2º domingo ordinario: Preséntame a Jesús – Juan Carlos de la Riva

Lo vi en una serie de televisión norteamericana. Se llama “God friended me”, lo cual no es fácil de traducir. Es algo así como hacerse amigos en redes sociales. Se trataba de que un joven bastante ateo y escéptico de Dios y la fe, que además hacía continuas críticas a la religión en su programa radiofónico, recibe una solicitud de amistad en las redes sociales, con el pseudónimo de Dios. Tras unos días de ignorar lo que él considera una broma de mal gusto, seguramente de alguien molesto por sus comentarios antirreligiosos, y vista la insistencia del ofrecimiento, que le invade su móvil con nuevas solicitudes, al final acepta la invitación. Ya era amigo de ese “Dios” en redes sociales.

Lo que ocurrió a continuación fue sorprendente. En vez de recibir mensajes apologéticos sobre lo bueno de la religión, como él esperaba, lo que pasó es que ese nuevo amigo le sugirió hacerse amigo de otras personas, otros nombres, todos desconocidos… Y curiosamente esos nuevos nombres desconocidos, iban apareciendo en su vida, siempre como personas necesitadas de ayudas. Ese supuesto Dios le estaba haciendo propuestas de salir de sí mismo y darse a los demás… Y cuando se pone a ayudarles… No sigo, no sea que te enfades por el spoiler… te invito a verla.

Me sirve esta serie para el tema del evangelio de este domingo. Juan Bautista nos presenta a Jesús, y nos dice que nos hagamos amigos de él, que él es ni más ni menos que el Cordero de Dios. Resulta que Jesús necesitó ser presentado en sociedad. Y los apóstoles necesitaron la mediación de Juan para encontrarse con Jesús. Sin duda ese mesías les habría pasado desapercibido sin esa mediación.

Y me sugiere invitarte a recordar quiénes te presentaron a ti a Jesús, quienes hicieron de Bautistas, y te señalaron lo bueno de Jesús. Si repaso mi propia vida, me vienen algunas personas especialmente significativas: por supuesto aquellas preparaciones para la primera comunión, o las clases de religión, que ya en mis tiempos fueron innovadoras y atrayentes, o el monitor de confirmación, que tenía algo especial… también están mi padre y mi madre, que, sin hablar mucho de esto, daban testimonio de tener a Jesús como amigo especial, al menos lo suficiente para dedicarle un rato importante cada domingo.

También quisiera preguntarte si has presentado tú a Jesús a algún amigo/a tuyo. Sí, ¿por qué no? Pablo en la Carta a los Corintios llama santos a “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Obviamente no vale el Jesús que divertidamente es nuestra respuesta a algún estornudo, aunque ahí queda ese nombre, resto de tiempos en que hablar de Jesús no era tan incómodo. Y es que hoy hablar de religión, de Dios o de Jesús resulta incómodo, y más aún invitar a otra persona a tenerlo presente, a una historia de amistad con él. Parece violar la intimidad del otro, su autonomía, su privado mundo de creencias que no hay por qué razonar ni exteriorizar. A veces por no provocar una discusión, y muchas por miedo a ser tachado de “medieval” o “ingenuo”, la conversación sobre lo religioso no aparece en nuestras tertulias.

Por último, se me ocurre ponerte a pensar qué calificativos usarías tú para hablar de Jesús, si en algún ambiente vieras oportunidad de hacerlo con provecho. Juan Bautista utilizó el de Cordero de Dios, que a nosotros ya no nos dice mucho: ni tenemos contacto con los corderos, ni nadie en nuestro mundo sacrifica corderos en ningún templo para aplacar la ira de Dios y ganar su favor. Para un judío de aquélla época, aquello se entendía a la primera (ojo a la iglesia con sus lenguajes crípticos hoy ininteligibles, especialmente por los jóvenes). Significaba que ese Jesús era el que sustituía a los sacrificios; significaba que su vida, sus acciones, eran ya el mejor sacrificio que Dios necesitaba. Y que con él ya no había más ira de Dios, sino que comenzaba la era del perdón y la misericordia. Dios nos ama. Dios es padre, no juez. Y Dios ama como ama Jesús, porque verle a Jesús es ver también el Espíritu de Dios que lo reviste. Aunque los apóstoles no vieran resplandores ni palomas, que son géneros literarios, y que si hubieran sido efectos especiales divinos, no hubieran necesitado el especial señalamiento de Dios.

Pensemos pues cuál es el piropo que le podemos echar a Jesús para que otros caigan en la cuenta. Ayer les dije a los alumnos de 3º eso, sin pensarlo mucho, que Jesús era el Susan Boyle del amor y la alegría, no tanto de la gimnasia rítmica, cuanto de la vida y la esperanza. Que era el diez al que teníamos que aspirar los que estamos en el ocho o en el nueve en la disciplina del vivir.

El pasado verano me quedé a ver un programa nocturno de televisión, y pensé: también este nombre podría cuadrarle a Jesús. Era “el jefe infiltrado”: un jefe de una gran empresa se disfraza y se hace pasar por un trabajador nuevo, al que otros tienen que integrar en la cadena de producción, y vive desde dentro las relaciones y los desempeños de sus propios trabajadores. Este “jefe infiltrado” toma buena nota de todo lo que ve durante algunas semanas de simulación, para al final llamar uno a uno a cada uno de sus trabajadores, desvelar su secreto ante la sorpresa de las víctimas. Al principio se les da un buen repaso de todos los motivos que podrían haber sido causa de despido… y cuando el trabajador estaba contra las cuerdas, el jefe cambia el tono de la conversación y comienza a destacar lo mucho de bueno que vio en él o ella, haciéndole emocionarse y hasta llorar. Termina la cosa con un grandísimo premio inesperado e inmerecido, que enamora a la persona y la compromete a ser el trabajador más fiel de la empresa en el resto de su carrera laboral.

Algo de esto fue Jesús, ¿no os parece? Con él llegó la misericordia y la alegría. ¡Disfrutemos de su amor y trabajemos agrandando el amor en el mundo!

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,29-34):

EN aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”.
Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».