¿ABUSOS DE AUTORIDAD Y CONCIENCIA EN PASTORAL JUVENIL? – Antonio Carrón de la Torre, OAR

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Antonio Carrón de la Torre, OAR

Instituto de Antropología

Pontificia Università Gregoriana

antoniocarron@oar.it

Antonio Carrón de la Torre es sacerdote agustino recoleto, nacido en Madrid (España) en 1980. Actualmente está destinado en la Curia General de los agustinos recoletos en Roma como consejero general y coordina las áreas de educación, apostolado social y comunicación de la Orden de Agustinos Recoletos. Como consejero general de la Orden de Agustinos Recoletos es presidente de la red solidaria internacional ARCORES y de la red internacional educativa EDUCAR. Desde 2018 preside la Comisión interdisciplinar de Protección de menores de la Orden.

Vivimos tiempos convulsos y complejos respecto a la realidad de los abusos, y muchas veces no es fácil encontrar un equilibrio. En contextos eclesiales hemos pasado de un negacionismo que ni siquiera planteaba la posibilidad de que se produjeran, a la constatación no solo de abusos de tipo físico o sexual, sino de otros más sutiles, como los derivados del deformado ejercicio de la autoridad o la manipulación de la conciencia, que también producen heridas profundas. La pastoral juvenil no es ajena a esta realidad, y conviene tener en cuenta los factores de riesgo y las necesarias medidas de prevención. En el acompañamiento de jóvenes entran en juego elementos como la confianza, la asimetría relacional, la confidencialidad, los secretos, y todo ello en un momento del desarrollo de la persona con muchos cambios y vulnerabilidades, lo cual implica problemáticas añadidas.

Todo ello nos tiene que llevar a un compromiso de mejora en nuestra vida y misión, más acorde con el Evangelio de Jesucristo

Desde hace años estamos trabajando en el diseño e implementación de sistemas de prevención y protocolos de actuación ante abusos en contextos educativos e institucionales y, últimamente, está resultando significativo que asociaciones juveniles, diócesis o comunidades religiosas se planteen la necesidad de establecer medidas que eviten riesgos, también, ante los abusos de poder, autoridad y conciencia, así como pautas de actuación cuando se detectan. Es algo que nos habla de un despertar a una nueva conciencia de la vulnerabilidad y de las situaciones de peligro que habían podido ser asumidas como normales, y ante las cuales se podía decir: «si siempre ha sido así, ¿por qué va a estar mal?». Tanto en Latinoamérica como en Europa, vamos descubriendo casos de abuso que nos hablan de una realidad presente en nuestras dinámicas eclesiales. No es algo predominante ni generalizado, pero sí una posibilidad a tener en cuenta, y ante la que no podemos cerrar los ojos o permanecer inmóviles. Todo ello no nos tiene que llevar a una desconfianza que mine la ilusión y la esperanza por el trabajo pastoral, sino a un compromiso de mejora en nuestra vida y misión, más acorde con el Evangelio de Jesucristo.

El abuso de poder en el origen

Todo abuso se produce en la confluencia de varios factores: mal uso del poder, relación asimétrica que provoca fragilidad y vulnerabilidad, eliminación de capacidad crítica de reacción y, regularmente, procesos de grooming (seducción) para ganarse a la víctima. Por lo general, el abuso implica una situación en la que alguien tiene un poder o control desproporcionado sobre otra persona y lo utiliza de manera inapropiada para causar daño, explotar a la otra persona o utilizarla para satisfacer las propias necesidades o intereses.

En la dinámica del poder, la autoridad se entiende como la facultad de ejercer legítimamente dicho poder o una función. Y todo poder se ve deslegitimado cuando se utiliza para beneficio propio y no para bien del otro, bajo cuya responsabilidad está. En contextos religiosos, todo ello cobra un matiz muy particular, pues la persona que ejerce la autoridad no lo hace solo desde sí misma, sino que implica un vínculo con lo sagrado. Considerar que toda autoridad proviene de Dios es algo que llena de sentido el poder y conlleva una gran conciencia de responsabilidad; pero también hay que reconocer que, con un mal uso de ese poder, se pueden generar dinámicas muy peligrosas.

En el ámbito de la pastoral juvenil, el abuso de poder puede ir desde líderes que utilizan su posición de autoridad para obtener beneficios personales o ejercer control sobre los jóvenes, hasta la imposición de una visión religiosa que no permita la libre reflexión, el juicio crítico y discernimiento personal.

¿Es posible un abuso de conciencia?

El abuso de conciencia es abuso de poder y abuso de confianza. A ello contribuye un desequilibrio de poder causado por la posición, la autoridad, la edad, la experiencia vital, el estatus social, la tradición, la función eclesial, que condicionan una relación asimétrica entre los que acompañan y los que son acompañados. De igual modo, la confianza es traicionada cuando hay violación o traspaso de los límites dentro de las relaciones espirituales, pastorales, educativas basadas en la confianza, así como de los límites emocionales, ya que el joven habla de sí, de su mundo interior, y pone en la persona del guía, del catequista, su esperanza y confianza para obtener consejos, soluciones, orientación.

