JESUS ENSEÑABA A LA GENTE – Fernando Negro

Fernando Negro

En multitud de ocasiones aparece Jesús en los evangelios enseñando a la gente. Por tanto se presentaba como el Maestro que no sólo educa sino que forma. Educar y formar son dos niveles o movimientos de la misma realidad: ayudar a ser persona en plenitud.

Educar, lo hemos dicho ya, es sacar de dentro afuera. Es la labor del educador-partero que invita suave pero firmemente a que el educando encuentre dentro de sí las fuentes y el agua de su pozo para sacar hacia fuera, transformado, el tesoro escondido de su ser.

Formar es más bien un proceso contrario: de fuera hacia adentro. Es presentar una forma de vida que el educando debe sopesar con cuidado y mucho discernimiento, para ver si se identifica con ella. Hay que cuidar sin embargo en no confundir forma con mera copia.

  • Una forma es un estilo de vida con raíces propias que dan como producto una forma de ser y hacen en la vida.
  • La copia por el contrario, no deja espacio a la creatividad, pues busca la imitación formal del original

Podríamos decir que formar es ayudar a buscar la llamada profunda enmarcada dentro del sentido vital que todo ser humano busca. En otras palabras, formar es buscar, encontrar y ayudar a crecer y madurar la vocación propia. La fe, la cultura y la vida han de estar estrechamente entrelazadas en todo momento.

Lo que enseñaba Jesús no eran meros conceptos teóricos. Primero, porque lo que le motivaba no era el querer dar a conocer una nueva teoría, sino invitar a despertarse desde dentro a la realidad que llamaba Reino de Dios.

Jesús enseñaba llevado de la simpatía, de la misericordia y la compasión al ver aquellas multitudes que andaban como ovejas sin pastor. “Viendo a la muchedumbre, subió a un monte, y cuando se hubo sentado se le acercaron los discípulos, y abriendo Él su boca, les enseñaba.”[1]

Cuando Jesús acabó de pronunciar el sermón del monte, que refleja las actitudes existenciales que hay que trabajar para una nueva forma de ser y actuar, más que de enseñanzas moralizantes, nos dice el evangelio de Mateo que “las muchedumbres se maravillaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene poder, y no como los doctores.”[2]

La enseñanza de Jesús tocaba el corazón y la mente a la vez, sin dualismos. Podríamos decir que sobre todo tocaba el corazón como epicentro de un terremoto psico-espiritual que desbarataba viejos conceptos estáticos y legalistas, e instalaba una nueva percepción del propio ser frente a Dios.

Quienes recibían las enseñanzas de Jesús se sentían atraídos no solamente por lo que decía, sino sobre todo por su persona. Y Jesús les invitaba a quedarse con ellos para que, por contagio, también ellos fueran partícipes de la Buena Nueva que era Él mismo: “Los dos discípulos que oyeron a Juan, siguieron a Jesús. Jesús se volvió a ellos y, viendo que le seguían, les dijo: ‘¿Qué buscáis?’ Y le dijeron: ‘Rabí, que significa maestro, dónde vives?’Les dijo: ‘Venid y lo veréis’. Fueron pues y vieron donde moraba, y se quedaron con Él aquel día.”[3]

Calasanz tenía claro que estaba imitando a Jesús mientras, guiado por su Espíritu, organizaba el amor pedagógico a través de sus escuelas para los pobres. Tenía él 40 años de edad cuando comenzaban a dar sus primeros pasos las ‘Escuelas Pías’ en Roma, 60 años cuando su obra cristalizaba en Congregación religiosa, y a sus más de 80 años, apasionado por el impulso de la gracia, escribía lo siguiente:

“Por mi parte con más de 80 años, a menudo voy a ayudar a las escuelas, unas veces a una, otras a otra, y así debiera hacer todo superior aunque no hiciera más que hacer recitar a diez o doce alumnos pequeños cada vez, yendo por las diversas clases; con cuánta mayor razón los otros sacerdotes, incluso los confesores, cuando no estén ocupados.” (Roma, 05/02/1639; c 3036)

Deseaba que, como Cristo, la enseñanza fuera unida a la experiencia espiritual, de modo que tocase lo profundo del corazón de las personas. “Me gustan las pruebas de escritura y con la práctica podrán servir para hacer muestras. Me agrada también el sentir sobre la oración, de la que todos los santos dicen cosas muy hermosas, y bienaventurado quien de verdad sabe orar… Esta oración es la que aprenden los muchachos mientras se conservan en santa pureza, pues la ley inmaculada de Dios se asienta bien en el corazón antes que se manche de cosas feas. Me gustaría que los muchachos que reciben ahí fueran atendidos con gran diligencia, tanto que desde aquí se perciba el buen olor.” (Al P. M. Alacchi en Venecia, Roma, 28/02/1632; c. 1755)

“Y ya que nos profesamos auténticos Pobres de la Madre de Dios, en ninguna circunstancia tendremos en menos a los niños pobres; sino que con tenaz paciencia y cariños nos empeñaremos en dotarlos de toda cualidad, estimulados principalmente por aquella palabra del Señor: lo que hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, conmigo lo hicisteis.”[4]

[1] Mt 5, 1-2

[2] Mt 7, 28-29

[3] Jn 1, 27-39

[4] CC 4