TIENES QUE NACER DE NUEVO – Fernando Negro

Fernando Negro

Sorprende que Jesús se acercara a los niños y los pusiera como modelo para entrar en el Reino de Dios; que se acercara a los mayores, en la persona de Nicodemo que le seguía en secreto, y que lo retara despiadadamente: “Nicodemo, tienes que nacer de nuevo para ver el Reino de Dios.”[1]

Este texto tiene otro paralelo en estricta relación con el tema de volver al niño que todos llevamos dentro: En una ocasión, los discípulos preguntaron a Jesús: “¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?». Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: Yo les aseguro: si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe.”[2]

Jesús transciende el tiempo de una persona porque la ve en su esencia, en lo que está llamada a ser desde su ser profundo. Por eso aparece como inmisericorde ante el anciano Nicodemo que se queda asombrado y paralizado por el reto que le propone de una “nuevo nacimiento”. Pero Jesús insiste que debe ser reeducado por medio del Espíritu.

La auténtica educación no consiste en la adición de nuevos saberes, conocimientos y teorías, sino en todo lo contrario: hay que restar, sustraer de lo aprendido para quedarse con lo esencial. Esta visión coincide plenamente con lo que para Jesús era la educación: desaprender lo mal aprendido a través del tiempo, para conectarse con la esencia humana que nos define desde la sencillez, la simplicidad, la humildad y la apertura al misterio.

Hay personas que, a pesar del paso del tiempo, mantienen un rostro lleno de una luz profunda que nace del interior. Es la luz de la reconciliación personal consigo mismos, con los otros y con Dios. Saben disfrutar de lo simple, porque han aprendido a percibir, en las circunstancias, la verdadera esencia de todo lo que ven, tocan y oyen. Así lo entendía Calasanz cuando escribía:

 “Si se humillase personalmente, el Señor le daría salud en el cuerpo y mucha luz en el alma.” (DC 1021; 20/12/1622)  

“Dios suele dar la gracia de conocer la verdad de las cosas invisibles a los humildes, según el profeta: dando inteligencia a los sencillos (Sal 118,130). Cuanto más se humille uno en el propio conocimiento, tanto más lo elevará Dios en el conocimiento de las cosas invisibles y eternas.” (DC 1057; 12/08/1646)

La educación nos transporta a la realidad de lo que somos por medio de la humildad, para elevarnos a lo que Dios sueña para nosotros, a lo que podemos ser, por medio de la transformación[3] que se realiza por efecto de la gracia ayudada de la voluntad personal. Educar es volver a nacer sustrayéndonos de cosas que creíamos importantes y que, a la larga, no son más que sobrecarga y distracción. “Por la amanecida se conoce el día y por el buen comienzo el buen final; y el transcurso de la vida depende  de la educación recibida en la infancia.”[4]

Educar es ayudar a que el yo real vaya amaneciendo de forma gradual, conscientes de que en ese yo real se encuentra la imagen divina que, a su vez, va como naciendo en la persona que se educa. De hecho todos estamos en estado de educación y formación permanentes.

Educa aquel que sabe despertar en el otro un sentido nuevo a su vida, quien tiene la habilidad de ayudar a que el otro alcance un nuevo nivel existencial de comprensión de sí mismo y de todo lo que, de una forma u otra, le concierne.

EJERCICIO[5]

Te das cuenta que tienes un nombre, un rostro, una identidad, sólo tuya, una identidad única, original e irrepetible. La persona puede expresar lo que es, lo que ha sido, lo que aspira, su relación consigo misma, con el mundo, con los otros y con Dios, de muchas formas. Puedes hacerlo por medio de símbolos. Identifica por un momento tu vida con un árbol. Dibuja un árbol, en él localiza y explica:

Raíz: ¿Dónde están las raíces de tu vida? Familia, colegio, vecinos, parroquia, amigos, etc.

Tronco: El tronco da fortaleza al árbol. ¿Qué me sostiene a mí?

Hojas: La hojas dan vida y verdor en íntima unión con el tronco: ¿Cómo me renuevo, estimulo y motivo?

Flores: La flores dan origen a los fruto. ¿Qué actitudes destacarías en ti?

Frutos: Los frutos son el resultado. Tienen la finalidad de alimentar y servir de semilla. ¿Qué actitudes destacarías en tu vida? ¿A qué debes renunciar para que todos se sientan bien contigo?

Terreno: Puede ser árido o tierra fértil. ¿Cómo sientes que es el tuyo?

Árboles: Hay árboles semejantes que viven a  mi alrededor. Son las personas que viven a  mi lado. ¿Cómo son tus relaciones con ellas?

Nidos: Mi árbol da vida  o es medio para que otros seres vivan o estén protegidos. ¿Cuál es tu capacidad de valorar, acoger y escuchar?

Parásitas: Hay plantas que se pueden adueñar del árbol y matarlo. La envidia, el rencor, los celos, la mentira, crítica, el mal genio y otros vicios. ¿Cómo intervienen en tu vida?

[1] Jn 3, 3

[2] Mc 9, 37

[3] Esta transformación es progresiva; por tanto podemos definirla como auténtica “metamorfosis”

[4] José de Calasanz, “Memorial al Cardenal Tonti”, 1621

[5] Ángel Perulán Bielsa, “Humanización”, Indo-American Press Service, Santa Fe de Bogotá, 1991, p. 73