Aires de juventud entran en la Iglesia – Juan Pablo Espinosa Arca

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La Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (EG), reflexión de Francisco a la luz del Sínodo de Obispos sobre la Evangelización del año 2012, nos coloca en la sintonía de una renovación en el orden de la misión cristiana en el mundo actual. El artículo siguiente tiene que ver con comprender cuál es el paradigma eclesiológico que el Pontífice asume y cómo este tiene repercusiones prácticas en el orden del trabajo pastoral, especialmente en medio de los desafíos juveniles. Será un escrito en forma de “pre-texto”, es decir, nos puede permitir seguir reflexionando y actuando desde el corazón del Evangelio y desde la praxis de Jesús para hacer de nuestra comunidad creyente cada día más una “Iglesia de salida”

El cambio de paradigma en la comprensión de la Iglesia
Cuando hablamos de paradigma y siguiendo los planteamientos de T. Kuhn (1922-1996), hacemos referencia a una visión determinada del mundo, un marco teórico específico, una forma de hacer las cosas a partir de determinados métodos o propuestas los que responden a determinados valores y un determinado vocabulario. Desde esta base, la reflexión teológica y pastoral ha descubierto que Francisco presenta con su forma de ser Pontífice una nueva forma de ser y hacer Iglesia.

En EG, Francisco titula a esta nueva comprensión eclesial como la “Iglesia de salida”. Francisco sostiene “La Iglesia en salida es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias” (EG 46). Dicha salida se fundamenta en la experiencia del pueblo de Israel en el éxodo y en la vocación dinámica que su fe posee ya que el mismo Dios bíblico es uno que va de camino, que se mueve y que hace su centro vital en medio de los pobres y desterrados. También esta dinámica responde a la invitación misionera de Jesucristo en su “vayan y hagan discípulos a todas las naciones” (Mt 28, 19-20). En esto sostiene Francisco “fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco, sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (EG 23).

La práctica de Jesús favorece la inclusión, la cercanía y el encuentro con el otro. Si la Iglesia excluye a uno solo de sus hijos está haciendo oídos sordos al mensaje de su fundador. Es más, actualmente vivimos como si muchos rostros del macro y del micro-tejido social no existieran. En el tiempo de Jesús los leprosos, las prostitutas, los endemoniados, los locos eran marginados y debían asentarse en los cementerios y en los lugares desiertos para así evitar que contaminaran a los ‘sanos’ de la pureza ritualista judía. Se experimentaba y legitimaba una línea simbólica de la marginación. Si hoy nos preguntásemos cuáles son esos mismos rostros mutilados, hemos de decir (aquí en Chile) sin temor a equivocarnos, que son las minorías sexuales, las mujeres, los estudiantes, los mapuches, las madres solteras, los divorciados, y los jóvenes. Muchos de estos rostros siguen siendo como tabú. Es peligroso hablar de ellos. Sin embargo, y gracias a la nueva forma de ser Iglesia, hemos ido paulatinamente interpretando el Evangelio desde las exigencias actuales. Desde ya agradecemos a aquellas comunidades que han incorporados a todos esos rostros en los cuales el Hijo de Dios se oculta esperando ser discernido desde la fe (Cf. Mt 25, 35-50).

El encuentro con el otro como exigencia de la misión cristiana
Anteriormente decíamos que la forma de comprender el mundo y la realidad está experimentando vertiginosos cambios. Uno de esos cambios es la pérdida de lo comunitario. Francisco sostiene que “el individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares” (EG 67). Frente a este escenario, la Iglesia, que apuesta en su esencia por los vínculos interpersonales, debe volver a levantar su voz profética para anunciar que el verdadero desarrollo y sentido humano no se logra sino viviendo y sintiéndose comunidad.

