Adviento 3C, Un pueblo que espera – Iñaki Otano

El pueblo estaba en expectación, es decir, a la espera. Y Juan personificaba esa espera. Había renunciado a dedicarse al culto en el templo, como le habría correspondido por ser hijo del sacerdote Zacarías, y se había centrado en anunciar un tiempo nuevo, el tiempo del Mesías, que iba a cambiar las cosas. La conversión que predicaba y el bautismo que impartía conducirían a la reconstrucción del pueblo, humillado y pobre. Era tal la expectación que todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías.

            En ese contexto, es normal que la gente pregunte: ¿Qué hacemos nosotros? Tenían ganas de contribuir al cambio que esperaban, La respuesta de Juan no es una llamada a emprender una alocada batalla violenta sino algo menos espectacular, más al alcance de todos, aunque a la larga también más exigente por la constancia que supone: procura no hacer mal a nadie, no te aproveches de las circunstancias para flotar hundiendo a los demás, haz bien cada día lo que tengas que hacer. Así formaremos un pueblo unido que se caracterice por la solidaridad, superando toda forma de egoísmo.

            Pero el pueblo quiere un líder, y la tentación de Juan podría ser la de  aprovechar las circunstancias para apropiarse sin más de ese liderazgo y servir así a las propias ambiciones, con la excusa de servir al pueblo. Sin embargo, Juan tiene las ideas claras y la humildad de reconocer que el Mesías es otro, y es en ese Mesías en quien tienen que confiar.

            Es quizá una disyuntiva que se nos presenta a menudo en la vida: mi persona, mi popularidad, mis intereses por encima de todo, o bien, doy preferencia al bien de los demás, aunque sea preciso hacerme a un lado o pasar a un segundo plano para que la causa del bien no encuentre obstáculos.

            Aunque se haya perdido protagonismo y significación , se puede seguir esperando:: “cuando nos sentimos solos, cuando nadie parece querernos más y nosotros mismos tenemos razones para despreciarnos o estar descontentos con nosotros, cuando la perspectiva de la muerte o de una pérdida grave nos espanta y nos arroja a la depresión, entonces, de lo profundo del corazón resurge el presentimiento y la nostalgia de Otro que pueda acogernos y hacer que nos sintamos amados, más allá de todo y a pesar de todo” (Martini)

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: “¿Entonces, qué hacemos?”. Él contestó: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”.

Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?”. Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”. Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?”. Él les contestó: “No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga”.

El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia. (Lc 3, 10-18).

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