El pasado mes de agosto tuvimos la suerte de comprobar esa alianza entre mayores y jóvenes de la que tanto nos habla Francisco. Fue en el Piarist Synod Europeo, y su protagonista fueron 80 jóvenes de toda Europa, en diálogo con un obispo emérito que ha desgastado su vida animando a miles de jóvenes.
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A VOSOTROS, JÓVENES
Juan María Uriarte Goiricelaya, Obispo emérito de San Sebastián
0.- Cuatro anotaciones, para empezar:
- Soy alumno de Escolapios. Soy como vosotros y vosotras, alumno de los escolapios. Por eso estoy en mi casa entre vosotros. Vine ayer desde Bilbao para pasar el día de hoy con vosotros. Me han invitado a que os hable y tengamos un diálogo franco y abierto por la mañana, y, por la tarde celebremos juntos la eucaristía. Soy mayor. Tengo 85 años. No hablo vuestro lenguaje juvenil, pero quiero a los jóvenes. Espero recibir de vosotros un baño de juventud.
- Aportáis a un Sínodo de Obispos sobre vosotros.
Desde todos los continentes los jóvenes estáis ofreciendo con vuestras aportaciones un rico material de reflexiones, preguntas y propuestas que el mes de octubre un buen grupo de obispos van a recibir y examinar atentamente para aprender de vosotros y conocer mejor vuestra situación y vuestras aspiraciones. Después, ellos pondrán en común sus propias reflexiones sobre vosotros y sobre la manera en que debemos trataros en la iglesia y debemos abrir espacios para que participéis activamente en la vida de la gran familia de los cristianos esparcida por el mundo. Ofrecerán al Papa Francisco sus reflexiones y él escribirá para todos los cristianos (especialmente para vosotros) una gran carta que nos oriente y nos aliente para que jóvenes y mayores llevemos adelante en el mundo el proyecto de Jesús. Por supuesto, asistirán algunos jóvenes a este sínodo de obispos con el Papa y hablarán ante ellos. Vale la pena que os hayáis implicado a fondo en la preparación de este acontecimiento.
Sois una parte minoritaria de la juventud mundial.
Sabéis que vosotros, los jóvenes cristianos, aunque sois millones en el mundo, sois una parte minoritaria de la juventud. En muchos lugares de Asia el número de jóvenes cristianos está creciendo. También en África. Se mantiene bastante bien en América. En cambio en Europa, una gran mayoría de jóvenes se han alejado de la comunidad cristiana y de la fe. Por ejemplo, según el eminente sociólogo González Anleo, en España sólo el 16,3% de los jóvenes considera la fe importante para su vida. Y esto que sucede en España, sucede, más o menos, en toda Europa.
¿Y el futuro? Nadie puede atraparlo con las manos, pero es probable que este porcentaje siga descendiendo por ahora. ¿Después? Nadie lo sabe. La historia suele dar muchas vueltas, pero de momento, vosotros estáis comprobando esta creciente indiferencia en muchos de vuestros colegas. Los que sois catequistas veis gran frialdad religiosa en las generaciones siguientes a la vuestra. Puede que, más de una vez, entre vosotros mismos, asome a veces la duda: “¿no me estaré jamando coco con este galimatías de la fe?”.
No es malo que emerjan las dudas; hay que saber tratarlas correctamente. Es verdad que muchos han dejado la fe sin conocerla con hondura, sin experimentar su belleza, su capacidad de dar marcha a nuestra vida, sin haber tenido ninguna experiencia creyente. Han abandonado una fe deformada y empobrecida, una caricatura de la fe auténtica. Han dejado no sólo “el agua sucia de la bañera” sino también al niño que estaba en ella”.
Un racimo de preguntas.
