A imagen de Dios – Elena Pérez Hoyos

“A imagen de Dios los creó. Macho y hembra los creó.”

(Gn. 1, 27)

 

Vivíamos entre los árboles. Éramos hermanos de los animales, de los pájaros, de las plantas. Les pusimos nombre uno por uno, y ellos existían para nuestro provecho: nos alimentaban, nos daban sombra, nos protegían de la lluvia… No temíamos a las bestias porque comían de nuestra mano. No temíamos a las tormentas porque la tierra excavaba cuevas para nosotros. No temíamos al hambre porque no la conocíamos, ni al dolor, ni al miedo. Poseíamos el don de la transparencia, de mostrarnos el uno al otro tal cual éramos, de asumir con naturalidad nuestras diferencias. Poseíamos el don del amor, del diálogo. Y éramos sencillos como los pájaros que no piensan en el mañana.

Esto duró muchos años.

Pero un día cedimos ante la tentación del poder y quisimos ser dioses sobre el mundo que nos había sido concedido. Y no llamamos más hermanos a los árboles ni a las bestias, sino siervos. Y dejaron de hablarnos los pájaros, dejaron de abrazarnos las plantas. Poseíamos la tierra y cuando habitaba en ella, y usamos nuestra inteligencia para la explotación y el abuso. Poco a poco fuimos perdiendo la transparencia y la sencillez. Y al descubrirte fuerte frente a mí también dejaste de amarme para poseerme, y las diferencias que nos habían unido se hicieron abismos entre nosotros. Aquel día algo cambió en nuestros ojos, y yo, Eva, avergonzada ante tu mirada, corrí a cubrirme la desnudez con hojas de higuera.