Esto parece que ya no tiene marcha atrás: que estas fechas se han orientado comercialmente a los productos vinculados con el miedo y sus variantes fantasmagóricas. A los niños les ha cautivado eso de vestirse de muerto viviente con disfraces de esqueleto o máscaras de zombies. ¿Y a los jóvenes?
Pues algunos jóvenes he visto que, aunque comen y se mueven, no parecen estar muy vivos. Se dijera que perdieron el por qué vivir. No todo el que parece que está vivo, lo está de verdad. Es triste decirlo, pero hay jóvenes que llevan puesto un traje de muerte todo el tiempo.
Pero están los otros, los que se pusieron el traje de fiesta, los felices, los que se lanzaron detrás de sus mejores ideales y de sus más profundas intuiciones. Esos que derrochan alegría y sacan tiempo para el voluntariado y para la escucha del amigo. Son multitud, y allá por donde pasan queda una estela de vida y esperanza. Quizá no escribieron tratados sobre el sentido de la vida, pero basta ver sus andares para saber que sus pasos se dirigen siempre en la misma dirección, al otro. Esos están vivos. Y aún digo más, con Jesús: digo que aunque mueran, vivirán.
Vamos, que podríamos decir que ni todos los vivos están vivos, ni todos los muertos están muertos.
De niño nos gustaba jugar a aquello de preguntar: ¿qué prefieres “zuto” o “muete”? (o sea, susto o muerte. Ante tal disyuntiva, lo lógico era decir susto… ¡quién va a querer la muerte! Y entonces el juego seguía con un susto por parte del niño. Algo así como UUUUH!!. La reacción del asustado era siempre la misma: ¡uy, qué susto! Y el chiste llegaba cuando le decías: “aaaah, haber elegido muerte!
Puede que el Evangelio como respuesta a los interrogantes del ser humano de un poco de “zuto” al principio, y no parezca una demasiado atrayente propuesta de felicidad: amar, complicarse la vida, cambiar, orar, ser coherente, perdonar, amar, amar, amar… Mucho trabajo. Un poco de susto.
Pero es que la alternativa es la muerte: la apatía, la desgana, el descompromiso, la soledad en mitad de la masa, el agobio, las mil maneras de suicidarse lentamente.
Así que desde aquí te invitamos a que elijas susto. Sí, un poco de vértigo: amar, entregar la vida, da susto. Pero cuando confías y te entregas, el susto y el vértigo se convierten en una aventura por los caminos del Reino que no deja de sorprendernos en cada esquina, porque el amor es siempre nuevo. Es el camino hacia la vida, y se nota.
¿Qué prefieres “zuto” o “muete”?
La segunda cosa de la que quería hablar es del futuro de la humanidad. Tranquilos, no es que lo tenga yo muy claro, pero a lo mejor las lecturas de hoy nos dan alguna pista sobre nuestra actitud ante él.
La primera lectura es del Apocalipsis, que ya sólo el nombre asusta, y si quieres que los chavales te atiendan en clase de religión, pues lo citan y se ponen a escuchar, a la espera de descripciones terroríficas de un final tipo Armaggedon.
A lo mejor es bueno, en clase digo, mantener esa tensión y expectativa respecto del final que podría tener nuestra historia si simplemente nos quedásemos cruzados de brazos. El género de ciencia ficción nos viene regalando muchas visiones distópicas del futuro, a cual más desagradable, como si nuestros desmanes y nuestros despistes llevasen ineludiblemente al desastre.
Estoy leyendo un libro de González Faus que os recomiendo: ¿Apocalipsis hoy? Con su agudeza crítica de cuanto pasa en la sociedad, el teólogo nos habla ciertamente de los rostros tremendos del mal en nuestros días, y nos previene del posible apocalipsis que vamos construyendo poco a poco: mentiras y corrupción, colapsos económicos frutos de la sinrazón del interés, pero que se maquillan como crisis de un sistema que sabrá autorregularse… víctimas por doquier de todo tipo de dolores…
Sin embargo, el libro del apocalipsis, y más aún el texto de las bienaventuranzas, nos pintan otro futuro, el que Dios piensa y sueña desde antiguo, el que atravesará todas las oscuridades que obviamente están ahí, para llevar a la humanidad a la vida plena.
Se habla de personas marcadas con una señal diferente en la frente. Ciento cuarenta y cuatro mil, que viene a ser como que todos toditos (12 x 12 x 1000)
Luego habla de una muchedumbre inmensa que nadie puede contar, vestidos con vestiduras blancas, y con la palma del martirio. Son los muertos esos que os decía que sí viven. Recordad que estamos en los tiempos de Diocleciano, que mandó ejecutar miles de cristianos y de plantarlos en las calles como farolas. Vienen de la gran tribulación, pero la han atravesado con Jesús.
Y luego, las Bienaventuranzas.
Hay quien ha dicho que resume perfectamente el programa político y espiritual de Jesús, y que, dicho en una montaña, le convierte a Jesús en el nuevo Moisés instaurador de un nuevo pacto de vida con Dios.
Felices ocho veces. Ay de aquellos que se pierdan esta felicidad.
Os cuento esto de la felicidad con la espontaneidad con la que lo cuentan unos compañeros míos en esta versión de Jesús, el de los mindundis.
No, no es un mensaje distópico y desesperanzado: la tribulación se puede atravesar y por la noche se llega a la vida. Esta es la paradoja que saben ya bien los más pobres y que podemos recibir de su boca como anuncio de esperanza, los que ya teniendo de todo, perdimos la ilusión por todo.
Lectura del libro del Apocalipsis (7,2-4.9-14):
Yo, Juan, vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro Ángeles a quienes había encomendado causar daño a la tierra y al mar: «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.»
Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.»
Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén, alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, amén.»
Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y de dónde han venido?»
Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.»
Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero.»
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12):
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»