ACOMPAÑANTES… EXPERTOS ESCUCHANTES – Óscar Alonso

Etiquetas:

ACOMPAÑANTES… EXPERTOS ESCUCHANTES Descarga aquí el artículo en PDF

Óscar Alonso

oscar.alonso@colegiosfec.com

Siempre me gustó mucho un texto de las fuentes franciscanas que decía que Francisco de Asís «envió a los frailes a predicar y, si fuese necesario, hacerlo con palabras». Con la escucha creo que ocurre exactamente lo mismo. No escuchamos solo con los oídos, poniendo la oreja, estando atentos a las palabras de quienes nos hablan, sino que escuchamos de muchos modos, me atrevería a decir que con todos los sentidos.

En el contexto en el que vivimos veo…

  • Personas que hablan dando voces, como si el interlocutor estuviera sordo y como si no le importara en absoluto que los demás se enterasen de lo que dice.
  • Personas que desde que se levantan se tapan los oídos con los auriculares, enormes o minúsculos, y salen a la calle con ellos y se dirigen a ti con ellos puestos.
  • Personas que directamente no esperan ni a que termines tus argumentos: te cortan, te dejan con la palabra en la boca y aunque intentas mantener el discurso lo cubren con lo primero que se les ha pasado por la cabeza o con aquello que ya nos iban a decir fuese cual fuese nuestro argumentario.
  • Personas con cargos públicos de responsabilidad cuyo argumentario es el «y tú más», «pues anda que tú» o el «no recuerdas lo que pasó en la guerra, en la pandemia o en lo que sea» (que pasó antes). Argumentos de niño pequeño, de persona dolida que se queda sin razones para su razonamiento y echan mano de un pasado que ni volverá ni cambiará nada en el que tiene delante.
  • Personas con sordera selectiva: a la que escuchan de boca de otro ciertas ideas, ciertos términos, ciertos nombres, ciertas siglas… activan una sordera que hace imposible una comunicación normal, respetuosa y posibilitante.
  • Personas que creen que escuchan pero que en verdad no lo hacen. Oyen, pero no procesan. Oyen, pero no son capaces de sentir lo que oyen. Oyen, pero no sucede nada más allá de lo fisiológico, no hay una mínima empatía con la persona que habla o se expresa.
  • Personas sin ninguna discapacidad visual que jamás miran a los ojos a las personas con las que entablan alguna conversación, lo que hace imposible una escucha activa.

Y en el trabajo con nuestros jóvenes necesitamos buenos escuchantes, personas adultas y maduras que sepan escuchar, y cuya escucha despierte procesos, acompañe itinerarios, posibilite diálogo pastoral, ayude a ordenar y estructurar prioridades, descubra y afiance vocaciones, humanice biografías y haga posible el crecimiento, el desarrollo personal y la maduración integral de los adolescentes y jóvenes a los que estamos llamados a escuchar, con los que tenemos la responsabilidad de realizar ese dialogo de escuchas tan necesario en nuestra pastoral juvenil.

Para acompañar bien, escuchar siempre más (y mejor)

Es evidente que en este mundo nuestro en el que cada mañana aparece un nuevo trastorno o déficit, lo que es evidente es que la escucha se antoja como uno de los elementos determinantes, bien en el origen de los mismos, bien en la solución a los mismos. Si en la pastoral juvenil queremos acompañar bien, sin molestar, pastoral y espiritualmente a nuestros adolescentes y jóvenes, necesitamos apostar por la escucha como método y medio fundamental en los procesos de crecimiento humano y en la fe:

  • Una escucha que nos acerque a la realidad vital de los jóvenes.
  • Una escucha que nos ayude a rezar con y por ellos.
  • Una escucha que nos inspire gestos y palabras oportunos, especialmente para aquellos que andan abatidos, desordenados, agobiados…
  • Una escucha que nos haga estar atentos a lo que Dios quiere de nosotros entre ellos.
  • Una escucha que abra posibilidades y que, a su vez, sea escuela de nuevos escuchantes.
  • Una escucha que utilice todos los sentidos para escuchar bien.
  • Una escucha que fundamenta nuestra relación personal con el Señor.

Una escucha, en definitiva, para poder acompañar bien a nuestros adolescentes y jóvenes, una escucha alejada de intereses y de resultados. Una escucha bíblica, en conversación, en la que Dios y nosotros nos escuchamos, en la que nosotros nos escuchamos entre sí teniendo al Señor presente.

En el libro del Éxodo leemos que «el Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Éxodo 33,11). Dios y Moisés son amigos íntimos. Unas veces habla Dios y Moisés acoge. Otras, Moisés pide o se queja y Dios escucha (Éxodo 33,18-34,28). Esta relación entre Dios y Moisés está entretejida de palabras y escuchas, es tan importante lo que se dice como lo que se calla. Para poder entablar una amistad bien fundamentada ha de haber grandes dosis de escucha. Lo mismo en nuestra tarea de acompañamiento con nuestros jóvenes y entre nosotros, aquellos que acompañamos en la fe.

Como el éxodo se inició por la escucha divina, así también el mandato principal de la ley, confirmado por Jesús, consiste en esto mismo: «¡Escucha Israel!» (Marcos 12,29; Deuteronomio 6,4). Aquel Shema Israel es también para nosotros. Escucha de Dios y escucha de todos nosotros. Porque para acompañar hay que escuchar más y escuchar mejor.

Cuando los catequistas o agentes de pastoral decidimos emplear tiempo en escuchar al joven que tenemos delante, sentimos cada una de las palabras que dice, y eso es un acto de generosidad, tanto para quien está hablando, como para quien escucha. Y esto es porque quien cuenta, regala sus sentimientos, y quien recibe las palabras, regala su tiempo y su cariño. Como decía Montaigne, «la palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha».

Ojalá seamos acompañantes… expertos escuchantes.

Es un acto de generosidad, tanto para quien está hablando, como para quien escucha.