Para hablar de las relaciones interpersonales, Francisco asume el concepto del “otro” y sostiene que “el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invita a la revolución de la ternura” (EG 88). Las expresiones ‘correr el riesgo del encuentro’, ‘Encarnación del Hijo de Dios’ o ‘revolución de la ternura’, nos exigen ser fieles al Misterio de la Encarnación del Verbo, acabando con el individualismo y entrando decididamente en la lógica del Pueblo de Dios y de la comunidad creyente que ‘callejea la fe’ convirtiéndonos así en una Iglesia de salida que anuncia el Reino que fue discernido en medio de los signos de los tiempos.

Este encuentro ‘cuerpo a cuerpo’, fundamenta también la dimensión social del Evangelio. Esta dimensión nos irá ayudando a superar la ‘psicología de la tumba’ (EG 83), la cual “convierte a los cristianos en momias de museo” (EG 83), es decir, creyentes encerrados en viejas y egoístas estructuras. El llamado a la renovación misionera y a la conversión pastoral que propone Aparecida y que es asumida por Francisco en buena parte de su Exhortación Apostólica, exige de parte de los creyentes salir de sí mismos en busca de los rostros de las periferias, de los “no ciudadanos, los ciudadanos a media o los sobrantes urbanos” (EG 73). Debemos, pues, aprender a ser compañeros de camino, miembros de la Iglesia de salida.

La Pastoral Juvenil como esperanza de la Iglesia de salida
En este último apartado queremos exponer los planteamientos sobre la Pastoral Juvenil que Francisco presenta en Evangelii Gaudium. Los puntos que nos interesa rescatar son el 105 y el 106, ubicados en el apartado “Otros desafíos eclesiales”.

Comienza el número 105: “La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a desarrollarla, ha sufrido el embate de los cambios sociales. Los jóvenes, en las estructuras habituales, no suelen encontrar respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas”.

Volvemos a ver el cambio de paradigma o de época que hemos venido comentando anteriormente. La Pastoral Juvenil no ha estado al margen de ellos. El tema de que los jóvenes no encuentran sus respuestas en las estructuras habituales lo podemos apreciar en las innumerables marchas y acciones de protesta que se han sucedido en los últimos tres años y antes en el llamado conflicto ‘pingüino’ y en las cuales muchos de nosotros hemos participado. Los jóvenes hemos experimentado un descontento progresivo con las instituciones que nos representan y hemos aprendido a levantar la voz exigiendo cambios sociopolíticos y culturales. Queremos más participación, más representatividad y más respeto por la dignidad de cada ciudadano.

Continúa EG 105: “A los adultos nos cuesta escucharlos (a los jóvenes) con paciencia, comprender sus inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en el lenguaje que ellos comprenden. Por esa misma razón, las propuestas educativas no producen los frutos esperados”.

El tema del lenguaje con que evangelizamos tiende a caer en incomprensiones, ya sea por sus rebuscados términos o por aparecer como desencarnado de la cultura en la cual se expresa. Ésta es una exigencia no menor en la revitalización de la misión. Cuando los misioneros nos lancemos a las calles, a las poblaciones, a las oficinas, a los colegios, Universidades, a las fábricas, y a todos los ambientes en los cuales nos desarrollamos, debemos presentar el Evangelio con un lenguaje comprensible y cercano a la experiencia de los creyentes y no creyentes. No podemos presentarnos desde la vereda de la lucha o del fundamentalismo, sino que debemos apostar por el diálogo y por el arte de escuchar y contemplar la acción de Dios en cada uno de sus hijos e hijas.

Francisco también hace mención de los medios educativos que se presentan para lograr que los jóvenes podamos obtener aquellas respuestas por el sentido. Aquí me quisiera detener desde mi labor como profesor. El Papa distingue dos formas de educación, una que tranquiliza a los jóvenes haciendo de ellos “seres domesticados e inofensivos” (EG 60) y por otro lado una “educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores” (EG 64). Aquí no puedo dejar de pensar en los planteamientos del pedagogo brasileño Paulo Freire que distinguió estos dos mismos tipos de educación a los cuales denominó bancaria y liberadora, respectivamente. La II Conferencia del CELAM celebrada en Medellín, Colombia, el año 1968 y que se encargó de acercar los planteamientos del Concilio Vaticano II a la realidad latinoamericana, dedicó importantes números al tema de los dos tipos de educación. Invito a que se puedan leer estos puntos (apartado 4 del documento conclusivo – “Educación”) y reflexionar también cómo la labor docente y catequética debe ir en beneficio de los jóvenes de la manera de obtener los frutos que sí permitirán contribuir a la mejora progresiva de nuestras sociedades.

