José María Pérez–Soba
La encíclica Fratelli Tutti del papa Francisco es uno de los grandes regalos que hemos recibido en este nefasto año 2020 que nos acaba de dejar. Hoy queremos llamar a la atención, de entre sus múltiples riquezas, sobre el capítulo sexto, dedicado a la «amistad social». Y lo hacemos porque comprendemos que este concepto «amistad social» es clave para poder caminar hacia una política más elevada de la que vivimos, hacia la posibilidad de pactos estables que nos ayuden a salir de esta situación que vivimos, inesperada y terrible para muchas personas.
¿Qué es la «amistad social»? Traducir en la vida social habitual, la palabra clave cristiana para nuestro tiempo: «diálogo». Desde el Vaticano II esta ha sido constantemente la referencia, en nuestra tradición católica, para reorientar, a la escucha del Espíritu, el camino de la Iglesia hacia la plenitud del Reino en nuestra sociedad moderna. Así, Pablo VI, en su primera encíclica, Ecclesiam suam, le dedica un espacio central, orientando desde allí las líneas de desarrollo del aggionamento eclesial. El mismo papa Juan Pablo II, cuando escribe las líneas programáticas ante la llegada del nuevo milenio (¡milenio!) en su carta apostólica Novo milenio ineunte nos recordaba, citando Gaudium et Spes que «la Iglesia reconoce que no solo ha dado, sino que también ha “recibido de la historia y del desarrollo del género humano”», y afirmaba en la encíclica Redemptoris Missio:
«El diálogo no nace de una táctica o de un interés, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad propias: es exigido por el profundo respeto hacia todo lo que en el hombre ha obrado el Espíritu, que “sopla donde quiere” (…) El diálogo se funda en la esperanza y la caridad y dará frutos en el Espíritu».
Lo que Francisco hace en el capítulo sexto de Fratelli Tutti al hacer referencia a la «amistad social» es hacernos ver las consecuencias en nuestra vida ordinaria de este principio básico. Nuestro ser cristiano es un ser dialogal, no es una táctica ni una estrategia. Por ello, nuestra misión evidente es crear una «nueva cultura» que evite dos grandes tentaciones: la indiferencia ante lo que sucede, como si no tuviera remedio, y la intransigencia que lleve al constante enfrentamiento. El papa denuncia las peligrosas consecuencias de ambas actitudes.
La primera de ellas, la indiferencia, es de sobra conocida y denunciada entre nosotros. Como dice el papa, nace de la apuesta vital por un relativismo («qué más da, todo depende») que es un medio privilegiado, medio por el que los poderosos logran que nada cambie para mejor. De esa forma, pasamos de largo frente al herido caído a nuestro lado del camino y nos justificamos apostando por un pesimismo, un elegante «estar de vuelta» que hace que todo siga igual. El individualismo descreído no es una solución.
La segunda nos ha saltado a las páginas de los periódicos con muchísima fuerza estos últimos días: la apuesta por una «guerra ideológica», por romper los puentes y los consensos sociales, y la incapacidad de comprender la posición del diferente están creando un peligro auténtico de ruptura social, que empezamos a comprobar que es caldo de cultivo de la violencia.
Y estas situaciones no nacen espontáneamente de la nada, sino de una cultura que se está extendiendo al amparo de las nuevas tecnologías. Nacen de una política marcada por las técnicas de marketing, obsesionadas más por crear candidatos de perfiles claros, duros, reconocibles de un vistazo, que por el bien común; de una cultura de haters en las redes sociales, donde el insulto se confunde con la opinión, donde el anonimato relativo esconde intereses particulares y acoso sin límite; de una cultura de la competitividad extrema, que divide a las personas entre «perdedores» y «triunfadores» con lo que te debes imponer una lucha constante por mantenerte entre los segundos… a costa siempre de los primeros.
En esta cultura social no es posible ningún tipo de política de consenso, de largo plazo, que permita a la sociedad caminar hacia objetivos comunes en la discrepancia. Es el caldo de cultivo de sociedades fracturadas, rotas por apuestas ideológicas irracionales, pasto fácil para todo tipo de fake news que, pese a ser absurdas, alimentan la propia convicción de estar en lo cierto.
Frente a todo ello el papa insiste en que tenemos una misión: crear espacios de encuentro social, de diálogo real. No se busca un consenso fácil ni renunciar a las propias convicciones, sino ser capaz de escuchar al otro y proponer acciones juntos. No es apuesta «buenista», como suelen decir los intransigentes. Es evidente su dificultad. Pero si somos cristianos no podemos renunciar a saber que el diferente es nuestro hermano, es parte de mí mismo; a saber, que nuestro destino es común y, por tanto, lo que nos afecta a todos debemos resolverlo entre todos. Es la ecología integral de la que habla el papa. Ya no hay soluciones estancas. Ya no es posible ni esconder la cabeza debajo del ala. Es necesario tomar conciencia de una forma de ser, de una nueva cultura del diálogo que tenga la fuerza de ayudar a transformar, a dar un paso más hacia los caídos en el camino.
Y esta cultura no nace de la nada. Atrapada en fuerzas destructivas muy serias, debemos apostar, con esperanza, por sembrar nuestra cristiana forma de ser. Las opciones de base que manejamos en nuestra pastoral juvenil ayudarán a un futuro marcado por la «amistad social» o marcado por la intransigencia. Y no es solo en grandes cuestiones, sino en cómo reflexionamos sobre nuestro uso de las redes, en si somos capaces de salir de nuestros espacios de confort o preferimos quedarnos cálidos en ellos, en si son capaces de confrontar ideas de forma positiva y solo compartir monólogos en nuestros grupos, en si nos dejamos tocar por la realidad sufriente o preferimos seguir sin mirar a los lados del camino.
Uno de los sociólogos más de moda en los últimos años, Zygmunt Bauman, dedicaba su última obra a avisarnos del riesgo de lo que llamaba «retrotopías», utopías sociopolíticas y culturales que buscan llevarnos de vuelta al pasado, convertido en un mito, a costa, claro, de la libertad y la pluralidad. Y acababa su obra diciendo:
«La respuesta más convincente a este interrogante capital, a esta cuestión de vida o muerte para la humanidad la encontré en un discurso del papa Francisco y esa respuesta es “capacidad para dialogar”: Si hay una palabra que tenemos que repetir hasta cansarnos es esta: “diálogo”. Estamos invitados a una cultura del diálogo, tratando por todos los medios de crear instancias para que este sea posible».
La pastoral juvenil podemos y debemos responder a este desafío de nuestro tiempo.
Descarga el artículo en pdf RPJ 546 – febrero 2021 – Amistad social o enfrentamiento social – Chema Pérez-Soba