ACERCÁNDOME A UN SQUAT – Mikel Silió

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Ante una situación que nos toca de cerca, en las semanas de vacaciones marché para Atenas. El primer contacto fue a través de SOS Refugiados, una ONG que se encuentra allí ayudando y que este verano ha estado reacondicionando un edificio para convertirlo en un centro social para refugiados, el Victoria. Mientras escribo estas líneas ya se encuentra en funcionamiento.

Los primeros días son de ubicación y de conocer la realidad que allí se vive. Los voluntarios que íbamos llegando poníamos nuestra ilusión y mejor intención. La buena voluntad de los que allí se encuentran es fascinante, la gente está con ganas de ayudar de forma amable y alegre e invitarte a participar en las actividades.

Al principio cuesta ir encontrando un hueco donde ayudar y conocer el funcionamiento de los squats. Sin embargo, con buena disposición y la coordinación entre voluntarios se van haciendo comidas, reparto de ropa, viajes a la playa, arreglos en los edificios y demás necesidades que se van encontrando.

Pero ¿qué es un squat? Son centros ocupados, generalmente edificios públicos no utilizados en Atenas, concretamente en el barrio de Exarchia. Suelen ser edificios abandonas, escuelas, hoteles… La iniciativa de ocuparlos ha partido de movimientos civiles y activistas de la izquierda griega, apoyados en una importante red de voluntarios locales y extranjeros, principalmente españoles.

Estos centros, unos ocho o diez en la actualidad, alojan entre 300 y 400 personas cada uno, procedentes principalmente de Siria, aunque también de otras zonas de conflicto como Afganistán, Irán, Iraq. Los squats, que comenzaron a surgir a finales de 2015, no solo suponen un techo a las familias refugiadas, sino que además intentan ser un espacio de relación y de actividades desde clases de idiomas hasta reuniones y deporte. La 5ª Escuela, Jazmin, City Plaza, Hotel Oniro, Acharnon 22, Single Man… son los nombres de algunos de estos centros.

Nuestro quehacer diario iba variando día a día, según las necesidades que nos iban llegando por los grupos de Whatsapp (gran punto de comunicación de las personas voluntarias). Por las mañanas trabajamos en el edificio Victoria, reparando paredes, pintando o montando muebles. Otros días yendo a por muebles al centro de una asociación que reparte muebles usados o descargando los contenedores de comida y ropa que llegaban a Elliniko (almacén de la ONG donde guardan lo que llega desde España).

Por las tardes nos acercábamos a alguno de los squats para hacer la cena, colaborar en algunas reparaciones o montar algún campeonato de fútbol o baloncesto. Cada squat tiene su ritmo, pero enseguida vas conociendo a la gente. Se acercan con curiosidad por conocer a los que van llegando.

La mayor parte del tiempo estuve en la 5ª Escuela y en el Hotel Oniro. En la escuela la alegría de los más pequeños inunda el patio y se oyen risas y juegos por las aulas ahora convertidas en habitaciones. Las madres miran desde las ventanas con ilusión cómo los pequeños se divierten. Cuando preparamos la cena algunos se acercan a echar una mano y podernos conocernos mutuamente. «¿De dónde eres?» «¿Cómo has venido?» «¿Madrid o Barça?» (les explicas que del Athletic «¿El de Madrid?» «No, el de Bilbao») y se crea cierta amistad y compañerismo. El fin de semana se les invita a la playa y allá vamos todos a aprovechar un buen día de verano.

En el Hotel Oniro estaban colaborando dos compañeras y nos dicen que hay una persona que necesita clases de inglés hasta que empiecen en Khora (otro centro social). Así que me animo a ir y echarle una mano. Aprovechamos un parque cercano, donde se suele hacer deporte, para ir aprendiendo. Una buena experiencia, que gracias al móvil pudimos ir resolviendo. Él no sabía nada de inglés y yo no sabía árabe así que con el traductor nos arreglábamos.

Con todo lo vivido, un especial recuerdo a Aita que siempre nos acompaña para poner una sonrisa y allí donde están los pobres e indefensos le encontramos. Pedirle para que siga con ellos.

