CRECER EN SABIDURÍA, ESTATUTA Y GRACIA – Fernando Negro

Fernando Negro

Nacer no es llegar a este mundo y permanecer en él con complejo de Peter Pan, personaje fantástico que representa a la persona que se niega a crecer y a vivir fantasiosamente las aventuras del nunca-jamás.[1] Sin ir tan lejos, existen en nuestros días muchachas  jovencitas que deciden cuidar su imagen para parecerse a una muñeca ‘Barbi’ de plástico, negándose a la evidencia del paso del tiempo y de la llamada a la ‘madurez’ que éste reclama.[2] Por el contrario entendemos que nacer es comenzar a morir, en cuanto que entramos en un proceso de crecimiento ascendente, con momentos de altas y bajas, marcado por las diversas etapas de madurez. Y así hasta la muerte.

El Evangelio nos dice que a la edad de doce años Jesús se perdió en el templo y sus padres lo encontraron rodeado de los maestros de la Ley a quienes estaba enseñado.

Para los judíos de entonces, los doce años de vida de una persona significaban la frontera entre la niñez y el comienzo de la edad adulta. Así pues vemos a Jesús, hasta entonces educado maravillosamente por sus padres, que comenzaba a dar signos de una autonomía progresiva emocional, guiada por la consciencia de su misión: traer el Reino del Amor del Padre.

Era el momento en que daba el primer paso de desapego de sus padres, mientras en ellos se originaba un sentimiento de dolor al intuir que estaban ante el umbral de un nuevo nacimiento. María, dice el evangelio, “conservaba todo esto en su corazón.”[3]

El silencio de María no es un silencio de frustración sino de contemplación de un misterio que es más grande que ella misma, Había dado a luz un hijo hacía 12 años, y ahora siente que este mismo hijo está naciendo a un nuevo nivel de existencia ante el cual, una vez más como sucedió con el ángel Gabriel, le dice a Dios: “No lo entiendo, pero que se haga en mí según Tú deseas.”[4]

Estamos ante el hermoso icono de María educadora de su hijo: sabe que nació de ella y, sin embargo, no le pertenece. Este hijo tiene una llamada que no queda limitada por los intereses territoriales o familiares. Poco a poco Él irá descubriendo y enseñando que ha vendió para todos tengamos luz y vida abundante.[5]

Ante el crecimiento de su hijo, a los doce años de edad, María deja de ser la maestra que le enseña para convertirse en discípula que aprende del hijo-maestro. Lo sigue en la noche, ponderando lo incomprensible, porque dentro de ella habita un resplandor de confianza y consuelo infinitos.

El educador Calasancio, como lo hicieron seguramente María y José, sabe desatar las fuerzas internas que llevan al alumno al crecimiento global, no fragmentado, entendiendo que cada persona es un todo hermosamente armonizado, predispuesto para crecer en estatura o edad, en sabiduría y en gracia.

Los tres elementos hacen referencia al todo común que es la persona en búsqueda de sentido. Y el educador lleva al alumno al deseo de búsqueda de ese sentido, hasta que lo encuentra. El sentido final es Cristo.

Podemos concluir que:

  • crecer en estatura es sinónimo del crecimiento psico-fisiológico que evoluciona desde el potencial natural propio del ser humano.
  • Crecer en sabiduría es descubrir progresivamente que la vida tiene un sentido profundo y amplio a la vez, por medio del cual nos sabemos seguros y alimentamos la serena certeza de que todo, absolutamente todo, es parte de un plan que nos lleva a la plenitud.
  • Crecer en gracia es lo mismo que crecer en amistad con el Dios Bueno revelado en Jesús. Siendo fieles a la gracia, el Señor nos regala a nosotros y a nuestros alumnos, nuevas gracias a través por las que llegamos a ser iconos vivos de la presencia de Dios en el mundo.

«Me gusta pensar  que el Señor tiene los sentimientos de la pareja que está esperando un hijo: lo espera. Nos espera siempre en esta historia y luego nos acompaña a través de la historia. Éste es el amor eterno del Señor; ¡eterno, pero concreto! Incluso un amor artesanal, porque Él va haciendo la historia, va preparando el camino para cada uno de nosotros. Y este es el amor de Dios, que ¡nos ama desde siempre y nunca nos abandona! Roguemos al Señor para conocer esta ternura de su corazón». Y esto es «un acto de fe», no es fácil creerlo.”[6]

El verdadero educador va más allá de la educación bancaria de la que hablaba el pedagogo brasileño Paolo Freire (1921-1997). En la educación bancaria el alumno es como el saco vacío abierto a recibir del maestro y de otras fuentes un mundo de conocimientos desconectados de la realidad, como quien tiene en el banco un dinero almacenado que produce unos intereses de manera pasiva.

El auténtico educador sabe que cada persona es la materia prima para una obra de arte, la más bella obra de arte del universo: la del yo real desenmascarado. “Es hacia esa educación fecunda que se debe orientar la misión educativa de la Iglesia, cuyo último objetivo debe ser el de edificar al hombre nuevo, el ser humano espiritual, libre, justo y solidario, comprometido con la transformación del mundo.”[7]

[1] J.M. Barrie, “Peter Pan”, Dover Publications, Inc., New York, 1999

[2] Es el caso de Valeria Lukyanova, de 23 años, y de Justin Jedlica, de 32 años. Ambos se han sometido a decenas de operaciones para parecerse a los muñecos de su infancia remota.

[3] Lc 2, 51

[4] Lc 1, 38

[5] Jn 10, 10

[6] Homilía del Papa Francisco, el 13 de enero de 2014

[7] Joao Carlos do Prado &Teófilo Minga, o.c., p. 34