Mª Ángeles López Romero
@Papasblandiblup
Yo tenía solo cinco años cuando Naciones Unidas instauró el Día Internacional de la Mujer. Era imposible que fuera consciente por aquel entonces de la importancia de aquel gesto, de la relevancia que esa fecha tendría en mi vida y la de tantas otras mujeres a partir de aquel entonces. Como mujer, como periodista y como creyente, llevo años peleando por la igualdad de oportunidades, retratando la realidad injusta y discriminatoria que vive el 50% de la población mundial por el solo hecho de tener vagina en lugar de pene; la violencia que se ejerce contra ellas, su explotación, su invisibilidad… pero también su progresivo empoderamiento, su lucha y sus pequeñas y grandes victorias.
Una de esas victorias llegó el pasado 8 de marzo con la huelga feminista y la posterior manifestación masiva en las principales ciudades del país. Son muchos los hombres que se han sentido incomodados por este despertar feminista que se percibe ya casi a diario sea en las portadas de los periódicos, los concursos musicales o la gala de los Goya. Que dicen estar un poco hartos de escuchar el mismo mensaje una y otra vez. Y yo me pregunto si no les aburrían antes los discursos machistas repetidos durante siglos, los humillantes gestos cosificadores, la desfachatez con que se ha discriminado públicamente a las mujeres en todo el mundo.
Por todo eso este 8 de marzo no es uno más: es el año 1 de una revolución pacífica como ninguna otra. Instituciones e individuos podrán sumarse a este movimiento que nos beneficia a todos o unirse a la ola reaccionaria que contraataca con dureza para defender los privilegios disfrutados durante siglos de patriarcado por unos pocos. Pero no vale quedarse mirando sin más: no cuando se trata de la vida, la esperanza y la dignidad de la mitad de la humanidad. Menos aún si te dices cristiana o cristiano. En ese caso tú tienes el deber de estar del lado de quienes reclaman justicia e igualdad. Como habría hecho Jesús.
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