BENDECIR
Javier Alonso
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En muchos países de América, los niños tienen la costumbre de pedir la bendición como señal de respeto. También en la escuela se acercan con confianza, ponen la cabeza, piden la bendición y el maestro responde con afecto.
En el Evangelio, hay un relato que recuerda el gesto de la bendición (Mc 10,13-16). “Le presentaban los niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos les reñían”. En su celo por proteger a Jesús, no quieren que Jesús se contamine con el contacto con los niños, quizá porque eran hijos de madres impuras. Ante esta actitud de los discípulos, el Señor se enfada y les dice con autoridad: “Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como estos es el reino de Dios”. Seguidamente, el evangelista concluye: “Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos”. No es la primera vez que Jesús se acerca a los niños para curarlos y transmitirles vida. Lo hace con la hija de Jairo (Mc 5,41-42), la hija de la mujer cananea (Mc 7,29-30), el hijo de la viuda de Naím (Lc 7,14-15), el hijo del centurión (Lc 7,9-10), el hijo del funcionario público (Jn 4,50) y el niño epiléptico (Mc 9,25-26). En todos, la bendición de Jesús tiene la fuerza de curar y dar vida.
Bendecir es alabar, engrandecer o ensalzar a alguien, colmarle de bienes, hacer que prospere e invocar en favor de alguien o de algo la bendición divina. Bendecir a los niños es mostrarles que son únicos y que recibirán los dones que Dios da. A la expresión “Dios te bendiga” siempre hay una muestra de afecto usando el sentido del tacto: una caricia, un abrazo, un apretón de manos, un beso, un toque suave en la cabeza. El contacto físico refuerza la palabra y genera la corriente de confianza necesaria para educar. Estos gestos de cariño mejoran las relaciones sociales, el estado de ánimo y los procesos de aprendizaje, disminuyen el estrés y la ansiedad y refuerzan la autoestima y la motivación.
Para prevenir los abusos que pueden sufrir los niños, se ha desarrollado una cultura del cuidado y protección con protocolos muy exigentes. Infinidad de normas han invadido las relaciones entre los educadores con sus alumnos y muchos andan con miedo ante posibles denuncias de los padres por una muestra sospechosa de afecto o una dura corrección. En este escenario, muchos educadores se han vuelto fríos, distantes y racionales. Tienen miedo a implicarse con los alumnos, les da miedo jugar con ellos, llevarlos de excursión o de campamento de verano. Con estas medidas, seguro que los alumnos estarán más seguros, pero, con tanta prevención, se ha perdido mucho la experiencia gozosa del encuentro humano que, básicamente, es una relación basada en el afecto.
El tacto pedagógico
Para el pedagogo Max van Manen (El tacto en la enseñanza. El significado de la sensibilidad pedagógica), los niños deben tener una estructura afectiva sólida para que adquieran las virtudes necesarias y, así, realizarse como persona. Para ello, los educadores deben tener tacto pedagógico, cualidad afectiva que se adquiere en la experiencia y se manifiesta en la atención, el apoyo, la comprensión y el cuidado que deben tener con los alumnos ante sus necesidades educativas. La fuente del tacto pedagógico es el amor que el educador tiene por el quehacer educativo. El amor con tacto se expresa en actitudes y comportamientos, pero, sobre todo, en el lenguaje corporal (código gestual, mirada y movimientos), en el lenguaje verbal (habla y tono de voz) que marcan un estilo de relación. Manen recupera el lenguaje corporal y verbal para mostrar la influencia y el impacto que puede tener en el aprendizaje y en el crecimiento de los alumnos una simple mirada o un gesto que transmita la aceptación y la confianza, o que por el contrario muestren la indiferencia o el rechazo.
Jesús demuestra una gran sensibilidad y tacto pedagógico en los diferentes encuentros que tiene con las personas; especialmente los que han perdido su dignidad y tienen heridas emocionales. Su mirada limpia, sus gestos compasivos, sus palabras de esperanza y sus abrazos son la bendición que necesitan para iniciar una nueva vida con sentido. “Que Dios te bendiga y te cuide. Que Dios haga brillar tu rostro hacia ti y te conceda la paz” (Num 6,24-26), preciosa bendición judía que cualquier educador católico podría pronunciar sobre sus alumnos.
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