BOMBERO DE EXCEPCIÓN
Josep Périch
Un ermitaño, contemplando de madrugada el despertar del día, tuvo la sensación de sentir una invitación muy especial: encontrarse con Dios al atardecer del día siguiente en la cima de una montaña lejana.
Temprano, el buen hombre se puso en camino. Necesitaba toda la jornada para llegar a la cima del monte y escalarlo. Quería llegar puntual a tan importante cita.
Atravesando un valle encontró a varios campesinos ocupados en intentar controlar y apagar un incendio declarado cerca de sus casas y que también amenazaba sus cosechas. Reclamaron la ayuda del ermitaño porque todos los brazos eran pocos. El caminante sintió la angustia de aquella situación pero no podía pararse. Arriesgaba llegar tarde a la cita, o peor todavía, no presentarse a ella. Así que, con una plegaria para que el Señor los socorriera, apresuró el paso, ya que había de dar un rodeo a causa de las llamas del fuego.
Tras una ardua ascensión llego a la cima de la montaña, jadeante por la fatiga y la emoción.
El sol comenzaba su ocaso. Llegaba puntual. Anhelante, esperó mirando en todas direcciones. El Señor no aparecía por ninguna parte. Por fin descubrió bien visible sobre una roca algo escrito. Se acercó y atónito leyó:
“PERDONE LA MOLESTIA, ESTOY OCUPADO AYUDANDO A LOS QUE SOFOCAN EL INCENDIO”.
El buen hombre comprendió entonces donde debía encontrarse con Él.
TEXTO:
Durante los años 60-70 tuvo mucho eco mediático el obispo de Arrecife (Brasil) Helder Cámara. Una de las ponencias que le presencié me impactó,contaba lo siguiente: “Unos cristianos han venido a verme horrorizados de lo que acababa de ocurrir, decían:En nuestra iglesia han roto la puerta del sagrario,tiraron las hostias por el suelo y robaron los copones”. Ante tamaña blasfemia, esos cristianos me pedían que fuese a dar una misa de expiación en su iglesia. Después de haberles escuchado, les di mi consentimiento: “Iré a dar esa misa de expiación”. Pero también añadí de inmediato: “Cuando encontréis gente aplastada por la miseria, víctimas de la injusticia, no olviden que Cristo está igualmente presente. En esos pobres, Él es despreciado y humillado. Delante de estas situaciones de injusticia vengan a verme, tan horrorizados, para pedirme que vaya a dar una misa de expiación”.
Jesús nos ha hecho herederos de un trozo de pan «roto» y » compartido», como signo de su vida y de su presencia real. Comer este «pan sagrado» significa alimentar nuestro propósito de vivir la «pasión» de Jesús a favor de los socialmente maltratados e indefensos. Él nos espera allí donde se juega la recuperación de la dignidad humana. Esto lo pueden verificar y confirmar diariamente los voluntarios de Cáritas y toda persona que se acerca al mundo de la marginación o el sufrimiento. De, la digamos «reserva espiritual» de nuestra alocada sociedad, gran parte de ella son garantes: los inmigrantes, los enfermos, los discapacitados, los ancianos, los niños… la mayoría de ellos, se detectan muy pronto, apoyan su confianza en el corazón de Dios que tanto los ama.
«No todo lo que sucede es voluntad de Dios, pero en todo lo que pasa hay un camino hacia Dios» (D. Bonhoeffer) .
Esto no lo podían entender ni el sacerdote, ni el levita de la parábola del «buen samaritano » (Lluc100,30-37). Sólo un anónimo y despreciado samaritano practicó la esperada misericordia. En él actuaba el «bombero de excepción». Y esta parábola, Jesús la explica a raíz de un Maestro de la Ley que le preguntaba ¿qué hacer para asegurar la «vida eterna»?
Un buen amigo me resumía todo con pocas palabras: «Jesús no nos dice cierra los ojos y así no verás, sino, no temas cerrar los ojos para ver más».
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