Anunciar en clave pastoral – Alberto Cantero

Etiquetas: ,

Actualizamos de este modo, el que posiblemente fue el primer lema de la Orden, Piedad y Letras (o Espíritu y Letras) para la Reforma de la República. De una forma sencilla, en los últimos tiempos hemos solido entender que este lema nos indica los tres ámbitos principales del ministerio escolapio, que podríamos agrupar en la tríada Educación, Evangelización, Transformación social.

Profundizando un poco más, se ha sugerido también que la aportación específica de la intuición de Calasanz, Piedad/Espíritu y Letras, residiría, incluso más que en la mera suma de estos dos importantes ámbitos de la Misión de la Iglesia, justamente en la forma en que los dos ámbitos se entrelazan para conformar una peculiar forma de educar evangelizando y de evangelizar educando. La clave escolapia, según esta aportación, estaría justamente en la síntesis de ambos elementos, en la conjunción copulativa, en el modo como conseguimos hacer realidad la “y”.
Siguiendo esta intuición de que lo importante es cómo conseguimos unir los diferentes ámbitos que definen el ministerio escolapio, proponemos visualizar y reflexionar el lema de este año jubilar formando tríadas, en las que de forma rotativa, cada elemento estuviera en el centro de la tríada, conectando los verbos de los extremos para enriquecerse con ellos y, a la vez darles pleno sentido escolapio. De este modo, y resumiendo, lo que daría pleno sentido escolapio a un anuncio del Evangelio sería su dimensión educadora y transformadora de la realidad. De mismo modo, lo que definiría una acción educadora digna sucesora de la intuición de Calasanz sería su dimensión evangelizadora y reformista, y la característica de una propuesta de transformación social y renovación eclesial de identidad escolapia sería su síntesis con la acción educativa y con el anuncio de la Buena Noticia. Evitamos, de este modo la línea de reflexión, casi siempre estéril, de cuál de los tres ámbitos debe supeditarse a los demás o cuál debe priorizarse. Si somos fieles a la propuesta de Calasanz y a la historia de las Escuelas Pías, el ministerio escolapio debe caracterizarse por impulsar propuestas que asuman inequívocamente estas tres tareas de forma integral.
ANUNCIAR.
Si como hemos supuesto, la elección del verbo ANUNCIAR no ha sido casual, tenemos que pensar que tampoco debe serlo el hecho de que sea el centro de la tríada original del lema. Si esto fuera así, podríamos representar la tríada de tríadas con el verbo anunciar en el centro, recordando que el anuncio de la Buena Noticia está en el corazón de la Misión de la Iglesia y, por tanto, de las Escuelas Pías. Para entender mejor el papel que la Fraternidad Escolapia y todas las comunidades cristianas vinculadas a la educación, debe tener en este ámbito tan importante del Ministerio, podemos preguntarnos qué debemos anunciar y para qué, cómo lo podemos hacer, y por fin, quién puede y por tanto debe hacerlo.
¿Qué debemos anunciar?
Quizás sea esta una pregunta que muchas y muchos de vosotros consideréis superflua por su obviedad. Es evidente, ¿no?, hablando del ministerio escolapio, el anuncio debe referirse al Evangelio. Y es verdad. La Congregación General ha preferido como lema para este año jubilar el verbo ANUNCIAR, lo que nos invita, al menos, a hacernos la pregunta sobre qué tenemos que anunciar, y miremos con ojos nuevos, si cabe, 400 años después, el significado que puede tener para nosotras y nosotros hoy, en el lugar y ambiente donde nos haya tocado vivir y trabajar, el anuncio del Evangelio de Jesús de Nazaret, el Cristo.
El papa Francisco en la pasada JMJ recordaba a los jóvenes que la Iglesia no propone algo que se pueda poseer, comprar o vender. Proponemos el encuentro personal con Alguien, con Jesús, el Cristo. Por tanto, y esto es importante, aunque nos ayudemos de cosas, libros, tecnologías, reuniones, liturgias, oraciones, devociones,…; nada de eso es el centro de nuestro anuncio. La identidad cristiana, la fe, no se posee, y por tanto, ni se puede dar, ni se puede quitar. Quizás la primera respuesta, por tanto, es que los cristianos no vendemos nada, no anunciamos nada, sino que anunciamos a Alguien.
