ÁRBOL, RAÍZ Y MÁS… – Pilar Yuste

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Pilar Yuste

pilaryuste@gmail.com

Más allá. Sobrevivir, imitar, competir, tener, mejorar mi imagen… La vida va más allá de todo eso. Y lo sabemos. La insatisfacción es parte de nuestro camino a la felicidad. Y lo es también el impulso vital que nos lleva a crecer, a ser felices, a querer más. Vivir en plenitud implica la conciencia de Ser en plenitud. Algo que rompe moldes, y que nos reconcilia con la presencia interior de Dios.

Vivo. Pero ¿quién soy? La vida es una permanente búsqueda de identidad y acogida de la misma. Saber quiénes somos, y abrazarnos. La autocompasión, como fuente de nuestra sana empatía. Y esa es una tarea personal cotidiana, y una de las más importantes transversales educativas.

Como un árbol. Uno de los mejores símbolos de la persona humana es el árbol. Son muchas las personas que durante años han compartido conmigo sus experiencias de crecimiento personal desde ahí en mi humilde trabajo psicológico y teológico.

Desde su raíz. La mayor parte de personas al dibujar libremente un árbol no dibujan su raíz, se limitan a la parte visible. Esto no correlaciona directamente con la falta de apego emocional, de estabilidad o de profundidad espiritual, pero sí puede significarlo en muchas ocasiones. La raíz es generalmente invisible, pero es, sin duda, su parte esencial. Un árbol sin raíz es, a la larga, un árbol muerto. Quizá por ello la raíz es un símbolo recurrente en la mística cristológica.

Y más allá. El árbol de la identidad de Riley en la genial película Inside Out-II está configurado de un sistema de creencias que nace de sus recuerdos, de cómo los ha decodificado, rompiendo como buena adolescente con las creencias que tenía. En este relato, como en otros, las raíces posibilitan y orientan sus actos.[1] Pero las preciosas raíces del árbol de la identidad de Riley no serían suficientemente robustas para sostenerse con equilibrio. Su árbol, ella misma, está en el aire, como las montañas Aleluya de Pandora. Y es que solemos obviar que la raíz requiere suelo, tierra. Estabilidad prosaica pero real.

Cultivando. Cuidado, cultura, cultivo[2]. El árbol requiere cuidado, agua, sol, aire, minerales (los cuatro elementos), y cuidados básicos. Lo esencial está en su semilla. Nuestro ADN, nuestro instinto, la Vida. Una parte de quiénes somos nos viene dada (herencia genética, cultura en la que vivimos, aprendizaje familiar y social, y hasta azar). Pero la otra parte es la aleación final que hacemos con todo ello. Ahí tenemos mucho que hacer familia, educadores/as, Iglesia… y cada quien somos. Como también con en el propio suelo.

Identidades ¿cerradas? del pasado. Hace no tantos años la identidad venía casi configurada. Era difícil «sacar los pies del tiesto». Cultura y género eran cánones prácticamente cerrados. Como lo era la forma de vivir la fe única y rígida, al igual que lo sigue siendo en muchos países y en expresiones fundamentalistas de experiencia religiosa. Pero siempre surgieron brotes irrepetibles que en mitad de muros de piedra generaban vida en libertad, aunque fuera a precio muy alto. Es muy interesante hacer este recorrido, por ejemplo, en la historia de la Iglesia, y posibilitar la identificación de experiencias de cristianos y cristianas que en nombre del Evangelio rompieron y rompen moldes, y pueden iluminar nuestras propias experiencias. Y desde ahí puedo sondear quién soy, quién quiero ser, quién estoy llamado/a a ser, quién puedo ser con mi perseverancia, con el apoyo de quienes me quieren, y con el aliento de Dios

Hoy la red es invisible, pero más limitante. La red social y familiar es más débil, pero hay otra red que siendo invisible parece que más que protegernos de caídas, nos atrapa como una gigantesca tela de araña. La dependencia (psicológica, económica y estructural) que generan las pantallas en millones de personas, especialmente menores, es la prueba del peligro de esa red universal, de unas normas invisibles pero feroces.

Ahora, en esta sociedad líquida, donde la aceleración histórica da vértigo, se tiende a pensar que el suelo es innecesario, o cambiante a tu antojo. Nos hacen creer que todo es posible, que podemos ser lo que queramos ser, sin límite ninguno. Pero esa mentira nos sale muy cara en todos los sentidos, y es emocionalmente muy frustrante. Nuestra identidad es muy abierta, pero no absoluta. Los límites de lo que somos, más que cárceles son condiciones reales de posibilidad. El margen de elección es muy amplio siempre que acojamos nuestra realidad de partida. «Yo soy yo y mis circunstancias».