Entonces, el racimo de preguntas juveniles que quisiera lanzaros y a las que quisiera ofrecer una inicial respuesta es el siguiente: ¿Cómo nosotros podemos mantenernos y crecer en la fe en este ambiente desfavorable, ahora y cuando seamos adultos? ¿Qué actitudes y comportamientos hemos de cultivar cada uno de nosotros/as y el grupo al que pertenecemos? ¿Qué realidades, qué testimonios, qué experiencias, qué actividades alimentan mi fe, nuestra fe? ¿Qué factores la enfrían y nos hacen dudar? ¿Cómo nos situamos nosotros, los creyentes ante un joven que no cree? ¿Tenemos el valor de declarar, sin orgullo y sin complejos cuando un joven o un grupo afirma ante nosotros (ante mí) que la fe es un relato caducado, enemigo de la ciencia y contraproducente para el crecimiento de la persona y para la renovación de la sociedad?
Nuestro comportamiento responsable, solidario, amable, pacífico, servicial ¿es coherente con nuestra fe? ¿Lo notan mis compañeros no creyentes, dubitantes, fríos? Mi fe, ¿le da un toque diferente a mi forma de pensar, de sentir y de comportarme ante el dinero, el éxito, el amor, el perdón, etc.? ¿Me da alegría y “marcha” para vivir?
Son preguntas para vosotros. En el espacio de tiempo del que disponemos en esta mañana sólo puedo sugeriros de manera condensada diez indicaciones necesarias para mantenernos y crecer en la fe y dar testimonio de ella.
(Voy a reservar los números 1,2 y 3 para la homilía del atardecer). Así podremos contemplar un poco más holgadamente los números siguientes.
NOTA DE TRANSCRIPCIÓN: en la charla, Don Juan Mari pasó a abordar el punto 4. Preferimos mantener el esquema original.
1- Enganchados a Jesucristo:
Amigos y amigas fuertes de Jesús.
Una relación viva y fresca con él. Esta relación es viva cuando somos, como decía Santa Teresa de Ávila “amigos fuertes” de Jesús. No sólo espectadores ni sólo admiradores. Un amigo fuerte desea descubrir cómo es por dentro la persona a la que se siente vinculado. Si lo intentamos y nos dejamos ayudar en este descubrimiento, descubriremos en Jesús un doble rasgo: la pasión por Dios, su Padre, y la debilidad por sus hermanos que sufren y son descartados o marginados. Él se siente hijo de Dios y hermano universal. Y en torno a este doble descubrimiento, si somos sus amigos, percibiremos la inmensa riqueza humana de Jesús: libre, servicial, sensible, defensor de los maltratados por la vida, gozosamente sereno, capaz de entregarse generosamente, capaz de sufrir sin romperse ni amargarse, dispuesto a perdonar, pacificador.
Si queréis manteneros y crecer en la fe, habréis de ir descubriendo progresivamente a Jesús hasta poder hacer vuestras estas palabras escritas por un gran creyente hace muchos siglos: “Cristo delante, Cristo detrás, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo encima, Cristo debajo, Cristo dentro de mí”.
“Estoy tan lejos…”
Tal vez alguno de vosotros esté pensando ahora: “estoy tan lejos de esto que me desanimo”. No. Basta que desees de corazón que esto pueda darse en ti. Basta que se lo pidas a Jesús con aquellas palabras de un padre atribulado del evangelio: “creo en ti, Jesús, pero fortalece mi fe que es débil”.
Preguntas.
En las primeras páginas de la Biblia leemos que Dios preguntó a Adán, que se ha pringado por seguir un mal consejo y se esconde de Dios: ¿Dónde estás? También, más adelante Dios hace otra pregunta al hijo mayor de aquél. “Caín, ¿dónde está tu hermano?”. Dos grandes preguntas para ti y para mí. ¿”Estoy despierto o dormido en la fe”? ¿Decidido a seguir a Jesús por los caminos que él quiere? ¿O por los que yo he elegido por mi cuenta, sin contar con él? ¿Buscando a Jesús o huyendo de él porque, como Adán me encuentro desnudo o tengo miedo de que, si le miro a la cara tendré que cambiar en mi vida algo que no quiero cambiar? ¿Deseoso de entrar en un contacto con él que sea más profundo, más íntimo, más comprometido? ¿Dispuesto a entregar todo el ser a la causa de Jesús desde una manera u otra de vida o reservándome para mí ciertas zonas como mi comodidad, mi uso alegre del dinero, mi escasa dedicación al estudio o al trabajo profesional, mi vida sexual?