¡Ay de vosotros los ricos! – Iñaki Otano

Iñaki Otano

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”.  (Lc 6,17. 20-26)

Reflexión:

Una fábula china cuenta que un día un mandarín viajó al más allá. Primero llegó al infierno y vio que todos los habitantes estaban a la mesa ante unos grandes platos de arroz. Pero todos morían de hambre porque tenían atados a las manos los palillos que se usan para comer, y los palillos eran de dos metros por lo que no podían conseguir llevarse la comida a la propia boca.

Después el mandarín llegó al cielo. Allí también vio a la gente alrededor de una mesa con abundante arroz y los mismos palillos de dos metros en la mano. Pero aquí todos estaban contentos y gozaban de excelente salud. ¿por qué esa diferencia? Porque aquí cada uno utilizaba los palillos de dos metros para dar de comer al que estaba enfrente. Con este sistema de darse de comer unos a otros, todos podían alimentarse.

Esta pequeña historieta ilustra un poco lo que Jesús dice en el evangelio cuando proclama dichosos, felices, los pobres. A veces nuestro mayor sueño sería llegar a ser ricos. Por eso, si nos sorprende que Jesús llame felices a los pobres, nos asombra todavía más que diga: ¡ay de vosotros los ricos!

Jesús subraya que quien tiene como única aspiración en la vida ser rico, el que subordina todo al enriquecimiento personal, es infeliz. Sacrifica todo – amor, familia, honestidad, trabajo, dignidad personal – a la riqueza y se encuentra maniatado, esclavo de sí mismo, encerrado en la propia trampa.

Pero Jesús no quiere la indigencia y nos llama a erradicar la miseria. Será imposible esta actitud de generosidad con los demás, para sacarlos de la miseria, si el corazón está apegado a la riqueza. Cuando la riqueza se convierte en un dios, la persona permanece insensible a las necesidades humanas, aunque las tenga delante de sus ojos, y, al mismo tiempo, vive en la insatisfacción permanente. Sabemos que tener materialmente de todo hasta hartarse no supone necesariamente la satisfacción interior, la armonía consigo mismo, la esperanza como actitud de vida.

Aquí no se condena el ganarse la vida honradamente ni disfrutar de la buena mesa, ni reír irradiando alegría, ni tener buenos amigos. Lo que no se aprueba es que eso suponga insolidaridad, que se dé la espalda a los pobres, a los que pasan hambre, a los que sufren, a los que son difamados.