Pero, nos podrán preguntar, ¿quién es ese Alguien que anunciamos, quién es realmente Jesucristo? Esta es la misma pregunta que Jesús hizo a sus discípulos ¿quién dicen que soy yo? La gente decía y dice de todo: un profeta, Juan el Bautista, los más descreídos dirán que alguien insignificante…, Pero ¿y vosotros quién decís que soy yo? ¿y nosotras y nosotros? Pedro, en nombre de todos hace la primera profesión de fe: Tú eres el Hijo de Dios, el Mesías, el que había de venir. La identidad narrativa de Jesús, el Cristo, nos habla de un Jesús histórico, que nació vivió y fue torturado y asesinado en el siglo I en Palestina; una persona de vida intachable, generoso, solidario, compasivo, admirable e imitable por cualquier persona, creyente o no. Y también nos habla desde el testimonio de las mujeres primero y de los discípulos después, del Cristo Resucitado, presente definitivamente en la Historia a través de su Espíritu, vivo en la comunidad de los que le seguimos, del Hijo de Dios Abba, que inaugura una forma totalmente nueva de relacionarse con Dios y nos la regala a todos los seres humanos sin distinción, quienes por su muerte y resurrección somos salvados, es decir, somos también hijas e hijos de Dios Abba y, por tanto hermanas y hermanos. Nos habla, además, desde las formulaciones de la tradición y el magisterio de la Iglesia, de Jesucristo, unigénito de Dios, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre. Jesús de Nazaret, el Cristo, es todo esto y más. Porque en el encuentro con cada una y cada uno de nosotros es siempre novedad, es algo personal e intransferible, es único. Con la materia prima de los relatos de los encuentros con Jesús que recibimos en los evangelios y los de nuestros propios encuentros personales con Él, con los relatos de las comunidades que después han intentado ser fieles a ese seguimiento, con los relatos fundacionales calasancios y escolapios, se va tejiendo también nuestra propia identidad narrativa de seguidores de Jesús en una cadena que no se ha roto nunca. Nosotras y nosotros al compartir estos relatos en comunidad, vamos tejiendo también nuestra identidad como Fraternidad escolapia, como Iglesia.
¿Sí, vale, pero ahora y aquí, dónde se le puede encontrar? Jesús también responde a la misma pregunta en varias ocasiones: a los primeros discípulos, al joven rico,…: déjalo todo y sígueme. Pareciera que es un enigma recurrente y sin solución: para encontrar a Jesucristo hay que seguirle, para seguirle hay que saber dónde se le puede encontrar….Por suerte, mejor, por deseo de Dios, la Iglesia, en estos dos mil años, y en nuestro caso, Calasanz y las Escuelas Pías, en estos 400 años, han seguido leyendo, traduciendo y actualizando lo que en el Evangelio es inequívoco: el seguimiento de Jesús nos lleva a pasar por la intimidad con Dios Abba, en su Palabra y en la oración, a pasar por la comunidad, en los hermanos y hermanas, en la eucaristía, y a pasar por la compañía y el servicio a sus preferidos, los pobres, desvalidas, presos, perseguidas, en nuestro caso, las niñas y niños más pobres. Nos lleva a compartir la Cruz con tantas y tantos crucificados, con el mismo Jesús, y por fin, también a compartir su gloria definitiva. En ese camino de comunidad, de oración, de abajamiento, le encontraremos: a veces sin reconocerlo en el momento, escuchando relatos de otras comunidades, en el momento de compartir lo que tenemos, recordando emocionados, al contárselo a otros, como los discípulos de Emaús, como Calasanz,…
¿Para Qué el anuncio de la buena noticia?
