¡ID, ENSEÑAD, EVANGELIZAD, CELEBRAD! – Fernando Negro

Fernando Negro

Jesús Resucitado reúne a los apóstoles en Galilea, según había ordenado a las mujeres que hicieran: “id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.”[1] Una vez reunidos, sobre la cima de un monte, los envía por todo el mundo diciendo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”[2]

El bien es difusivo de sí mismo. Éste es uno de los contenidos esenciales de la metafísica tomista. Lo mismo que la luz tiende a extenderse si límite alguno, todo bien, por participación del Supremo Bien que es Dios, tiende a extenderse para que todo quede tocado por la gracia.

El místico poeta, Juan de la Cruz (1542-1591), lo expresa de manera bellísima cuando en su cántico espiritual:

“Mil gracias derramando,

pasó por estos sotos con presura,

y yéndolos mirando,

con sola su figura

vestidos los dejó de hermosura.” [3] 

Todo lo que es tocado por la gracia queda afectado y transformado a la manera de la fuerza que esencialmente consiste en el Amor, pues Dios es Amor. Así de bellamente lo transmite Teresa de Jesús: “Él te mirará con sus ojos bellos y compasivos, llenos de lágrimas; Él olvidará sus penas para poderte consolar en las tuyas.”[4]

Jesús de Nazaret fue una persona abierta a los confines del mundo, su corazón no tenía ni puertas ni corazas. Si por algo se distinguió fue por su capacidad inclusiva. Le importaba el corazón de cada persona que venía a Él. De hecho en la vida de todo el que se encontraba a fondo con Jesús, desde entonces, las cosas ya no eran igual. Se daba un cambio sustancial entre el antes y el después.

Las voces que nos llegan en este momento histórico nos hablan de una Iglesia en estado de misión, en un discipulado misionero donde la misión deja de ser un adjetivo circunstancial para convertirse en la esencia y la razón de ser la de misma Iglesia. Por eso somos discípulos-misioneros más que ‘discípulos y misioneros’.

Siempre lo hemos sido, pero ahora más, una Iglesia en salida, por usar palabras del Papa Francisco.  Ya en tiempos de San José de Calasanz las Escuelas Pías formaron parte de la recién nacida Obra de las Misiones Pontificias, y él mismo envió a los escolapios a salir de las fronteras italianas para llevar la Buena Nueva a las naciones de Europa Central.

Su contribución en contra del avance del protestantismo de su época fue precisamente la educación de las masas incultas e ignorantes que abundaban en aquella época. Hoy día sus hijos llevan metida la pasión por la misión y por eso mismo, mientras por un lado hablan de reestructuración, fusión y consolidación, de ninguna manera pierden de vista la misión por medio de LA EXPANSIÓN.

Hace unos pocos años era impensable que nuestras comunidades escolapias fueran multiculturales y multinacionales. Hoy es algo conquistado y vivido como normal, pues estamos siendo testigos de un avance sin precedentes, allí donde nunca antes habíamos soñado en llegar.

Por eso las puertas de la evangelización a través de la educación nunca se cerrarán para los seguidores de San José de Calasanz. El Evangelio hecho cultura, la cultura evangelizada, esa es la gran alegría de la que nace la acción de gracias y el deseo profundo de querer continuar la maravillosa tarea que el Espíritu de Dios infundió a nuestro Santo Fundador en la Roma de Renacimiento.

[1] Mt 28, 10

[2] Mt 28, 18-20

[3] Canción 5, del ‘Cántico Espiritual’

[4] Teresa de Jesús, “Camino de Perfección”, 26, 6