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AUTORIDAD SÍ, ABUSO JAMÁS: POR UNA PASTORAL JUVENIL
ALEJADA DE IMPOSICIONES Y FALSAS AUTORIDADES
Reconozco que escribir estas líneas no ha sido fácil. Siempre cuido mucho lo que escribo y cómo lo escribo, pero en esta ocasión la verdad es que el tema me ha hecho detenerme más de la cuenta en cada idea y en cada expresión utilizada para ponerla por escrito. El tema de este número es complejo.
Vivimos bombardeados de protocolos, capacitaciones, prevención, promoción de ambientes sanos, formación para detectar abusos… Por no hablar de cómo los medios de comunicación rentabilizan cualquier caso de abuso, en el ámbito que sea, haciendo de todo un espectáculo indecente y nada educativo.
Todo lo que rodea el tema del abuso y de los abusos, de cualquier abuso y de quien sea que los genera, deja tocado lo más profundo de lo más humano. El que escribe estas líneas no conoce el abuso en primera persona, pero lo que conozco de testimonios bien cercanos y totalmente creíbles, es suficiente para desear con todas las fuerzas que jamás nadie abuse de nada ni de nadie, nunca más.
Todo lo que rodea el tema del abuso y de los abusos deja tocado lo más profundo de lo más humano
He dicho que del abuso no conozco en primera persona, me refiero al abuso sexual. Del abuso de autoridad podría escribir muchas páginas, más que por sufrirlo por ser testigo del mismo en no pocas personas (personajes, mejor). Recuerdo mis años de estudiante universitario en los que, de la mano de mi mejor amiga, acudía a algunas clases de Derecho Romano que impartía su padre en la facultad de Derecho de Barcelona. Y recuerdo una de ellas en las que explicaba, hablando de la autoridad, la diferencia que había entre la potestas y la auctoritas.
La potestas era el poder legal que correspondía a las diferentes funciones de los políticos. La auctoritas, sin embargo, era una especie de autoridad social esencial, intangible, ligada a la reputación y al estatus. La primera la ostentaban los cargos políticos quienes tenían la potestad sobre algo, la autoridad sobre algo o sobre alguien. Adosado a su puesto político iba el poder y la autoridad sobre otros. Pero, por otra parte, había personas cuya autoridad (auctoritas) no dependía de su cargo ni de su desempeño: tenían autoridad, eran autoridad por su modo de ser, no por lo que tenían o por el puesto que detentaban.
Del mismo Jesús se decía que «les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas» (Mt 7,29). Es decir, que cuando hablaba se notaba que había algo más que palabras, algo más que un bello discurso. Esa autoridad es la genuina, la que se hace respetar, la que convierte corazones, la que inspira, la que aparece cuando el Espíritu está presente, la que construye comunidad, la que nace del servicio y del sabernos elegidos por el nombre y enviados.
Creo que cuando hablamos de abuso de autoridad, hablamos del abuso de la potestas, porque la auctoritas es imposible que ejerza abuso sobre nadie. La autoridad entendida como servicio solo es capaz de sumar, multiplicar, acoger, perdonar, incluir, corregir fraternalmente, compadecerse y crear comunidad.
Tener autoridad en este sentido es un don para la Iglesia y una necesidad para la pastoral juvenil
Tener autoridad en este sentido es un don para la Iglesia y una necesidad para la pastoral juvenil. Alguien que posee esta autoridad evangélica puede guiar a otros, puede acompañar a otros, puede abrir las puertas a otros, puede ver más allá de lo que se ve, puede escuchar con el corazón y puede hacer todo lo posible por hacer que quienes le rodean intuyan qué significa vivir con la esperanza puesta en la resurrección.
Por otra parte, abusos hay en todas partes. De todo tipo. Por parte de muchos. Los seres humanos somos seres en relación, fuimos creados para estar junto a otros, toda nuestra existencia está tejida de vínculos. Y cuando los hombres y las mujeres no entendemos lo que significa que somos hermanos, que solos no podemos, que nadie es dueño de nadie, que cada persona es única e irrepetible, que solo en el diálogo es posible el entendimiento sin imposiciones y que la felicidad o es compartida o no es tal cosa, entonces aparecen entre nosotros y en nuestras relaciones los abusos.
Y, efectivamente, abusar se puede abusar de muchas maneras: con palabras, con gestos, con violencia, con imposiciones, con normas abusivas, con miedo, con extorsión, con intimidaciones, con amenazas, con exclusiones, con mensajes sutiles, con menosprecios, con faltas de respeto, mirando desde arriba a los demás…
De hecho, autoridad y abusos a veces confluyen. En nuestras comunidades cristianas y en nuestra pastoral juvenil también. A veces en nuestros ámbitos comunitarios se da la acepción de personas, algunos grupitos premium, algunas normas impuestas sin ton ni son, algunas obligaciones propias del medievo, algunas exclusiones… que configuran una amalgama entre la autoridad entendida como le parece al que la ejerce y el abuso de la misma sobre una gran mayoría que pasa por el aro, que piensa que los que mandan saben, cuando en muchas ocasiones los que mandan lo hacen porque carecen de la autoridad del que vive y siente, del que se sabe en manos del Padre, del que se siente en camino y siempre está de servicio.