Para que quien escuche y crea, se salve, dice el Evangelio (Mc. 16. 15-26) Pero ¿para que crea qué? La Buena Noticia de Jesucristo es que todos los seres humanos somos Hijas e Hijos del mismo Dios. Somos, por tanto, hermanas y hermanos. Y esto es bienaventuranza pura para todas y todos principalmente para las personas que sufren exilio, para las personas tristes, para quienes tienen hambre y sed, para las maltratadas. La Buena Noticia no es solo una declaración vacía que no tiene quién la cumpla, como ocurre con algunas leyes y derechos proclamados con buena intención. La Buena Noticia es que quien cree esto, mira a sus hermanas y hermanos, a la Naturaleza, al Mundo, con los ojos compasivos de Dios Abba, que mira a sus hijas e hijos, a su Creación con Amor y alcanza la plenitud como ser humano. Por todas partes hay quien vive así, como hija e hijo de Dios, como mujeres y hombres nuevos, viviendo una vida nueva, viviendo ya como resucitados. Compartiendo lo que tienen, acogiendo al que huye de la guerra y el hambre, enseñando y educando a quien lo necesita, diciendo a Dios “Padre”. También fallando, negando y equivocándose, pero pidiendo perdón, perdonando y perdonándose. La Buena Noticia es que esta realidad ya presente, también es promesa, es nueva alianza con Dios, es un nuevo comienzo que le permite a la humanidad, ser, no solo lo que en la Historia ha sido, maravillosa y atroz, o lo que es en el presente, luz y oscuridad, sino también, su mejor versión, lo que Dios sueña que sea. El reinado de Dios, el sueño de Dios, es que el ser humano viva y viva en plenitud. Y este sueño es ya realidad y lo será plenamente en la historia. Esta es la Buena Noticia que es preciso que todo el mundo crea. ¿cómo podemos anunciar el evangelio?
También Jesús nos responde a esta pregunta. Si anunciamos el Evangelio para que el mundo crea, solo lo podemos hacer siendo creíbles. El gran reto que ha tenido y tiene la Iglesia, hoy y siempre, es el de la credibilidad. Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Para que el mundo crea. Ya podemos tener usar la más brillante mercadotecnia, las más sofisticadas tecnologías, los medios más costosos, que si no nos amamos, no somos nada. Ser creíbles, adelantar la vivencia del reinado de Dios, acoger a todo el mundo como verdadero hija e hijo de Dios, vivir ya como resucitados, es el único camino que Jesús nos propone. Después habrá que ser astutos como zorras y planificar estratégicamente y comunicar bien y todo lo que sea preciso, pero si no conformamos comunidades cristianas escolapias vivas donde se viva ya la Buena Noticia, somos como la sal sosa, que no sirve más que para ser pisoteada. La existencia de comunidades escolapias vivas, es, por tanto, la condición de posibilidad, de un anuncio eficaz del Evangelio, y, por tanto, de un desarrollo del ministerio escolapio fiel al mandato de la Iglesia y la sociedad.
El mismo Jesús, sabiendo esto, lo primero que buscó es conformar una comunidad donde vivir en primicia lo que había venido a anunciar. Es en comunidad donde nos dejó el maravilloso regalo de la Eucaristía y, del mismo modo, es ante la comunidad reunida donde se hace presencia definitiva a través de su Espíritu en Pentecostés. Tenemos por tanto una condición necesaria, pero no suficiente, para poder hacer un anuncio de la Buena Noticia: el anuncio explícito de Jesucristo a través de la predicación, la catequesis, los sacramentos, los medios de comunicación, las redes sociales y cualquier medio que esté a nuestro alcance. En muchos lugares donde estamos presentes, porque la propuesta del Evangelio es todavía desconocida, o porque de hecho se ha debilitado la cadena de transmisión de la fe en Jesucristo, es más necesario que nunca anunciar expresamente la novedad del Evangelio. Por ejemplo, La propuesta que hace la Orden escolapia por medio del Movimiento Calasanz para el anuncio, catequesis, acompañamiento e inserción eclesial de las niñas, niños, jóvenes y adultos es una de las herramientas principales que tenemos para poder atender esta tarea. La participación activa y corresponsable de la Fraternidad en el Movimiento Calasanz, es, a la vez, una llamada explícita a la misión de anunciar la Buena Noticia, y una garantía de su configuración como desembocadura natural de los procesos infantiles y juveniles.
Pero este anuncio explícito, aunque imprescindible, no es suficiente. Es preciso que existan realidades humanas donde ese anuncio se haga ya realidad. Quien asuma la tarea de anunciar explícitamente el Evangelio, tiene la responsabilidad de propiciar las condiciones de posibilidad para que sea vivible.

¿Quién lo debe hacer?