El abuso de conciencia es abuso de poder y abuso de confianza

Cuando un abuso de conciencia se produce en un contexto religioso, además de incluir los elementos ya citados, implica jugar con la imagen y presencia de lo trascendente, con lo sagrado, con la voz de Dios en lo más profundo de la persona. De ese modo, podríamos definir un abuso espiritual como un abuso de conciencia en un contexto religioso. Así, el abuso espiritual se situaría como un tipo específico de abuso de conciencia en el que se identifican, al menos, dos aspectos: por un lado, está la coerción (forzar la voluntad) haciendo uso de lo sagrado; por otro, el control, llegando a la sumisión de la persona suplantando la voz de Dios.

Factores de riesgo 

Analizar las causas del abuso de autoridad y conciencia en la Iglesia nos conduce a las dinámicas que lo propician. Entre ellas, destacamos el clericalismo, que se manifiesta en actitudes de poder absoluto, con expectativas de omnipotencia, situaciones de actuación abusiva en el ámbito pastoral. Pero es también importante considerar que el clericalismo no solo se manifiesta en los clérigos, sino que puede existir un clericalismo laical con comportamientos similares en los laicos, o actitudes infantilizadas que lo favorecen. No es raro encontrar casos de estas características en catequistas acompañantes de jóvenes.

Es importante conocer y actuar contra los factores de riesgo de abuso de conciencia en el acompañamiento

En su Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile, el papa Francisco renovaba el compromiso con «el “nunca más” a la cultura del abuso, así como al sistema de encubrimiento que le permite perpetuarse». Para ello, es importante conocer y actuar contra los factores de riesgo de abuso de conciencia en el acompañamiento. Con ellos nos referimos a cualquier circunstancia o situación que aumenta la probabilidad de que una persona —en nuestro caso, un joven— sea objeto de abuso. Entre ellos, destacamos:

  • Un ambiente religioso o espiritual que exalta excesivamente la autoridad, ejercida de manera rígida, sin argumentos.
  • Ausencia de límites relacionales.
  • Una cultura que desalienta el cuestionamiento o juicio crítico y fomenta el pensamiento único y el adoctrinamiento.
  • La dependencia emocional de una persona hacia una institución religiosa o líder espiritual.
  • Idealización de personas, bajando la guardia de la confianza, fomentando una confianza ingenua.
  • La falta de acceso a información objetiva sobre la institución religiosa o líder espiritual en cuestión.
  • Situaciones en las que los acompañantes, lejos de ejercer como verdaderos padres o madres en la vida espiritual, se aprovecharán de la víctima para satisfacer sus carencias y conflictos interiores.
  • Una afectividad confusa que, unida a deficiencias formativas y a falta de supervisión, puede conducir a una instrumentalización, a una colonización emocional, incluso con las mejores intenciones.
  • Confianza mal entendida: necesidad de una confianza lúcida, cuyo paradigma sea distinto del de la confianza ciega.
  • Falta de rendición de cuentas (accountability), de transparencia (transparency) y ausencia de protocolos de supervisión (compliance) en el proceso de acompañamiento.

A modo de conclusión, ¿qué podemos hacer?

Es importante reconocer que ningún entorno está exento de la posibilidad de abusos, incluidos los contextos de pastoral juvenil. Para prevenirlos es fundamental que se establezcan códigos de conducta claros y protocolos de prevención. Muchas veces no se tratará de cosas raras, sino de sentido común, pero siempre conviene recordar y actualizar pautas y comportamientos correctos porque, en el trabajo pastoral, no todo vale. Estas medidas pueden incluir la formación de los líderes, la mejor evaluación de su idoneidad y revisión continua, la necesidad de evitar protagonismos trabajando en equipo, la claridad de procedimientos a la hora de notificar comportamientos inapropiados y las pautas de intervención adecuadas en caso de denuncias. A todo ello hay que añadir la necesidad de revisar las singularidades culturales y comportamientos derivados de ellas que, pudiendo haberse normalizado socialmente, favorecen o crean situaciones de riesgo.

Es fundamental que se establezcan códigos de conducta claros y protocolos de prevención

Tantas veces, ver algo y no decir nada, ser testigo y no actuar, ha facilitado que abusos de todo tipo se produjeran y perpetuaran. En la ya citada Carta al pueblo de Dios que peregrina en Chile, el papa Francisco insiste en la importancia del compromiso de todos en la labor de prevención: «Una Iglesia profética y, por tanto, esperanzadora reclama de todos una mística de ojos abiertos, cuestionadora y no adormecida. No se dejen robar la unción del Espíritu».

Estamos caminando en la respuesta de la Iglesia a las situaciones de abuso y, en el recorrido, vamos encontrando muchas más luces que sombras. Cada vez son más lo que se unen al compromiso con la creación de entornos seguros y la promoción de la cultura del cuidado y buen trato. A nivel institucional, pese a los errores, como Iglesia, podemos aportar mucho a la sociedad para hacer frente a las situaciones de maltrato. En los contextos de pastoral juvenil no debemos relajarnos ni hacer dejación. Muchos le debemos a esa etapa de nuestra vida lo que hoy somos, y debemos velar para que otros tengan esa misma experiencia de crecimiento y madurez humana y espiritual. Hablar de conversión personal e institucional, de revisión de las relaciones pastorales desde la clave del cuidado de los vínculos y el buen trato entre todos, también es Evangelio, también es misión de la Iglesia y presencia del Reino aquí hoy.