42 niños y niñas de Oaxaca y unos cuantos jóvenes del mundo – Juan Carlos de la Riva

La mirada de un niño o una niña, con su piel tostada, con su sonrisa inmensa, con su esconderse al inicio y su agradecimiento al final, esa mirada, lo cambia todo. Misión son planes y proyectos, equipos y propuestas, pero sobre todo y por encima de todo, es esa mirada.

Basta esa mirada de niño, o de niña, para cambiarle al corazón sus inercias egoístas y sus cansancios, y sus quejas, y sus hambres. Esa mirada de niño desde la que te mira Jesús, puede, sin argumentos, esquivar todas las justificaciones donde se envejeció mi corazón, para activar de nuevo esa juventud que inventa bailes y bromas, juegos y abrazos. Y se busca la caricia y el papel con el que fabricar una bomba de agua que regale al niño su telescopio de sonrisa: gran invento ese pequeño agujero para descubrir cómo Dios te sonríe y te anima…

Y emociona el joven que cierra sus ojos para olvidarse de su mirar y sobre todo de su ser mirado, y reza como no lo puede hacer quien posturea y busca likes, sino solo el que se metió dentro del frágil corazón de los pequeños que acompañaba y curaba. Y rezó como un niñito, diciéndole a Dios cosas como “cuídame”, “bendíceme durante todo este día” y “haz que no me olvide de ti”, sintiendo cómo cada frase la repetían sin hablar los niños para limpiar y curar sus heridas no lloradas.

Y sorprende el otro joven que reclutó un ejército de treinta chiquitines y los usó para atacar de improviso con abrazos y besos a víctimas adultas, inocentes del amor de abrazo y beso, e incapaces de responder a semejante ofensiva, que sin duda fue señal del Dios que ama primero que uno.

Y asombra el saber que quien dirige ahora la institución acogedora, fue en su día un niñito más de aquéllos que se refugiaron en la caridad que Dios inspiró en otros para poder encontrar confianza y dignidad entre sus bálsamos y lápices. Y también los demás del patronato, que supieron recoger amor en sus conchas infantiles para regalarlo ahora como manantiales.

Gracias por este día que me ha resituado en mi vocación educadora escolapia y me curó de un pequeño ataque de vejez.