Miradme con pena, que vengo de muy lejos y me pesa el camino.
Y aquello de lo que no pude separarme:
mi pasado, mis tormentas, y todas mis cosas.
He venido a aprender de risas, de cantos, y de días largos sin pan. He venido a que me deshagáis la coraza con vuestros abrazos, a que me enseñéis a mirar el mundo, a amar el mundo. He venido a empaparme, a enfermarme de vuestra paz y vuestra fiesta. Para volver luego a mi tierra, allá donde nos pesan las cosas, y decirles que abunda la vida allá donde la vida se comparte.
Miradme con pena, que vengo de muy lejos y soy anciana y débil. No supe esquivar el dolor, ni sonreír con el alma en los ojos, ni entregarme apenas en cada abrazo. Contagiadme vuestro valor, que sois fuertes luchando y amando, que os dais enteros y no sabéis de reservas. Y habladme de gratuidad, que me resultáis sabios.
Miradme con pena, que vengo de muy lejos. Y vengo triste. Y al caer la noche mostradme vuestros hijos sin juguetes, y el hambre y el espanto en sus ojos negros. Así despertaré de mi sueño, maldito sueño, y romperé mi pena, mi compasión y mi autosuficiencia,
en risas y flores para vuestra fiesta.