Adviento 3º dom, Testigo de la luz – Iñaki Otano

El evangelio define a Juan como testigo de la luz. Eso mismo es el cristiano. Sabe que él mismo no es la luz pero tiene la responsabilidad y la misión de mostrar la luz y alumbrar.

            Para ayudarnos a ser testigos de la luz, el Papa Francisco ha escrito una exhortación pastoral, nos ha dirigido una carta fraternal sobre “la alegría del evangelio”. Y es que el evangelio existe para que nuestra alegría sea completa.

            Para Francisco, difícilmente podrán ser testigos de la luz los resentidos, quejosos y sin vida. No es propia del cristiano la permanente cara de funeral ni la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Tampoco le parece que debamos desarrollar la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo.

            Es importante entonces no solo lo que hacemos sino cómo lo hacemos. Un ceño permanentemente fruncido, las respuestas desabridas o desconsideradas, el mal humor no contenido, la ironía hiriente y de mala baba pueden deshacer lo que se intenta construir con esfuerzo.

            Pero Francisco insiste en lo positivo a la hora de vivir y proclamar la buena noticia de Jesús. Anima a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. Habla de ser un manantial, que desborda y refresca a los demás, de sentirse bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros.

            ¡No nos dejemos robar la esperanza!, exclama Francisco. Para que no nos la roben, ni se agote el agua del cántaro ni se seque el manantial, somos invitados a caminar con Jesús: no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas…

            Nos toca recorrer un camino como Juan Bautista. Quienes le preguntan: ¿Tú quién eres? tienen la esperanza de haber encontrado al que buscaban, de no tener que seguir caminando porque ya han llegado a la meta. Pero la respuesta del Bautista encamina hacia el que viene detrás de él, la verdadera meta. Por tanto, debe seguir el esfuerzo, esfuerzo gozosamente realizado porque estamos ya en el camino del Señor.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?”. Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?”. Él dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú el Profeta?”. Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: “Yo soy ‘la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor (como dijo el Profeta Isaías)’”. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

Esto pasaba en Betania, a la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.  (Jn 1, 6-8. 19-28).

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