Bastan unas pocas preguntas…
- ¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Qué quiero hacer las próximas 500.000 horas (para los «juveniles» de la revista, para otros quizás algunos miles menos)?
- ¿Cuál es mi razón para vivir (teniendo todo lo que tenemos)?
- ¿Soy consciente de mis fragilidades?
… para constatar que vivimos una crisis de orientación.
Todos estos avances científicos y tecnológicos (los más palpables) que nos abren y ahondan en nuevos mundos… no han conseguido que el órgano de la visión se vea a sí mismo. En efecto, el ojo no se ve.
Las personas necesitamos sentido, comprensión y perspectiva en nuestras vidas. Es un lujo confiar estas finalidades al azar. Si no nos despojamos de nuestro yo autosuficiente y no nos dejamos ver por un otro, no podremos vernos en profundidad.
Esta aparente contradicción (para conocerme necesito la mirada del otro) tiene como consecuencia la necesidad del acompañamiento como medio que posibilita una vida auténtica.
Sobre el acompañamiento, existe, afortunadamente, una literatura profusa y de calidad. Este artículo se conforma con recoger la experiencia del compartir años acompañando jóvenes y ofrecer unas brevísimas pistas, tres consideraciones previas y tres momentos, en aspectos menos habituales.
Consideraciones previas
1.- What happens in Las Vegas, stays in Las Vegas
Crear un círculo de confianza entre acompañante y acompañado es básico. Tiene que existir la distancia precisa entre afecto y extranjería para que el/la joven confíe, se abra y se lance con sinceridad. La confianza se cocina a fuego lento, no puede improvisarse ni acelerarse.
2.- Encuentro y apertura
El encuentro no es algo a nuestra merced de manejarlo, es más fuerte que la racionalidad de los miembros del diálogo. No es que alguien maneje la conversación, sino que la conversación fluye en cierta forma por sí misma, cada palabra provoca la siguiente, porque el encuentro nos mete en actitud de apertura. Sabemos de dónde salimos pero, como Abraham, peregrinamos toda la vida.
3.- Gratuidad
Acompañar sin esperar nada (absolutamente) a cambio, ni tan siquiera los frutos. No cabe ni la decepción con el joven, ni cosechas que aguardamos con anhelo y tardan en llegar. Acompañamos impregnados de esperanza, sin más.
Momentos para un acompañamiento en salida
1.- Apalabrar el mundo
Para apalabrar el mundo el primer paso es que el joven sea capaz de tener voz propia, y no ser mero eco que repite sin pensamiento crítico cualquier discurso en boga.
Luego, ayudar al joven a mapear la realidad y su propia persona para que él pueda trazar su ruta. El camino, su vida (!) le pertenecen solo a él; a nosotros darle instrumentos válidos para orientarse.
Que sepa leer los signos de los tiempos es cabal. Que sepa leerse por dentro, en estricto sentido etimológico de inteligencia (intus – legere, leer hacia dentro); comprenderse y dar palabra a lo que siente y vive, todavía lo es más. Ayudarle a cultivar el espíritu de fineza que le permita silenciar el ruido interior para dejar emerger sus mociones, su tesoro, lo que es significativo para él.
2.- Orientar
No se trata tanto de que el joven discierna su opción fundamental, frase que me resulta un tanto monolítica, sino de afinar su sensibilidad para reconocer su aquí y su ahora, descubrir qué le hace vibrar, qué le alimenta y sustenta en su camino, qué misión le atrae como un imán…
La orientación permite matices, idas y venidas, correcciones, y lo que es más importante: deja espacio al otro. No se avanza en solitario bajo el dictamen de un examen socrático racional, sino que se deja interpelar por el Evangelio, la comunidad y los desafíos del mundo. La empatía es necesaria para imaginar con compasión las dificultades del prójimo.
No se trata de construir una vocación, sino de activar la brújula que le orienta hacia la vida plena.
3.- En salida
Hacer propio el «no tengas miedo» de Jesús, y atrevernos. Liberarnos de la aversión a la decisión para ir a por todas.
Ser capaces de vivir como en la vigilia del Éxodo: de pie, ligero de equipaje y presto para la marcha, para salir.
Como ya os imagináis, no se trata tanto de un moverse físico, sino de una actitud vital muy bien expresada por R.M. Rilke: abiertos en el Abierto, y que tantas veces encontramos en el Evangelio. Ven y verás: primero lánzate, luego ya entenderás.
El acompañamiento no es un mero ejercicio de discernimiento, ni es el autoconocimiento de Delfos. El acompañamiento es revivir el espíritu de Pentecostés para anunciar una muy buena noticia, para despertar el mundo y aprender a seguir a Jesús en mi vida concreta.
El acompañamiento en salida es hacer nuestro el regalo de Jesús a Pedro: de joven te ceñías e ibas a donde querías, pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, te ceñirá otro y te llevará a donde no querías (Jn 21,18).
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Rpj nº 532 – septiembre 2018 – Brevísimas pistas para un acompañamiento en salida
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