Acordarme también de los voluntarios que nos juntamos. Cada día marchaba alguno y llegaban otros, pero la sensación de compañerismo y cercanía estaba presente. Los ratos de descanso a las tardes–noches en la plaza de Exarchia, de turismo con alguna escapada al alba para ver la Acrópolis aportaban un enriquecimiento y un compartir enorme. Hemos vivido un acercamiento que muchos sentimos como un primer paso para ir conociendo y apoyando este problema.

Aquí en casa, el Gobierno se comprometió a acoger a 17.337 personas refugiadas para el 26 de septiembre de 2017 y de esa cifra todavía faltan por venir 15.354, que supone un 88,56%. Con la esperanza de que sigamos abriendo muros y abriendo fronteras, seguimos mirando al futuro. Con la fecha ya pasada seguiremos luchando porque cada persona tenga un hogar y un lugar donde encontrarse con los demás.

Hemos vivido un acercamiento que muchos sentimos como un primer paso para ir conociendo y apoyando este problema

Orando de vuelta de Cocapata, Bolivia

Xabi Sierra

Comparto aquí una de las experiencias que estoy viviendo como voluntario en el internado de Anzaldo que llevan adelante los escolapios de Brasil–Bolivia y la fundación Itaka–Escolapios.

Tras un viaje de ocho horas de vuelta en un autobús no muy moderno que se diga y por una carretera que no se puede llamar carretera, solo tengo palabras de agradecimiento. El fin de semana hicimos un encuentro entre el internado de Cocapata y el de Anzaldo. Fue un encuentro muy bonito de compartir. Significado boliviano de compartir: compartir alegría, tristezas, cultura, deporte, alimentos, oración… en esencia, compartir vida.

Tras él, me sale rezar por el viaje. El viaje fue largo, sin duda y con un traqueteo constante del autobús sobre el camino de rocas. Por no hablar de los asientos que están diseñados a tamaño estándar boliviano, es decir, muy pequeños. No es que pueda decir que soy muy grande, pero con mi 1,72m ya me llaman «jatun runa» (hombre alto). Todos viajamos tapados hasta las orejas por el frío que entraba por las ventanas porque, o tenías frio con las ventanas abiertas o el mareo estaba garantizado. La música del viaje tampoco tuvo mucho de atractivo: se intercalaban canciones de reguetón del duro de los chicos y canciones folclóricas en quechua que ponía el conductor (que una no está mal, pero ocho horas…).

Aún y todo, le doy gracias a Aita. Porque el viaje fue por un camino que superaba los 4.000 metros de altura; porque surcaba unos paisajes espectaculares con lagunas, montañas y acantilados; porque había construcciones de roca de los nómadas que vivían con sus llamas; incluso porque había nieve entrando en el verano. Pero realmente los que me conmovieron fueron los chicos, asombrados sin parpadear mirando por la ventana, descubriendo un mundo diferente. Un mundo que jamás habían soñado ver. Sus voces a medida que avanzábamos sonaban al unísono: «¡Mirad, mirad!», «¡Uuaaaaaaauuuu!»; no salían de su asombro. Aún más impactante fue el momento que llegamos a la zona nevada, ya que ninguno de los 21 chavales había visto la nieve en persona. El conductor tras las insistentes suplicas de los chicos paró al lado del camino y como balas salieron los chicos a tocar la nieve. En ese momento nada les podía frenar, ni las faldas de cholitas, ni las chancletas de dedo. Corrían como cabras sin parar de sonreír, tirando bolas de nieve, construyendo muñecos… ¡Fue un momento mágico! Hoy Aita te pido que nos des la mirada expectante de los chavales, para que sepamos aprender de lo que nos rodea y sepamos estar atentos a todos los detalles y sucesos que nos inundan a nuestro alrededor. También te pido que nos des una mirada inocente para disfrutar de cada momento al máximo y ver las cosas como un niño.

Que sepamos aprender de lo que nos rodea y sepamos estar atentos a todos los detalles y sucesos que nos inundan a nuestro alrededor

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