Ahora sí – Josep Périch

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Un capellán, cuentan, se aproximó a un herido en medio del fragor de la batalla y le preguntó: 
    -¿Quieres que te ayude a rezar? 
    -Primero dame agua que tengo sed, dijo el herido. 
    El capellán le sirvió el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en kilómetros a la redonda. 
    -¿Ahora?, preguntó de nuevo. 
    -Primero dame de comer, suplicó el herido. 
    El capellán le dio el último mendrugo de pan que atesoraba en su mochila. 
    -Tengo frío, fue el siguiente clamor, y el hombre de Dios se despojó de su abrigo de campaña pese al frío que calaba y cubrió al lesionado. 
    -Ahora sí, le dijo al capellán. Habla de ese Dios que te hizo darme tu última agua, tu último mendrugo, y tu único abrigo. Quiero conocerlo  en su gratuidad.

En nuestro país, por suerte, no vivimos en estado de guerra, pero seguro que diariamente nos encontramos con personas gravemente heridas por el clima social hostil que viven o les ha tocado vivir. Personas heridas en su dignidad o que han sido heridas en la dignidad de los suyos con abusos de todo tipo, infidelidades, complejos, sentimientos de culpa o de inferioridad… En este contexto difícilmente acogerán de buen grado unas «palabras» morales o religiosas, por más acertadas que sean. Esta persona necesita ser reconducida por alguien que le apoye desde la gratuidad y no desde el interés, la especulación, el paternalismo, proselitismo…

Lo que puede romper el hielo de la incredulidad en una persona no son tanto las palabras como: el regalarle una parte de mi tiempo, una mirada cariñosa, escucharle, un invitarle o dejarme invitar, sacrificar mi vida por él, un saber desprenderme de algo mío…

Entonces, sí, una palabra mía de creyente, salida del corazón y en el momento oportuno, puede ser estimulante. ¿Esta no era la manera de hacer de Jesús?

¿Cuándo decimos que la gente pierde la fe, son ellos los que la han perdido o que nosotros, la gente de Iglesia, lo ponemos difícil? Seguro que puede haber otras razones pero, por la parte que nos toca, ¡no escondemos la cabeza bajo el ala!

Escuchemos lo que nos dice un profeta como Gandhi:

«En primerlugar, quisiera aconsejar a los cristianos que todos a la vez comenzaran a vivir como Cristo Jesús. Si os viéramos en el espíritu de vuestro Maestro, ninguno de nosotros podría resistirse.

En segundo lugar os aconsejaría llevar a la práctica vuestra religión, sin violentarla y sin degradarla. No soy del parecer que la India deba asumir un cristianismo dulcificado; quiero, más bien, que asuma el verdadero cristianismo.

En tercer lugar, quisiera proponeros que insistáis en el amor, porque el amor es el alma del cristianismo»

 

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