ACOMPAÑARNOS MIENTRAS VAMOS DE CAMINO, UN REGALO DE LA VIDARPJ 560 Descarga aquí el artículo en PDF
Cova Orejas
Equipo RUAJ
Una persona llega al lugar donde comenzamos el acompañamiento y por primera vez nos saludamos. En ese pequeño instante se abre una ventana para ambos, ahí se da, se nos regala, la oportunidad del encuentro. De lo que imaginamos que va a ocurrir a partir de ese momento, a lo que se nos da como regalo después, hay un abismo enorme, un espacio infinito, que es por donde se cuela el misterio de la vida y de la Presencia que la atraviesa, al menos así lo voy descubriendo. Nada que ver con la experiencia de que te echen las cartas para adivinar el futuro o que en una búsqueda de alguien que resuelva tus enigmas, pasivamente te dejes conducir por otra persona.
Partiendo de que en el acompañamiento somos tres, sin la presencia del Espíritu no podría darse lo que buscamos. En el marco de lo que acontece, del lugar y del tiempo en que se da, se cruzan dos personas que van a dejar que Dios se revele y les hable, haciéndose presente en medio de la cotidianeidad de la vida que se va dejando ver a través de un relato.
En el acompañamiento somos tres
Como en El principito, ya antes de que ocurra, hay dos personas que esperan lo que va a darse. Las dos han elegido embarcarse en la aventura de compartir camino, una búsqueda, un episodio de quién son. Así ya están escribiendo una página nueva en el libro de la Vida, al haber acordado cuándo, cómo, dónde y para qué se van a «visitar», a ver qué posible episodio de la historia de salvación van a hacer posible a partir de ahí, pues lo hacen con la confianza de que nada es imposible para Dios.
Desde el momento en que suena el timbre, se abre la puerta y nos sentamos, ya estamos todos a la mesa, invitados a compartir esos retazos de la vida en los que esperamos encontrar las huellas de quien nos ha invitado a caminar de su mano.
¿Es esta una experiencia sanadora? Desde luego sí que puede serlo, tanto para la persona acompañada como para quien acompaña. Aunque para ello hay unas reglas de juego que nos ayudarán a conseguirlo, y que nos ayudarán a evitar tropiezos, escollos y atropellos de los que dejan huella y que, en lugar de darnos vida, nos la quitan.
En el acompañamiento compartimos quiénes somos, con toda nuestra persona presente en el encuentro. No sesgamos una supuesta parte espiritual de nuestra vida dejando de lado lo cotidiano. Al contrario, hablamos de un acompañamiento espiritual en el que deseamos acoger la Vida acompañando la vida, con todo aquello que va pasando en ella y, sobre todo, prestando atención a cómo nos va afectando, cómo lo vamos viviendo, qué mensaje nos trae. Valoramos el descubrir todos sus matices, con toda la diversidad que nos presenta la realidad más cotidiana y llegar a vernos y reconocernos en ella para que nada se pierda y que, en medio de todo, podamos acercarnos a sentir por dónde puede ir el camino que se nos invita a recorrer.
Mientras vamos de camino, tomamos aire para agudizar los sentidos, identificar nuestras percepciones, aquello que vamos sintiendo, las creencias y pensamientos que se van formulando en nuestra cabeza, las capacidades y recursos que tenemos, las dificultades que se nos van presentando… Todo eso, mirado, hablado, revisitado junto a otra persona y sabiéndose en manos de quien no nos abandona, nos va haciendo sentirnos capaces de comprendernos y de ir desplegando lo mejor de cada uno/a.
Alguien nos está llamando a vivir plenamente nuestra humanidad
Es un espacio similar al del alfarero, en el que poco a poco nos vamos reconociendo a nosotros mismos, según nos vamos haciendo en medio y con el barro de la vida y según nos vamos dejando alumbrar por el soplo del espíritu que nos da a luz y nos hace partícipes de su Vida.
Hay momentos en el camino que van quedando marcados, señalados por la Palabra que surge, ofreciéndonos sus preguntas y palabras firmes, testigos, apuntes de horizonte para andar el camino. Ella misma, la Palabra, nos recrea, nos fortalece, alimenta nuestras raíces y nos da el pan con el que sentir que podemos seguir recorriendo nuevas rutas por donde volver a afrontar cada situación en la que nos vamos encontrando.
Sanador, muy sanador es darse cuenta de que en el camino no vamos solos y de que Alguien nos está llamando a vivir plenamente nuestra humanidad, lo mejor de ella, para entregar la vida y hacer posible que otros, más pequeños, más jóvenes, más novatos en estas caminatas, puedan descubrir que vivir es, o puede llegar a ser, un regalo pleno de sentido.
Sanador también para quien acompaña, pues se le va haciendo testigo de cómo, quienes llegaron buscando la solución a un problema, un atraganto, una pérdida, una confusión o simplemente la necesidad de compartir un tramo del camino, se convierten en grandes personajes de nuestra historia sagrada. En su búsqueda sincera de las huellas de Jesús hoy, en medio de nuestra realidad, en lo más cotidiano y sencillo de ella y sin aspirar a ocupar los primeros puestos de ningún ranking de santidad, vamos viendo que viven, como nos invitaba Miqueas, caminando humildemente con su Dios. Estas personas nos regalan Vida al mostrarnos cómo El sigue actuando en la historia personal de cada uno, al desvelar con su luz, dónde están las situaciones más difíciles en las casas, trabajos, comunidades, desencuentros de amor y, también, por dónde soplan los vientos del Espíritu y cuánto podemos crecer con Él y en Él, cuando llegamos a lo más profundo de nuestro ser y nos abrimos a acogerle y hacer posible el encuentro al que todas estamos llamadas, todos invitados.
Si miramos el contexto de lo que hoy nos hace ocupar titulares de prensa, ser objeto de comisiones y noticia en los parlamentos, y vernos casi desahuciados en las encuestas que se hacen a pie de calle, entre las generaciones más jóvenes, muchas personas pueden dudar de si esto que acabamos de compartir es posible en una Iglesia señalada por los casos de menores y personas adultas que han sufrido y sufren abuso sexual, de poder, de conciencia y espiritual en nuestras mismas casas, parroquias, instituciones, lugares que suponían seguros para ellos, y causados por personas a quienes acudieron confiadamente, buscando a Dios. Todo esto se da, lo padecemos y nos dolemos por cada situación y persona violentada fuera y dentro de la Iglesia. Y esto mismo, nos hace reafirmarnos en la necesidad de velar para que no dejemos de reconocer, cuidar y reparar cuanto daño lleguemos a identificar.
De ahí que al preguntarnos al comienzo de este texto si es posible caminar en fe de una manera sana y sanadora, la respuesta fuera un sí, sí que lo es, siempre y cuando esa fe marque nuestro camino en la vida de una manera integral y llena de respeto mutuo en las relaciones. Mirando a Jesús se nos revelan las claves para ello. Lo contrario no puede llamarse acompañamiento ni considerarse espiritual.
Escribir estas líneas me permite agradecer tantos momentos vividos en RUAJ, en el mismo acompañamiento y en las formaciones, junto a otras personas con las que vamos haciendo camino, creciendo en todo y queriendo vivir con autenticidad en el amor que ya nos ha alcanzado y del que nada nos puede separar.
Mirando a Jesús se nos revelan las claves.