No hay duda de que el sujeto, el agente, primero y fundamental del anuncio del Evangelio es la comunidad cristiana, la Iglesia. No como una tarea más, sino como el elemento que la configura. La comunidad cristiana es para el anuncio del Evangelio y no hay anuncio del Evangelio sin no hay comunidad.
No debemos, por tanto, caer en la falsa creencia de que si convocamos a la comunidad cristiana escolapia estamos anunciándonos a nosotros mismos y no a Jesucristo. Conformar comunidades cristianas, en nuestro caso, escolapias, y vivir en ellas plenamente nuestra vocación de seguidores de Jesús es a la vez, condición y meta de nuestro ministerio. La Iglesia ha formulado de diversas maneras la misma idea: la comunidad cristiana es evangelizada y evangelizadora, es horizonte y desembocadura de los procesos pastorales que organizamos, y a su vez, sujeto evangelizador que mantiene encendida la llama del anuncio del Evangelio y abierta y transitable la senda del seguimiento de Jesús.
Hoy en día, en muchos lugares, no faltan las posibilidades de conocer y estudiar la historia de la Iglesia o los dogmas de la fe cristiana. Los medios de comunicación, para bien y para mal, ponen al alcance de casi cualquiera, todos los contenidos que podamos imaginar, incluso los inimaginables. Lo que realmente urge es que allí donde un joven se plantee seriamente la posibilidad de ser seguidor de Jesucristo, exista una comunidad que de forma cercana y acogedora le pueda decir “ven y verás”.
En esta misión las comunidades con carisma educativo y evangelizador tienen un papel muy especial. Las presencias en que se insertan suelen ser “ecosistemas” en los que crecen muchas niñas, niños y jóvenes. Este inmenso don, que como sabemos supone una inmensa responsabilidad, nos permite asistir, en el doble sentido de estar presentes y de ayudar al milagro de la conformación de la identidad de miles de personas que han crecido en nuestros colegios, hogares, parroquias, grupos y actividades. Solo atisbamos la intensidad de este milagro cuando en los periodos vacacionales, nuestras aulas y locales quedan vacíos y en silencio. Agradecemos el descanso merecido, pero también percibimos entonces, mejor que nunca, que lo que da sentido a nuestra misión, a nuestros esfuerzos, lo que nos da sentido como seguidores de Calasanz, y otros fundadores, es tanta vida en gestación, y necesariamente, en ebullición.
Para estas vidas en gestación, no olvidemos que todos somos lo que hemos llegado a ser pero también lo que podemos llegar a ser somos también promesa, por lo que estamos siempre en permanente gestación de algo nuevo, el testimonio de quienes vivimos, con toda la plenitud que podemos, el seguimiento de Jesucristo en la comunidad cristiana, en la Fraternidad, tiene el valor de la comprobación del teorema. La propuesta de la fe cristiana, demasiadas veces se ha quedado en el planteamiento de las hipótesis, muchas veces inalcanzables: “si no haces aquello”, “si cumples eso”, “si rezas esto”,… Solo la comprobación, el probar con otros, que lo que se propone es real y se vive, con todas las limitaciones de quienes somos limitados, pero con la fidelidad de quien al menos hemos visto una vez la luz, hace que el teorema, se per-se-vere, se aprehenda, se pueda formular a otros y, por tanto, se incorpore a la historia vital, a la identidad narrativa de cada persona.
En este sentido, todas y todos los miembros de las comunidades de las comunidades cristianas, desde los ministros ordenados, los ministros laicos, los animadores de las comunidades, los catequistas, tengamos, o no, el encargo concreto de explicar en persona los teoremas, o las conjugaciones, o los mandamientos, o la formulación, nos configuramos desde el día de nuestra promesa, como verdaderos maestros de la vida cristiana para todas y todos nuestros niños y jóvenes. Nada más, pero nada menos. Sabemos que la escuela sin maestros, por mucho que avance la tecnología, o justamente por ello, no puede existir. Pues el Evangelio es imposible anunciarlo sin comunidades cristianas que den testimonio de él. La salud evangélica de nuestras comunidades, que solo se mantiene con el compromiso personal de cada uno de nosotras y nosotros se convierte así, en indicador predictivo de nuestra capacidad de anunciar lo que decimos vivir, de evangelizar.
