APOSTAR POR LA ESPERANZA – Zoraida Sánchez

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Zoraida Sánchez

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La educación y la esperanza van de la mano. Ambas miran al futuro reconociendo las posibilidades que este esconde, que invitan a mirar más allá de lo que hoy se ve con nitidez. La educación busca en cada persona que desarrolle la belleza que encierra en sí misma, por muy escondida que esté, por muy dañada que la encuentre. Se hace vigía experta en identificar los signos identitarios que Dios ha puesto en cada persona, para que se desplieguen y se haga realidad el sueño de Dios en ella

La esperanza también agudiza los sentidos para reconocer lo que ya está despuntando el presente, abriéndonos a una nueva realidad. La Vida resucitada que está en todo lugar, a veces con fuerza, otras veces necesitando ser fortalecida, e incluso defendida. La esperanza, ante el sufrimiento, se convierte en pasión que nos impulsa a la acción, fuerza que nos lanza, con creatividad, a una espera activa que confía en lo que nos trasciende, en Dios y su Amor misericordioso.

Así que sí, podemos decir que esperanza y educación van de la mano. Desde Escuelas Católicas nos es imposible pensar una educación sin esperanza…

Salir del contexto familiar a la escuela es la primera experiencia de confrontar lo conocido con lo nuevo, lo diferente. La escuela es el espacio en el que, en contraste con lo más diverso, lo que no vivimos en la familia, vamos descubriendo dos cosas: una mirada amplia a la realidad que nos ayudará a crear criterio propio (ojalá) y un descubrimiento de quiénes somos y, con ello, nuestra forma de estar y construir el mundo.

Es introducirnos en un espacio en el que poder contrastar lo vivido hasta el momento con una nueva realidad. La ventana que nos abre al mundo diverso y rico en que vivimos y ante el que tendremos que situarnos. La escuela está llamada a ser el lugar en el que cada persona va encontrando lo necesario para poder conocer la profundidad del misterio que es la vida y las relaciones que nos configuran. Espacio privilegiado de experimentación de las capacidades recibidas, de la acogida de las necesidades que son también parte de nosotros, de la priorización de valores que marcarán el estilo de relación y la manera de situarnos en la vida.

Poco a poco, la persona va aprendiendo a leer lo que le rodea, dentro y fuera de la escuela. Una lectura que le ayudará, en contraste con la diversidad, a ir encontrando la propia originalidad y la riqueza que pueden ser las demás personas para ella. Irá aprendiendo a leer también todo lo que va sucediendo dentro de sí, sus emociones, sus pensamientos, sus valores…

Para todo este proceso, necesitamos personas adultas que nos acompañen, que nos ayuden a visitar los lugares adecuados, con las formas necesarias, para que los procesos de conocimiento e interpretación de la realidad se den. Personas que muestren La cara amable del mundo, como canta Rozalén.

Necesitamos personas que sean capaces de mirar en lo hondo de cada niño, de descubrir lo que está llamado a desarrollarse y, con cariño, ternura y firmeza guíen y den los abecedarios necesarios para leer y conocer.

Comunidades educativas que creen con los niños espacios en los que presentar y educar en un tipo de relaciones concretas, una forma de resolver conflictos en la que no haya ganadores y perdedores, que utilicen y enseñen un estilo comunicativo no violento… Una instancia que comunica y hace experimentar que hay maneras alternativas de crear realidad.

Hoy, como en cada momento histórico, la escuela puede y debe ser el espacio donde cada persona encuentra un lugar en el que puede ser ella misma, sin miedo, con seguridad, y donde aprende a acoger y agradecer la riqueza de la diferencia. Y para ello necesitará desarrollar la habilidad de dialogar, de buscar el bien común, de abrir la mente y el corazón, libres de prejuicios, descubriendo que el camino de la verdad, la bondad, y lo bello de cada persona es apuesta segura.

Nuestras escuelas católicas, serán escuelas que toda ella comunique el aroma del Evangelio, de la propuesta de fraternidad a la que Jesús nos llama y nos regala. Porque la escuela, para ser esperanza, ha de posibilitar un espacio en el que, leyendo la realidad que nos rodea, nos haga vivir que es posible una vida marcada por los valores evangélicos, por el Amor incondicional y misericordioso de Dios Padre—Madre.

¿Qué aporta la escuela católica al mundo y a la Iglesia?

El espacio en el que vivir las bienaventuranzas, donde la persona que sufre o necesita es acogida, consolada, acompañada… Y ya hay acciones y signos que las están haciendo vida en nuestros coles a través de los protocolos de cuidado, bienestar o convivencia… O simplemente en educar personas que, enraizadas en este mundo, comuniquen que en su cole se viven otras cosas, los problemas se resuelven de otra manera y todas las personas, por muy distintas que seamos, tenemos sitio.

¿No es un aporte hermoso para la sociedad y la Iglesia? 

El niño que experimente y acoja como propios estos aprendizajes, será una persona adulta que ocupará con responsabilidad y desde los valores de Jesús su lugar en el mundo. Y para la Iglesia, la escuela será un signo del Reino, en el que los valores evangélicos se testimonian con la vida y la oferta educativa que se hace.

A veces, escuela y familia coinciden en la propuesta de lectura de la realidad y la respuesta que se da a ella. Y eso, si es desde Jesús, ¡es mágico!