Desde los referentes, al empoderamiento. Acompañar en este nuevo tsunami social no es fácil. Y, curiosamente, los referentes identitarios, éticos y religiosos no están donde imaginamos. En los estudios que la Fundación SM ha realizado sobre jóvenes y valores desde 1999, y para sorpresa de todos, el espacio realmente significativo para los jóvenes españoles en un momento de crisis del concepto tradicional de familia es la propia familia, aunque sigue importando su grupo de iguales.

Una leve reducción de ese porcentaje en estudios posteriores, y un aumento de la influencia de los medios digitales, siguen dejando claro que escuela e Iglesia no son las referencias que querríamos ser. Pero, ¡ojo! No somos grandes influencers, pero influimos. No tenemos voz reconocida en muchos foros, pero podemos ser conciencia crítica ante otras voces y voz profética en el desierto. Y podemos, estamos llamados a ello, acoger las voces más importantes de nuestra tarea, las de nuestro alumnado.

Obviamente tenemos que contar y construir con las familias. Aunque no fueran lo decisivas que parecen ser. En mi instituto público son varios los proyectos tanto solidarios[3] como religiosos[4] en los que participan familias. En un centro concertado es algo más fácil y necesario. En ambos casos son iniciativas pequeñas, pero todo lo significativas de lo que somos capaces.

Tejiendo un tapiz. Al igual que el árbol de identidad de Riley acaba combinando y acogiendo sus creencias pasadas y presentes y abierto al futuro, el tapiz que vamos tejiendo individual y colectivamente va configurando nuestro yo con, ojalá fuera siempre así, lo mejor de lo que fuimos y somos, tanto nosotros como el sustrato, suelo y contexto del que formamos parte.

Comprometidos con el bosque. Cuidar el árbol supone cuidar su raíz y su suelo, pero también requiere cuidado del bosque. Las circunstancias más importantes de nuestro yo orteguiano son los demás. De ahí la llamada cristiana al compromiso social, eclesial y estructural. Cuidar y sanar personas, colectivos, la vida. El compromiso apostólico protege identidades, y como cristianos/as las configura.

Nuestra identidad cristiana. El Evangelio nos llama a engendrar un nuevo cielo y una nueva tierra[5]. En todos los sentidos. No está de moda, pero sí la ecología, y la solidaridad, la diversidad… El reto es redefinir en la significación infantil, juvenil y social los rostros poliédricos de nuestra fe. Cristo, como el Amor sin límites, que nos tiene, que nos sostiene, que compartimos y que recibimos.

Para todo el mundo. Esa identidad, ese Amor no pueden quedar ocultos. Hacerlos públicos (sin forzar ni imponer) nos pone en red, somos Iglesia, nos hace sentir que somos lo que somos, que no estamos solos y que tenemos sentido. Un valioso reto. Psicológica y socialmente es una identidad sana y sanadora.

Siendo suelo fecundo

Estamos llamados/as:

A acoger quiénes somos.

A ser más.

A cuidar y cuidarnos en todas nuestras dimensiones.

A que la salud/salvación y felicidad sea auténtica y sin límites.

A resucitar y ser, como y en Cristo, árboles de vida.

A ser tierra fecunda.

¡Lo somos!

[1]De un modo similar pero distinto Bonet, en su magnífico y pionero estudio sobre la autoestima, ubica en las raíces las actitudes y aptitudes que posibilitan los logros vitales. V. Bonet, Sé amigo de ti mismo. Sal Terrae, Santander,  1994, p.24.

[2]Nada mejor para el aprendizaje del cuidado que las plantas. En nuestro proyecto La plantita solidaria trabajamos durante años el cuidado de plantas que  nuestro alumnado cultivaba individual o colectivamente. Y además las que vendíamos servían para financiar proyectos solidarios.

[3]Fiestas deportivas, mercadillo, caravanas a Sáhara y a Palestina, etc. Con familias del alumnado voluntario en el Proyecto Diversidad, Solidaridad y Paz y en nuestra ONG Acercándonos.

[4]Como fines de semana con visitas culturales y monásticas. Lo he denominado claustrofilia. Con familias del alumnado de religión y con familias de profesorado, siempre fuera del ámbito lectivo.

[5]Apocalipsis 21,1.