Oportunidad, trabajo y felicidad parecen razones más que suficientes para que cientos de jóvenes arriesguen cada día su vida por un futuro mejor. Esto es lo que los migrantes creen que encontrarán al llegar a Europa; esto es lo que les hacen creer.
Y es que la realidad del migrante va mucho más allá de cruzar unos pocos kilómetros en patera o saltar una valla: bosques llenos de escondites, calles repletas de gente intentando sobrevivir y un mar que es la esperanza de muchos; esta es la realidad de Tánger.
Jóvenes que intentan buscarse la vida por las calles de la ciudad, sin nada que comer ni un lugar donde dormir; perseguidos, maltratados y forzados a trabajar para poder pagarse una plaza en una patera que compartirán con decenas de migrantes procedentes de distintos puntos del mapa y sin ninguna certeza de llegar a su destino. Tan jóvenes, tan solos, tan inhumano… Poner su vida en juego para la riqueza de unos pocos.
Tras días, semanas e incluso meses de espera para poder pisar España, sus sueños se ven frustrados. Los jóvenes se ven envueltos en una realidad de pobreza, marginación y soledad. Todo aquello por lo que han luchado ha sido una mentira y, además, ahora lejos de sus familias.
Mónica Segovia