A mis 55 años sigo queriendo encontrar cada día ser fiel a las vocaciones que, creo, Dios ha puesto en mi interior: la familia, la comunicación, mi labor en la Universidad, … Y por otro lado mis hijos ya van teniendo edades en las que el término “vocación” quisiera se haga presente en sus vidas y se lo tomen en serio, porque un buen discernimiento vocacional condiciona tu vida. Por eso hoy voy a hablar de “la vocación”, vista con la distancia que da los años y con la preocupación de un padre que quiere que sus hijos acierten a la hora de responder a su particular llamada vocacional.
Cuando se habla de vocaciones en la Iglesia parece que el tema trata solo de curas, frailes y monjas, y nada más lejos de la realidad. La vocación entendida “en cristiano” es dar respuesta a lo que cada uno entiende que es el Plan de Dios en su vida. Por eso hablamos de “llamada”. Responder a una vocación es optar por aquel modo de vida que uno cree le puede hacer feliz, de verdad, FELIZ, CON MAYUSCULAS.
La vocación, a mi modo de ver, puede identificarse atendiendo a los siguientes indicadores: ese modo de vida al que creo estar llamado tiene que hacerme sentir que voy a ser feliz; pero también tienen que dejar ver que habrá momentos duros; esa vocación tiene que estar necesariamente ligada con un servicio, una dedicación a los demás, a otros, al prójimo, es en la felicidad del otro, en el bien del otro donde he de encontrar la compensación y la satisfacción; otro rasgo de la vocación, a mi modo de ver, es que no te hace importante, te hace único y singular, es decir la vocación es algo personalizado, algo que solo yo puedo hacer y nadie puede hacerlo por mí; y por último la vocación, en cristiano, es algo que me une a Dios, sobre todo si lo entiendo como que es Dios quien actúa a través de mí.
Haced la prueba del algodón y repasar cada uno de esos indicadores en cada vocación que se os ocurra:
Un religioso solo encuentra sentido a su vida si es feliz en ella, si se concreta en un servicio a los demás, si discurre con la normalidad de la vida humana de altos y bajos, de risas y llantos, si en el servicio es donde encuentra la razón de cada día para seguir manteniéndose firme en esa vocación, si lo importante no es el cargo o destino que ocupe, sino que allí donde esté sienta estar cumpliendo su labor, y abrazando todo lo anterior, el sentimiento de ser instrumento de Dios.
Una opción matrimonial tiene que aspirar a la felicidad en una vida compartida donde las manías y los errores del otro son una bendición, no una carga; los esposos han de entender su vida como una entrega voluntaria y deseada al otro, y a los hijos si los hubiere; una entrega que genera cansancio, sinsabores y dolores pero que son superables porque hay algo y Alguien que supera todo eso; la vida matrimonial nos hace únicos y singulares para los demás porque podré vivir cosas similares con otras personas, pero nunca será lo mismo: no es lo mismo una comida entre amigos, que una comida en familia, no es lo mismo ir al cine con amigos que en familia; y una familia cristiana se distingue porque Dios forma parte de ella, de una manera u otra, más o menos explícita, más o menos determinante, pero El está ahí.
Vivir las profesiones como vocaciones, no solo es lo deseable, sino lo más gratificante. ¿Cualquier profesión? Sí, cualquiera. La más fácil de ver, la de un profesional de la salud que tiene sentido su vida profesional, y personal, en la búsqueda del bien del otro, que salvar una vida produce alegría y que no llegar a poder salvarla es un golpe muy duro; que te hace único y singular para cada paciente y que los milagros que la ciencia no alcanza a dar respuesta pueden tenerla si lo pones en manos de Dios.
¿Y un docente? Pues, también es fácil de ver cada indicador en esa entrega a la educación y formación de otras personas; es fácil encontrar esa singularidad de poder ser reconocido como educador, de ver los momentos gozosos en el éxito de otros y compartir con dolor sus fracasos; y por último, en cristiano, sentirte instrumento de Dios haciendo partícipes a los demás de todo lo creado, de la Historia de la Humanidad o de cada avance en la ciencia.
Y un fontanero, un conductor, un tendero, un investigador, … Sí, también, cualquiera puede hacer una lectura en clave vocacional descubriendo que esa actividad le hace feliz, en esa felicidad del ser humano que se ve salpicada de momentos duros y difíciles, de complicaciones y obstáculos. Todos podemos ser y sentirnos únicos y singulares (no digo ni importantes, ni insustituibles). Todos podemos alegrarnos por el beneficio generado con nuestra labor en otras personas. Y todos podemos sentirnos instrumentos de Dios para el bien de toda la humanidad.
Así entiendo yo la pastoral vocacional, aquella que habla de que cada cual sea lo que sienta quiere ser, y que Dios quiere que sea.
Deseo para mis hijos y todos los de su generación que encontréis vuestra vocación, que seáis felices en ella, que la veáis reflejada en los demás, que os sintáis únicos y Dios os bendiga y acompañe.