Otra aportación específica que podemos hacer desde las pequeñas comunidades implicadas en la educación y evangelización es la de propiciar que en nuestro seno, en primer término, y en cada presencia existan los medios y estructuras necesarias para apoyar la conformación de familias cristianas en las que se haga eficientemente la tarea de siembra de la fe. Es en la familia donde los niños y niñas desarrollan en primer término la sensibilidad necesaria para que la propuesta de amistad con Jesús sea posible. El acompañamiento de las familias en esta tarea, desarrollada, a veces, en contra del ambiente cultural y social, es un compromiso que nuestra Fraternidad, profundizando en el ministerio, puede y debe asumir. En algunas fraternidades se ha puesto en marcha con este propósito el ministerio de la educación cristiana, que permite formar personas y equipos dedicados prioritariamente a esta tarea.
Del mismo modo, y sobre todo después de haber reflexionado en la Iglesia todo un año sobre la Misericordia de Dios y el mandato de la misericordia, podemos argumentar la necesidad de la existencia en nuestras presencias de signos, acciones y plataformas concretas que desarrollen el mandato de acoger como hijas e hijos de Dios a todas las personas. Es muy común que en todos los currículos académicos, se incluyan contenidos referidos a los valores humanos más elevados. Esto, que sin duda es encomiable, se queda muchas veces, por desgracia, en papel mojado. Los valores, es posible que absolutamente todos los contenidos que pretendamos que sean significativos para las personas, no son aprehensibles ni “aprendibles” a través de la mera teoría. Los estudiosos del cerebro humano confirman lo que la experiencia ya nos había sugerido. No incorporamos nada que, por alguna razón, no haya sido significativo para nuestras vidas. Hasta la atrocidad de la “letra con sangre entra” era deudora de esta intuición. En el caso de los valores que nos humanizan, la intuición se torna certeza: solo practicando, la justicia, la solidaridad, la no violencia, el respeto a la naturaleza, se puede aprender a ser una persona justa, solidaria, pacífica y respetuosa con el entorno. Desde nuestra fe cristiana, podemos añadir que, no solo, pero, sobre todo, estando convencidos de que todas las personas somos hermanas y que todo lo creado está tocado por Dios, es como encontramos pleno sentido a la Justicia, la Solidaridad, la Paz y la Esperanza con mayúsculas.
El que estas comunidades, viviendo su vocación reformadora de forma visible e inequívoca, sea también, junto a las instituciones religiosas, sujeto activo de estos signos, acciones y plataformas a través de las cuales nuestras niñas, niños y jóvenes pueden vivir y disfrutar de ser como Dios manda, se convierte en un activo educativo y transformador que pocas instituciones educativas pueden aportar. Por ejemplo, la Fundación Itaka-Escolapios, plataforma de misión escolapia compartida institucionalmente entre la Fraternidad y la Orden, existe justamente para poder llevar adelante esta intuición. Una vinculación clara y un compromiso real de la Fraternidad con Itaka-Escolapios facilitan la conexión de la tarea educativa y evangelizadora de la presencia escolapia con los indispensables signos de solidaridad con los que más sufren en el mundo que hacen creíble nuestro anuncio de la Buena Noticia.
Si nuestra tradición nos recuerda a los escolapios guiando a los niños a sus casas, en Roma y en tantas ciudades durante cientos de años, para que no se perdieran, ni los perdieran, por el camino, renovemos ese compromiso de guiarles para que encuentren transitable durante toda su vida lo que les hará plenamente felices. Solo el anuncio del Evangelio de Jesucristo, hecho por comunidades escolapias vivas, cercanas, abiertas, amigables, protectoras, maternales, paternales, educativas, exigentes, comprometidas, solidarias, transformadoras, hará posible que cumplamos esta promesa, que es una pequeña parte, nuestra pequeña parte, de la gran promesa que nos hace Dios a toda la humanidad: Sois y seréis siempre hijas e hijos míos, sois y seréis siempre hermanas y hermanos, sois y seréis siempre bienaventurados. Prometido. Palabra de Dios.

Te interesará también…

Newsletter

Recibirás un correo con los artículos más interesantes cada mes.
Sin compromiso y gratuito, cuando quieras puedes borrar la suscripción.

últimos artículos