Aita Mari. Así se llamaba el atunero guipuzcoano que a mediados del siglo XIX, bajo la dirección de José María Zubia, se dedicó desinteresadamente a ayudar a otros pescadores a los que les sorprendían las tormentas. Su lancha siempre estaba dispuesta. Cobró fama cuando el 22 de julio de 1861, en mitad de una gran galerna, salió a la mar al rescate de los naufragos de la lancha San José. Recibieron la Gran Cruz de la Beneficencia de la Marina. En enero de 1866, Zubía partió desde el puerto de San Sebastián para ayudar en el rescate de los tripulantes de una chalupa de Getaria que intentaba entrar en la Bahía de la Concha. No tuvo tanta suerte, pues un golpe de mar le arrastró, desapareciendo entre las olas. Otros 38 pescadores murieron en aquella tormenta.
Hoy, Aita Mari da nombre a otro buque: un atunero reconvertido que hasta el mes de marzo fondea en la ría de Bilbao, a la espera de salir en dirección a otros puertos españoles, en su camino hacia el Mediterráneo. Sin embargo, no parece que lo vayan a tener fácil. Tras las oleadas de solidaridad y tweets que surgieron con la lacerante muerte de Alan en 2015, el panorama se ha vuelto muy lúgubre. Las personas siguen ahogándose igual. Pero las voces de indiferencia o beligerancia hacia los y las migrantes atraviesan nuestro continente, y cada vez se hacen más fuertes en los parlamentos europeos y en nuestras calles. Ilustrativo es el hecho de que la Italia de Salvini haya cerrado sus puertos a estos barcos. Bajo este panorama, ni el Aita Mari ni otros barcos como los tres de Open Arms tienen permiso para realizar labores humanitarias, y están amarrados en los puertos. ¿Acaso están de más? Los datos del Open Arms nos dicen que no. Desde 2015 han rescatado a 59.706 personas. Y otras muchas, difíciles de cuantificar, han muerto.
Atender a las personas que se ahogan en nuestras aguas, no es sólo una cuestión de políticas de inmigración, que sin duda no son muy solidarias a día de hoy. Es una cuestión de atender una emergencia. Es ayuda humanitaria básica. Me pregunto qué hubiera dicho Zubia si le hubieran impedido salir a la mar en busca de los que caían.
Y a nosotros como cristianos y cristianas, ¿qué nos toca? Pues ir al Evangelio, como no puede ser de otro modo. “Venid, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque […] era inmigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis. Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos […] inmigrante y te recibimos, desnudo y te vestimos? […] El rey les contestará: os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis. Después dirá a los de su izquierda: apartaos de mí, malditos […]. Porque […] era inmigrante y no me acogisteis, estaba desnudo y no me vestisteis.[…]. Ellos replicarán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, inmigrante o desnudo, enfermo o encarcelado y no te socorrimos? Él responderá: os aseguro que lo que no hicisteis a uno de estos más pequeños, no me lo hicisteis a mí” (Mt 25, 34-45).