Un mundo que es igual y a la vez opuesto – 30 de septiembre (Migraciones y refugiados)

Maltrato, marginación, hambre, infravivienda, condiciones insalubres, largos trayectos a pie de casa al colegio…

En nuestra mente se va formando la imagen de un niño subsahariano que vive en algún poblado de un país tercermundista; pero no lo es. 

Jasmine tiene 8 años, es de las más listas de su clase, pero cada día debe caminar mas de 5 km para ir a la escuela por caminos inventados. Cuando llega a casa, su madre le pone en los brazos a su hermano pequeño; será su responsabilidad el resto del día. Jasmine vive junto con su familia en una pequeña chabola construida por su abuelo años atrás con cemento y alguna plancha metálica; situada en una pequeña comunidad de inmigrantes como ella y su familia. Jasmine debe hacer los deberes, ayudar a su madre con el idioma leyendo y traduciendo cartas que les llegan a casa y preparar la comida; un día más no ha podido jugar. 

Jasmine vive en Almería, su familia lleva tres generaciones aquí, tienen papeles, los niños van al colegio y tiene acceso a la sanidad pública, viven de lo que gana su padre por temporadas en los invernaderos; pero sigue pareciendo que Jasmine vive en otro mundo que no es el nuestro.

El único momento que tiene Jasmine para jugar son las ocasionales visitas de monjas y voluntarios asociados con Cáritas y enviados por la Diócesis a estas comunidades marginales, que juegan con su hermano y ella puede dejar de hacer de madre para volver a ser niña y jugar también.

Jasmine quiere ser empresaria y tener su propio invernadero con su amiga Marta del cole, entre ellas no hay clases, ni hay razas ni marginación, son amigas y sueñan juntas viviendo en un mundo que es igual y a la vez opuesto.