TE DOY GRACIAS, PADRE, PORQUE REVELASTE ESTAS COSAS A LOS SENCILLOS – Fernando Negro

Fernando Negro

El mundo de la simplicidad cuadra estupendamente con el corazón de Cristo. Por eso usaba las parábolas, para que los más simples entendieran de inmediato la profundidad de lo que Él era y de lo que quería trasmitir.

Un buen maestro aplica métodos que sean simples, fuera de toda sofisticación, de manera que pueda entenderlo hasta el alumno más torpe. Si éste llega a entenderlo es que todos los demás lo han entendido,  o pueden llegar a entenderlo, a no ser que se empeñen en no hacerlo.

Así sucedió a muchos de los fariseos y saduceos en tiempos de Jesús. La sofisticación de sus enseñanzas había obstruido la capacidad de admiración y acogida del misterio. Había encerrado la verdad en cajas hechas de ritualismo y legalismo, y se habían olvidado de lo “humano”.

Por eso Jesús, inundado de gozo en el Espíritu Santo, desató su alabanza al Padre que desea apasionadamente comunicarse con todo ser humano. Ese lenguaje divino es perfectamente captado por los simples y sencillos. Entre ellos, los niños tienen las de ganar, simplemente porque son eso, niños. Contemplemos la maravilla del lenguaje de Jesús: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre porque así te ha parecido mejor.” (Lc 10, 21)

José de Calasanz había sido secretario personal de diversos obispos en su etapa sacerdotal española, antes de llegar a Roma en 1592, con ínfulas de conquistador eclesiástico. Era simplemente buena persona, un sacerdote muy bueno y eficaz. Pero la ambición de puestos elevados en la iglesia le ofuscaba el corazón.

Fue necesario el contacto con los pobres y sencillos de las calles romanas para quedar contagiado de la belleza del evangelio que tan bien entienden los pobres, los niños y los sencillos. El Espíritu había encendido una llama luminosa en la oscuridad de sus ambiciones, pero no acababa de ver hacia dónde le dirigía. Fue necesario abandonar el palacio cardenalicio de los Colonna, deshacerse de la parafernalia clerical y de las seguridades de prebendas, así como de la ambición narcisista  canonical, para comenzar a divisar un panorama nuevo en perspectiva.

Y junto a esa acción interna del Espíritu en él, Calasanz fue clarificándose de modo definitivo a través del contacto con los niños pobres y harapientos. Poco a poco instaló el Espíritu en él un bello sueño: educarlos y evangelizarlos.

Se sintonizó con el Cristo que se gozaba en la experiencia de ver que los sencillos entendían enseguida la buena noticia del Padre, y para ellos ideó una escuela gratuita donde la metodología sencilla e inclusiva hizo una gran diferencia en el ambiente social de la época. Era el año 1597, en una sacristía, en la iglesia de santa Dorotea, en el suburbio romano del Trastévere,  donde nacía la primera escuela  cristiana y gratuita en la historia de la Iglesia.

El Calasanz ambicioso se había simplificado al contacto con la simplicidad de los niños y de los pobres, y ahora inventa para ellos una escuela. Lo que hasta entonces era privilegio de los ricos nobles, ahora pasa a ser patrimonio universal, comenzando por los últimos: los niños pobres. Y así nadie quedaba excluido.

“Yo te alabo, Padre…porque revelaste estas cosas a los pequeños. Sí, Padre porque así te ha parecido mejor.” El método de Jesús no entiende de sofisticaciones metodológicas. Por el contrario, se dirige directamente al corazón y desafía a la persona retándola a crecer.

José de Calasanz, guiado por esta misma intuición deja claro que los métodos educativos han de ser sencillos, simples y eficaces. Veamos algunos ejemplos:

“Dado el gran deseo que tenía yo desde el principio de encontrar un modo breve y fácil en lo posible para enseñar la lengua latina, le ordené a usted que lo enseñe a tres o cuatro padres de los nuestros para utilidad de nuestra congregación.” (Roma, 19/07/1642; c. 4021)

“Quisiera que se ingeniase en lograr que todos en esa casa se esfuercen en las clases y en los demás ejercicios espirituales con toda diligencia, como sujetos escogidos por Dios para reformar la juventud en esas regiones, que es oficio apostólico.” (Al P. Mateo Bigongiaio, en Straznice. Desde Roma, 23/06/1635; c. 2329)

“Será por tanto cometido de nuestra Orden, enseñar a los niños, desde los primeros rudimentos, la lectura correcta, escritura, cálculo y latín, pero sobre todo, la piedad y la doctrina cristiana; y todo esto con la mayor habilidad posible.” (CC 5; año 1620-1621, en Narni)

“En la enseñanza de la gramática y en cualquier otra materia, es de gran provecho para el alumno que el maestro siga un método sencillo, eficaz y, en lo posible, breve. Por ello se pondrá todo empeño en elegir el mejor entre los preconizados por los más doctos y expertos en la materia.” (CC 216;  año 1620-1621, en Narni)

La sencillez es la plataforma desde la que aprendemos y enseñamos de verdad. La razón de esta verdad consiste en que todo lo simple está exento de máscaras, de añadidos y sustracciones. La persona sencilla es por naturaleza ejemplo y testigo. Y si además está bien preparada, se convierte a su vez en maestro.

¿No se nos dice constantemente que hemos de ser testigos antes que maestros? Las palabras de Pablo VI pululan en el ambiente de este cambio de época en el que ya hemos entrado: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos.”[1]

[1] Pablo VI, “Evangelii Nuntiandi, 41)