Francisco continúa en su planteamiento sobre la Pastoral Juvenil sosteniendo lo siguiente: “La proliferación y crecimiento de asociaciones y movimientos predominantemente juveniles pueden interpretarse como una acción del Espíritu que abre caminos nuevos acordes a sus expectativas y búsquedas de espiritualidad profunda y de un sentido de pertenencia más concreto. Se hace necesario, sin embargo, ahondar en la participación de éstos en la pastoral de conjunto de la Iglesia”.

El tema de las nuevas comunidades de vida juvenil ya sean eclesiales o no, constituyen una oportunidad para los que hemos hecho la opción por el trabajo con niños y jóvenes. Como personas, tendemos a unirnos a otros que tienen nuestros mismos intereses y con los que compartimos un código común o unas mismas expectativas de presente y futuro. Hay sí una dimensión que hemos de ir superando constantemente, me refiero al paso de “la masa” al del “pueblo”. La masa se deja arrastrar por fuerzas que coaccionan sus decisiones; en cambio, el pueblo tiene una identidad común. En esto, pensemos en lo que bellamente expresó el Vaticano II en la Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre el Misterio de la Iglesia: “La condición de este pueblo (del Pueblo de Dios) es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cf. Jn 13, 34)” (LG 9). Frente a esto, se nos presenta el desafío de acrecentar el sentido de pertenencia a la Iglesia, el cual está unido indisolublemente con la relación que tenemos con el otro.

Finalmente pasamos al número 106 de Evangelii Gaudium: “Cabe reconocer que, en el contexto actual de crisis del compromiso y de los lazos comunitarios, son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se enmarcan en diversas formas de militancia y voluntariado. Algunos participan en la vida de la Iglesia, integran grupos de servicio y diversas iniciativas misioneras en sus propias diócesis o en otros lugares. ¡Qué bueno que los jóvenes sean callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!”.

Las últimas palabras de Francisco sobre la Pastoral Juvenil son profundamente proféticas y provocativas. Sabemos que la sociedad actual vive el individualismo representado en la ‘crisis del compromiso de los lazos comunitarios’. Es una piedra en el camino de la evangelización. Pero los que se saben discípulos misioneros deben ser capaces de sobrepasarla desde el Evangelio y desde la praxis evangelizadora de Jesús que apuesta por lo comunitario. Y como por la fe sabemos que su Espíritu sigue actuando en medio de nuestras historias, comprendemos que aquellos que se solidarizan y que nos solidarizamos con los demás siendo profetas, a veces decididos, a veces torpes, a veces temerosos, pero profetas al fin y al cabo, somos esa esperanza en esta Iglesia de salida. El llamado de Francisco es callejear la fe, es llevar a Jesucristo, primer callejero de la esperanza y del amor, a aquellos lugares en los cuales la esperanza falta sembrando el Evangelio de la alegría.

A modo de conclusión
Francisco nos está dando señales claras, sencillas pero potentes de lo que constituye esta nueva forma de vivir y de hacer Iglesia. Su propuesta, que es la propuesta de Jesús de Nazaret, es la de ser callejeros de la fe, ser una Iglesia de y en constante salida. La dinámica de la fe no se agota en la vivencia al interior del Templo material, sino que se juega y se valida en medio de las plazas, poblaciones y calles. La misión cristiana responde por tanto a la invitación provocativa y siempre nueva de Jesucristo que nos envió por todas las naciones a anunciar y a enseñar a aquéllos que Él mismo nos dejó como herencia y exigencia: el Reino de Dios. El Espíritu del Resucitado sigue hablando en el tiempo y en el espacio público, ¡El que tenga oídos que oiga lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 11).

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