Alimentar – Javier Alonso

Alimentar

Javier Alonso

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Los Evangelios recogen muchos momentos en los que la multitud se acerca a Jesús para ser curada de sus enfermedades y escuchar sus enseñanzas. Realmente, tenía una gran capacidad de convocatoria.

Marcos nos presenta a Jesús enseñando a una multitud desorientada y perdida como “ovejas sin pastor” (Mc 6,30.44). Después de instruir a la gente, ordena a sus discípulos que les diesen de comer. Pero ¿cómo alimentar a semejante multitud con cinco panes y dos peces? Jesús hace el milagro: bendijo los panes y los peces “y los dio a sus discípulos para que los distribuyesen. […] Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos”. Dios cuida y alimenta a su pueblo. En el desierto, lo provee con el agua de la roca, el maná y con las codornices. Los conduce a una tierra que “mana leche y miel”. Pero el verdadero alimento es palabra de Dios. “Aunque Dios los hizo sufrir y pasar hambre, después los alimentó con maná, […] para hacerles saber que no solo de pan se vive, sino de todo lo que sale de los labios del Señor” (Dt 8,3). El libro de la Sabiduría ratifica esta idea: “No son las cosechas de la tierra las que alimentan, sino que es tu palabra la que mantiene a los que en ti confían” (Sab 16,26). La Palabra de Dios es una fuente inagotable de sabiduría: “El Señor da la sabiduría; conocimiento y ciencia brotan de sus labios (Prov 2,6)”. Orienta en el camino de la vida y ofrece aprendizajes para entender el mundo y las personas.

Realmente, en los relatos bíblicos encontramos una sabiduría que nos ayuda en el “bien vivir” de cada día. La Palabra es un alimento muy nutritivo para el crecimiento integral de la persona. Más aún, Cristo mismo es el alimento que da la vida: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). En una época de gran decadencia cultural y educativa, los humanistas del Renacimiento promovieron el estudio de la Biblia y los grandes autores clásicos. Querían mostrar a los alumnos contenidos valiosos, no solo por su belleza literaria, sino por su contenido humanista. Uno de los libros de textos más exitosos fue una colección de adagios que publicó Erasmo de Róterdam y que fue un referente en la educación de muchas generaciones. Luis Vives publicó Linguae latinae excertitatio, que contiene veinticinco diálogos para enseñar el latín partiendo de temas sencillos hasta llegar a los más complejos. Los humanistas tenían la firme convicción de que la enseñanza de los textos clásicos y la Biblia en la lengua latina y griega era una fuente de sabiduría inagotable.

​La importancia de los contenidos

La escuela vive momentos de innovación. Se aplican nuevas metodologías más efectivas, se modifican los espacios educativos, se realizan proyectos de investigación atractivos y las nuevas tecnologías nos ofrecen gran abanico de posibilidades. La escuela se ha centrado mucho en mejorar los procedimientos, pero, quizá, se ha descuidado la calidad de los contenidos que se enseñan, es decir, el alimento se ofrece a los alumnos. Los pedagogos humanistas tenían bien claros los contenidos que querían dar a los alumnos. Estaban convencidos de que el estudio de los autores clásicos era un buen alimento para la persona nueva que debía surgir para la reforma de la sociedad. Esta idea la recogieron los grandes pedagogos de los siglos CVI y XVII: MelanchthonComenio, san Ignacio, san José de Calasanz, san Juan Bautista Lasalle. Recibimos el desafío que nos hace Jesús: “Dadle vosotros de comer” a esa multitud de niños necesitados de un alimento sólido y que alimente de verdad. Por ello, debemos escoger bien qué contenidos culturales (alimento) ofrecemos a nuestros alumnos, de modo que descubran la verdad, la bondad y la belleza de las realidades que Dios ha creado. Toda cultura debe estar al servicio del encuentro entre las personas, la paz y el progreso de los pueblos. La sabiduría de Evangelio es una fuerza que la inspira y le da un sentido pleno.

La palabra de Dios es el alimento que humaniza y da la vida. No la encerremos en los espacios privados de la catequesis y las clases de Religión. Hagamos que fecunde con creatividad los contenidos que ofrecemos a los alumnos para que estén al servicio de la fraternidad entre las personas.

Por ello, debemos escoger bien qué contenidos culturales (alimento) ofrecemos a nuestros alumnos.

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