puede derrotar estereotipos y pensamientos únicos: y si no, que se lo digan a Trump, ofertando visados para personal sanitario ¡extranjero! o recibiendo ayuda de Rusia y China, hasta hace dos días feroces enemigos sin remedio.
Y todos hemos aprendido una notable y valiosa lección de humildad: porque ahora somos nosotros, los occidentales, los apestados, los expulsados, los necesitados de ayuda. Y el dinero, los títulos, las buenas casas, los rascacielos y centros comerciales… no nos libran del miedo ni mucho menos del contagio.
La ventana virtual me ha contado también que, esta vez, las religiones no han lanzado mensajes amenazadores sobre un Dios que castiga cruelmente a los pecadores mandando enfermedades, sufrimiento y muerte. Que los creyentes hemos descubierto que hay muchas formas de orar y celebrar y pedirse perdón y darse la paz y estar en comunión, aunque no tengamos a un sacerdote a mano. Que la fraternidad no sabe de credos religiosos, ni de siglas políticas, distancias generacionales o fronteras físicas, políticas o mentales. En definitiva, que ante una amenaza global, pese a los nacionalismos, las banderas y los políticos que nos han tocado en suertes, somos una sola humanidad.
Ojalá todas estas buenas noticias las convirtamos en tendencia más allá del confinamiento y la cuarentena. Ánimo y suerte.
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