Es necesaria mucha astucia para comunicar en este mundo. Debemos ser inteligentes para hacer llegar a los demás un mensaje de vida en medio de
tanto ruido. Nuestro mensaje no es publicidad. No es una tendencia. No es una forma de vida desde un punto de vista en el que, consumir, sea un acto preferente. Aunque estos sean los modelos que aparentemente «triunfan», es algo diferente. Llamemos a ese mensaje que debemos comunicar, «propuestas de vida».
«No es sano confundir la comunicación con el mero contacto virtual» dice Francisco en Christus Vivit (88). Y tiene mucha razón. Como respuesta a la
sobre-comunicación, debemos ir más allá del soltar lo nuestro (que frecuentemente es lo de todos) y quedarnos ahí. Nuestros receptores objetivo no son números, porcentajes y datos que puede poseer Cambridge Analytica. No. Nuestro mensaje va destinado a personas, no a individuos. Con sus vidas e historias.
Por ello, necesitamos lugares y espacios donde el mensaje sea diferente a lo propuesto. Necesitamos quien los cree y quien los apoye. O redescubrir los espacios existentes. Sólo con espacios y personas que comuniquen al corazón de las personas podremos llegar de verdad al otro.