Descarga el pdf del artículo RPJ nº 538 – A ué me siento llamado – Ignacio Álvarez García
¿A qué me siento llamado?: una situación vital que requiere formación de las personas que acompañan a los jóvenes
«Tras un tiempo pensando me di cuenta de que no era feliz. Que añoraba cosas que no tenía: tiempo libre para hacer lo que me llena, estar con mi gente, dormir sin preocupaciones, ayudar a los demás… y, lo peor, tampoco tenía un trabajo que me gustase hacer, que me motivase… A día de hoy estoy construyendo mi nueva apuesta. Ya no me importa el haber renunciado a la vida que creía ideal. Todo el mundo tiene derecho a cambiar de sueño, ¿no? Ahora soy más feliz, me siento más fuerte y me conozco mejor. Creo que lo más importante es vivir sin miedo y no parar de vivir».
Ayudar a vivir sin miedo. Este es uno de los retos de los procesos de discernimiento, y que el Hno. Emili Turú nos recordaba en una de sus cartas a los maristas de Champagnat: «¿Qué harías si no tuvieras miedo?».
«No sé qué hacer… qué escoger», «Me voy a cambiar de carrera, no es lo que yo pensaba», «¿Cómo voy a dejar este trabajo?», «No sé lo que quiero». Todas expresiones que muestran una realidad entre los jóvenes de confusión sobre su futuro y, en último término, su proyecto vital. La pregunta más habitual en el mundo de hoy y carente de una respuesta clara, tal vez sea «¿Qué quiero hacer?».
En los procesos de evangelización de jóvenes intentamos dar respuesta a esta situación vital. A través del acompañamiento personal, ya desde las últimas etapas de la escuela, animamos a los jóvenes a escucharse a sí mismos, tratando de que no se sientan solos en esos momentos de dudas e inquietudes. Sin embargo, no se trata, en primera instancia, de conseguir contestar a ese «¿Qué quiero hacer?», sino de ir buceando en lo que estoy llamado a ser, de aprender a escuchar con atención los anhelos del corazón, los «susurros» de Dios en nuestra vida.
De este modo, la pregunta por el sueño, por el anhelo, está siempre presente en el itinerario de trabajo que realizamos con los jóvenes: ¿Dónde me siento realizado? ¿Cuándo noto que me despliego como persona? ¿Dónde siento que pongo en juego todo el potencial de lo que soy? En definitiva, ¿a qué me siento llamado?
Para este proceso es indispensable la formación que realizamos con las personas que van a acompañar a los jóvenes. Una formación que no es solo teórica, sino que también es experiencial. Se basa en la importancia que tiene que las personas que estamos con jóvenes vivamos también en nuestros procesos de discernimiento las preguntas sobre los anhelos y sueños, o sobre nuestra respuesta a la vocación pastoral.
Para ello los maristas en Europa tenemos un proceso de formación de nuestros acompañantes de jóvenes en distintos niveles. Uno local, donde se realiza un contacto inicial con lo que es una buena escucha; otro interprovincial, de una semana de duración, donde se dan las claves para poder acompañar procesos vitales; y un tercero a nivel de Europa marista, donde se ofrece un curso de dos años para acompañar en los procesos de discernimiento en la trayectoria vital de las personas.
La necesidad de trabajar con los jóvenes para que vayan descubriendo a lo que se sienten llamados ha de integrarse en el corazón del proceso educativo. En este sentido es imperativo orientar ciertos elementos escolares y de acción pastoral hacia el acompañamiento juvenil, ayudando a los jóvenes a conectar con aquello con lo que viven y disfrutan, y, por lo tanto, ayudándolos a orientarse hacia su mismo centro.
Las «convivencias vocacionales» que se desarrollan desde la acción pastoral tienen este fin. En ellas —siempre con la idea de que lo realmente importante es ir hacia lo que quiero ser y hacia lo que quiero vivir— los chicos, desde los 15 años, pueden compartir y profundizar con personas de su misma edad sobre aquello a lo que se sienten llamados, y así, ser también luz unos para otros. Aquí, también se les invita a despertar en ellos, a través de distintas experiencias, aquello que está dormido, ya sean experiencias de comunidad y servicio, de vida en una comunidad marista o de solidaridad en proyectos de aquí o del tercer mundo. Experiencias que les ayudan a «abrir ventanas» para conocer y vivir otras realidades.
En ellas, el joven se encuentra siempre acompañado de manera personal y comunitaria, para que así pueda expresar lo que vive y lo que va descubriendo. Por ello no puede tratarse de acciones aisladas, sino que han de formar parte de un proceso formativo de la totalidad de la persona, en el que juega un papel indispensable la cultura vocacional: que mi vida exprese verdaderamente quien soy, porque solo así la vida se convierte en fuente de fecundidad y sentido. Como en el canto del pájaro:
«Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer acerca de Dios.
Les dijo el Maestro: “Dios es el Desconocido y el Incognoscible. Cualquier afirmación acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas, no será más que una distorsión de la Verdad”.
Los discípulos quedaron perplejos: “Entonces, ¿por qué hablas sobre Él?”.
“¿Y por qué canta el pájaro?”, respondió el Maestro.
“El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar”».
Tony de Mello, El canto del pájaro