Y esto es muy fácil verlo en nuestras comunidades y movimientos juveniles. Hay líderes con autoridad evangélica, su modo de hablar, de estar, de orar, de dirigir y coordinar huele a Evangelio y siempre a comunidad. Hay otros líderes que hablan de sí mismos, de sus grupos, de sus gestas, de lo que han conseguido, de los números, de lo que saben y de lo que hacen, pero rara vez su trabajo huele a Evangelio. El ego está por encima de la misión y del servicio. Su liderazgo es pura potestas. Potestad que termina siendo siempre abuso sobre algo o sobre alguien (aunque solo sea un abuso de palabras sobre los demás).
Sinceramente creo que en nuestra Iglesia y en nuestra pastoral juvenil es necesaria la autoridad evangélica, la que es dócil al Espíritu, la que transparenta a Jesús, la que posibilita y hace libres. Sin embargo, el abuso, jamás. Las personas que ejercen su autoridad abusando (del modo que sea) de los demás, solo muestran su incapacidad para ejercer dicha autoridad en la comunidad. Las prohibiciones, las amenazas y las imposiciones no consiguen hacer crecer a nadie. Generan creyentes dependientes y nada evangélicos. La pastoral juvenil necesita de una autoridad que sepa mirar cara a cara a los demás.
Me encantó el papa Francisco cuando en la Vigilia de oración en la Jornada Mundial de la Juventud nos dijo: «La única situación en que es lícito mirar a una persona de arriba para abajo es para ayudar a levantarse». Es, sin duda, la definición de la autoridad que derrocha el que se sabe constructor de puentes, humanizador y siervo.
¿Cómo trabajar en pastoral juvenil para que haya autoridad y evitemos los abusos?
Creo que el camino lleva trazado desde hace mucho. El problema es que no nos atrevemos a estrenarlo. Es el camino de la misión compartida, una expresión tan manida que de escucharla la hemos empequeñecido hasta hacerla irrelevante. La primera cuestión que creo debemos cuidar y por la que debemos apostar en nuestras instituciones religiosas y en nuestras comunidades es la misión compartida real.
¿Cómo trabajar en pastoral juvenil para que haya autoridad y evitemos los abusos?
Cuando no hay misión compartida o se ha instaurado, pero al modo que dice el que la ha instaurado, lo único que hay es servilismo, obediencia ciega y tareas repartidas desproporcionadamente, por cierto. Necesitamos una pastoral juvenil que se nutra de una misión compartida en la que todos seamos protagonistas de la vida de la comunidad cristiana y en la que, cada uno desde su vocación específica, sea lo que está llamado a ser y realice el ministerio que le es propio de acuerdo a su momento y lugar.
Además, una segunda cuestión que debe tenerse en cuenta es la de la formación. Cuando no hay formación, buena y sólida formación, el pueblo, los jóvenes en este caso, están siempre a merced de quien los acompaña. No quiero decir con esto que aquellos que acompañamos a los jóvenes no estemos preparados, sino que nuestra preparación no debe ser un obstáculo para que los jóvenes adquieran una formación que enriquezca su vida personal, su compromiso cristiano y su vida de fe en la comunidad.
Es evidente que gente sin formación escucha lo que le echen. Y aquel que carece de formación es un excelente candidato para ser manipulado. Está claro que si la persona que me acompaña o que me guía dice algo será porque es así o porque él sabe más de eso que yo. Pero quien ejerce autoridad abusivamente sobre otros puede usar lo que sabe o lo que entiende de lo que sabe para ejercer una potestad nada evangélica sobre sus escuchantes.
Y en tercer lugar algo que es de cajón en nuestra Iglesia y que debería serlo aún más hoy en día: somos una institución colegiada, inspirada por el Espíritu, necesitada de más diálogo, de más discernimiento, sin miedo a la diversidad y a los cambios necesarios. Este verano cuando el papa Francisco dijo que en la Iglesia cabemos todos, mucha gente y no pocos movimientos vieron en esas palabras una falta de autoridad, incluso un abuso al creer que el papa es uno más y que no tiene él la llave de la puerta como para dejar entrar a «cualquiera». Nuestra pastoral juvenil debe serlo y debe ser también de los cualquiera.
El abuso de autoridad, por tanto, creo que se termina cuando se vive en profundidad lo que significa la misión compartida, cuando hay una buena formación de todos (no solo de los que están en la base de todos los demás abusos: abuso de conciencia, abuso sexual, abuso económico…).
Ojalá leamos más y más asiduamente el Evangelio. Es una guía única de lo que significa servir, tener autoridad desde el amor, entregarse sin esperar nada a cambio, construir comunidad teniendo especialmente presentes a los que no saben, no tienen, no obedecen y no entienden de mayores y menores, estar siempre disponible y tratar a todos por igual. Apostemos por una pastoral juvenil alejada de las imposiciones y de las falsas autoridades fundamentadas solo en la ostentación de cargos. Fijémonos en Jesús, en Aquel del que se enamoraba fácilmente de la gente, en Aquel cuya autoridad provenía de hacer la voluntad del Padre. Que nuestra autoridad pastoral se fundamente siempre en sabernos elegidos, amados, llamados y sostenidos por el Señor. Todo lo demás nos sobra.
Que nuestra autoridad pastoral se fundamente siempre en sabernos elegidos, amados, llamados y sostenidos por el Señor