Vivimos rodeados de paradojas e incoherencias como esta. Eso es lo que pienso cuando intento analizar lo que parece que son inquietudes “trending topic”. Aunque primero puntualizar que es difícil realmente medir las fuentes de preocupación de la gente: ¿dónde o quién mide lo que importa? ¿son las redes sociales realmente el mejor indicador?
Todo esto me viene a la mente ante la nueva preocupación social que sale a relucir a partir de un informe que sin comerlo ni beberlo e impulsado por vete-a-saber qué intereses, se hace “viral” y parece que por tanto, dueño de la verdad. De repente, la contaminación que parece que produce el ganado, se convierte en problema de primer orden. Y sin duda, todos nos debemos situar en la condena sin filtro.
Ya sin ironías, no quiero decir que determinados modelos productivos intensivos no sean perniciosos para nuestro medio. Pero los titulares y tweets, sin la reflexión necesaria, llevan a deducir injusta y erróneamente que la ganadería en general tiene buena culpa del cambio climático. Y se difunde esta falacia sin muchas contemplaciones. En el siguiente tweet, y sin tiempo para sentirse incoherente, nos arrastraremos a la siguiente movilización virtual. Quizá respaldar un movimiento a favor de la España vaciada y la lucha de las gentes del medio rural en contra de la despoblación. Y normalmente con el menor compromiso personal posible.
No hay tiempo para reflexionar sobre esa parte de la ganadería que forma parte del medio de vida de tanta gente de los pueblos. O de cómo esa misma ganadería mantiene nuestros montes y prados en condiciones que dificulten la propagación de incendios.
Es más fácil externalizar culpas que realizar un consumo responsable, o que buscar la crítica a lo que más nos escuece: quizá lo que verdaderamente esté arruinando nuestro planeta sea nuestro consumismo caprichoso. ¿Por qué, por ejemplo, no abrimos el melón de la contaminación que genera cada viaje en avión que realizamos a destinos lo más exóticos posibles? Ahí queda.