Bautismo del Señor (B) – Iñaki Otano

Iñaki Otano

Para quién vivo

En aquel tiempo proclamaba Juan: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”.  (Mc 1, 6b-11)

Reflexión:

Muchos padres se sienten sanamente orgullosos de sus hijos. Ven satisfechas sus ilusiones cuando los ven ocupar un puesto en la sociedad y desempeñar una función relevante.. Dicen “mi hijo es esto” o “hace esto”. Lo presentan con orgullo: “este es mi hijo”. Más satisfechos están todavía muchos padres de tener unos hijos que, a lo mejor no destacan en los círculos sociales influyentes, pero tienen unos valores humanos y una actitud permanente de servicio mucho más importantes que el relumbrón.

          También Dios siente satisfacción de padre por su hijo Jesús. El día en que este, con el bautismo, inaugura su misión, el Padre exclama gozoso: Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto

          El Padre está satisfecho porque el Hijo, después de haber crecido y haber sido educado en Nazaret, va a comenzar su vida pública y cumplir la misión anunciada de “abrir los ojos a los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas”.

Dios Padre está contento de que su Hijo Jesús emprenda con decisión la tarea de salvar y liberar a los hombres y mujeres de las cadenas que les impiden ser libres y felices. Esa es también la obra del corazón del Padre. Por eso, se la encarga a su Hijo querido.

Jesús, haciéndose bautizar por Juan, dice sí a la misión que le encarga su Padre. Su bautismo definitivo, su sí definitivo lo dará sacrificando su propia vida por la misión que ha recibido, que es la causa de los hombres y mujeres de la tierra.

Cada uno de nosotros ha sido bautizado y ha recibido una misión, un programa de vida, que progresivamente va asimilando y aplicando. Como Jesús, también nosotros tenemos que responder a una vocación, que se refiere a los valores alrededor de los cuales se mueve la persona.

El famoso psicólogo Víktor Frankl  (1905-1997), superviviente de Auschwitz , dice que “lo que importa no es tener muchas cosas de las que se pueda vivir, sino más bien tener algo para lo que se pueda vivir: una misión que cumplir, una idea que realizar, un plan de vida consagrado a un fin determinado”. Lleva a preguntarse: “¿para qué vivo?”, o mejor “¿para quién vivo?”. En realidad, la vida solo vale la pena entregarla a otra persona o a otros personas. Lo que nos hace personas y nos lleva a la plenitud es la entrega a alguien con quien establecemos una relación de amor.

Para un cristiano el sentido de la vida y su vocación vienen marcados por aquellas palabras del evangelio: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, es decir, vivir para Dios y para los demás. Es el camino que el mismo Jesús recorrió y nos propone a nosotros.