Amor a Dios y amor a los nuestros – Iñaki Otano

Domingo 13 del tiempo ordinario (A)

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, solo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro”.  (Mt 10, 37-42)

Comentario:

Para que la familia y los hijos sean signo de verdadera fecundidad humana y cristiana, hay que salir de sí mismo, no aislarse de las necesidades de los que nos rodean, estar abiertos a compartir y acoger. No ser familia cerrada sino abierta. Que en nuestras preocupaciones entren no solo nuestros seres más queridos sino también los que tienen necesidad de nosotros.

En esta línea de apertura, de no encerrarse en los suyos despreocupándose de los demás, Jesús destaca que también el amor al padre o a la madre, al hijo o a la hija, debe ser desprendido, no excluyente.

¿Ha querido Jesús oponer el amor a Él y el amor a los padres y a los hijos? Nunca el amor a Jesús es rival del amor a los seres queridos. Al contrario, quien no ama a sus padres y a sus hijos no puede decir que ama a Dios. Lo dice Jesús en otro lugar del evangelio contra los que, con la excusa de dar todo a Dios, descuidaban la ayuda a los padres ancianos y necesitados de ayuda.

Por tanto, el amor y el seguimiento de Jesús no entran en competencia con el amor y el cuidado de los nuestros. Pero sí entran en competencia con un falso amor que nos encierre en nosotros mismos, en un círculo del que no se puede salir y en el que nadie puede entrar. Si las puertas y ventanas están siempre cerradas, sin posibilidad de acoger a nadie, poco a poco el ambiente se hace irrespirable y las mismas relaciones familiares se resienten de esta falta de apertura y solidaridad.

Los padres que aman de veras a sus hijos y al mismo tiempo quieren ser fieles a su responsabilidad de educadores, a veces tendrán que corregir y decir “no” cuando lo más cómodo sería consentir en todo. Pero no buscan lo más cómodo sino lo que es mejor para sus hijos. El amor a los hijos y el amor a Dios se encuentran en buscar el bien, también cuando eso lleva a situaciones impopulares.

El mismo principio sirve para los hijos, principalmente cuando son mayores y autónomos, respecto a sus padres. Estos últimos no son perfectos ni infalibles y puede haber cosas que no se deben imitar. Las decisiones no hay que tomarlas siempre para contentarles sino por fidelidad a la conciencia, a la vocación, a las necesidades de los tiempos, a la solidaridad, etc.

Se es fiel a Dios tomando a veces decisiones que los otros no pueden comprender. Pero quien ama verdaderamente a los suyos sabe respetar las resoluciones libres y tomadas de acuerdo con la propia conciencia.